TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 22 de octubre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 23 DE OCTUBRE, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena)

«PORQUE… EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO. »

Lc. 18. 9-14
            En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: « ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: « ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Otras Lecturas: Eclesiástico 35, 12-14.16-18; Salmo 33; 2Timoteo 4, 6-8,16-18

LECTIO:
     El texto de hoy nos invita a reflexionar sobre cómo debe ser la actitud con la que nos debemos presentar ante Dios. Primero el cristiano debe descubrir que debe orar siempre y luego aprender que a la oración uno no puede ir de cualquier manera. Porque orar es entrar en la presencia de Dios. Y a la oración no vamos a presentarle nuestros méritos a Dios.
     El fariseo se encuentra ante Dios erguido, de pie, frente a Él. No lo dice, pero parece que le está reclamando a Dios su propia salvación. Es como si le dijera: “me la he ganado, me la tienes que conceder”. Es verdad, él hacía incluso más de lo que mandaba la ley, pero su altivez invalidó sus obras. Uno no se puede presentar ante Dios de esta manera y considerando al resto de los hombres con desprecio: “no soy como los demás… ni como ese publicano”.
     El contrapunto de este fariseo lo representa el publicano. Aquél que se quedó atrás. Al final del Templo, en la última baldosa. Sin atreverse a dar ni un paso más, pues allí, en el Templo, habitaba la perenne gloria de Dios. La oración del publicano no es altiva, le brota del corazón. Él se sabe un pecador y a Dios solo le podía pedir misericordia. No le pide ni prosperidad, ni recompensas, ni riquezas, le pide compasión: ¡Señor, ten compasión de mí!
     Las dos actitudes que cada uno de los personajes de esta parábola adoptaron ante Dios han quedado perfectamente retratadas. Ahora nos toca preguntarnos, ante Dios, ¿qué baldosa elegimos?

MEDITATIO:
« ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador»
     Aquel fariseo ora a Dios, pero en verdad se mira a sí mismo. Más que orar se complace de la propia observancia de los preceptos.  Su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo. (Papa Francisco)
     No basta preguntarnos cuánto oramos, debemos también examinarnos cómo oramos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar la arrogancia y la hipocresía. Pero, yo pregunto: ¿se puede orar con arrogancia? ¿Se puede orar con hipocresía? Solamente, debemos orar ante Dios como nosotros somos. (Papa Francisco)
     Estamos todos metidos en la agitación del ritmo cotidiano, muchas veces a merced de sensaciones desorientadas, confusas. Es necesario aprender a encontrar el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es ahí donde Dios nos encuentra y nos habla. Solamente a partir de ahí podemos nosotros encontrar a los demás y hablar con ellos. (Papa Francisco)
     La oración del soberbio no alcanza el corazón de Dios, la humildad del miserable lo abre. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los hombres. Delante de un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. Es esta humildad que la Virgen María expresa en el cántico del Magníficat: «Ha mirado la humillación de su esclava…» (Papa Francisco)

ORATIO:
     Señor Jesús, tu mandamiento de amarnos como tú mismo nos amaste nos hiere el corazón y nos haces descubrir con dolor qué lejos andamos de habernos revestido de tus sentimientos de misericordia y de humildad.

Padre, reconozco ante ti
mi condición de pobre y necesitado.
Sé que soy pecador.
Pero, por encima de mis pecados,
me siento acogido por Ti, Padre,
que eres todo misericordia, perdón, bondad…

     Ten piedad de nosotros. Danos tu Espíritu bueno. 

CONTEMPLATIO:
     Jesús cuenta la parábola para sacudir la conciencia de “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, algunos católicos de nuestros días. El fariseo se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.
     El publicano, por el contrario, reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.

« ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador»

     La parábola desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir ante Dios seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos a todo el que no piensa o actúa como nosotros. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?


El orgulloso no conoce el amor de Dios y se encuentra alejado de Él. Se ensoberbece porque es rico, sabio o famoso, pero ignora la profundidad de su pobreza y de su ruina, porque no ha conocido a Dios El alma del hombre humilde es como el mar. Echa una piedra en el mar: apenas perturbará la superficie y de inmediato se hundirá. Así se hunden las aflicciones en el corazón del hombre humilde, porque el poder del Señor está con él (Archimandrita Sofronio).

1 comentario:

  1. Vamos a dar un paso más en nuestro itinerario espiritual y lo haremos después de haber escuchado la Palabra de Dios. Partimos de la pregunta que nos hizo el Señor, recogida en el Evangelio de la semana pasada: “¿Cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe en la tierra?”. Es de esperar que esta pregunta esté teniendo respuesta en lo hondo de nuestro corazón, pero, por si necesitamos ayuda, en esta semana el Señor nos ilumina mediante un ejemplo de vida: el de un fariseo, soberbio y orgulloso que le dice a Dios que no le necesita para nada, porque se tiene por perfecto y muy pagado de sí mismo; mientras el otro, el pobre publicano, no es capaz ni de levantar la vista al Señor, porque se siente pequeño, pecador y necesitado de ayuda. Los dos tipos de personajes existen en la realidad, los “maravillosos” que se creen con el derecho de ser los jueces de todos y se dedican a criticar a los demás y a sacarles los defectos sin ningún pudor; y los publicanos de hoy, los que no cuentan, los sencillos de corazón, que no se ruborizan al suplicar misericordia y perdón. Las personas que han adoptado el estilo del fariseo se comparan con todos para demostrarse lo imprescindibles que son, se creen el modelo de todas las virtudes; los publicanos que conocemos no se comparan con nadie, no juzgan a nadie, se quedan en el dolor de sus propios pecados y solo piden perdón al Señor por ellos.
    ¿Dónde está el problema? El Papa Francisco lo desenmascara señalando el comportamiento egoísta como responsable de la exclusión de los otros y de la globalización de la indiferencia; dice que esta actitud es autodestructiva y que te incapacita para compadecerte de los clamores de los otros, te insensibiliza para llorar ante el drama de los demás, porque te impide ayudar. La conclusión de este modo de hacer la cosas es muy seria, lo dice el Santo Padre en Evangelii Gaudium de esta manera: “Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos”. Por otra parte, conocemos por la sabiduría popular que es mal compañero de viaje el egoísta, el hipócrita o el soberbio, porque su empeño de querer ser el centro de atención de todos, le lleva a no tolerar a nadie que no gire entorno suyo; se recrea en fomentar la discordia, creando situaciones de sospecha de unos contra otros sin ningún tipo de escrúpulo y todo, para lograr sus objetivos y para esto: miente, calumnia, difama… lleno de envidia. ¡Todo un panorama!
    Las lecturas de esta semana no pretenden llevarnos a la tristeza al ver el comportamiento de algunos, sino a la esperanza, a confiar en Dios con actitud humilde, porque estamos en sus manos. El Papa Francisco nos dice que aunque veamos muchas posturas no edificantes o a gente haciendo daño, que tengamos la seguridad que “el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia (…). La Resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano”. Os animo a poner toda la confianza en Dios, como el publicano, para gozar de la certeza interior y de la esperanza viva que da el Espíritu Santo.
    + José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena

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