« “OS DIGO QUE LES HARÁ JUSTICIA…”»
Lc. 18. 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo
tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un
juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la
misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia
frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:
"Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto;
pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les
dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Otras
Lecturas: Éxodo 17, 8-13; Salmo 120; 2Timoteo 3, 14-4,2
LECTIO:
Jesús habla, a través de
una parábola, de la oración. Pero lo importante son las dos palabras que
acompañan, en el primer versículo, a la palabra orar:
hay que hacerlo siempre y sin desanimarse.
La actitud de la viuda es
el mejor ejemplo de lo que Jesús nos pide. Al acabar de leer la parábola podría
pasar que lo que nos pareciera más importante es la nefasta actitud del juez
que solo busca su propio bien. Sin embargo es mejor que nos fijemos en esta
pobre mujer. La actitud hostil y altiva del juez no
desanimó a la viuda. Como
mujer fuerte, un día y otro siguió reclamando a este juez que le hiciera
justicia.
Este juez es lo totalmente
contrario a Dios.
Dios siempre escucha las plegarias de sus hijos, no se inhibe ante nuestros
problemas. La pregunta de Jesús en el evangelio nos debe hacer reflexionar: “cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?”¿Qué significa realmente esta
pregunta? ¿Resistirá el cristiano a las dificultades o se dejará vencer por
ellas?
Nos tenemos que
preguntar, necesariamente, cómo es nuestra vida de oración.
Si es relevante para nosotros o no, si la aparcamos o no por cualquier motivo. Hay unas palabras de Santa
Teresa de Calcuta que nos pueden ayudar a comprender mejor este
evangelio: “Ama orar. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día.
Deseamos mucho orar, pero después fracasamos. Entonces nos desanimamos y
renunciamos. Si
quieres orar mejor, debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el
desánimo. Acordémonos de que el que quiere poder amar debe poder orar”.
MEDITATIO:
«Cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará fe en la tierra?»
Esta parábola evangélica contiene una enseñanza importante: «que es
necesario orar siempre sin desanimarse». No se trata de orar algunas veces, cuando
tengo ganas. Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone
el ejemplo de la viuda y el juez. (Papa
Francisco)
De esta parábola Jesús saca una doble
conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus pedidos
insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus
elegidos, que claman a él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho
tiempo», sino actuará «rápidamente». (Papa
Francisco)
Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”.
Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra
oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura que Dios escucha rápidamente a
sus hijos, aunque esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos
que nosotros quisiéramos. La oración nos ayuda a conservar la fe en Dios y a
confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. (Papa Francisco)
La parábola termina con una pregunta:
«Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». Y con
esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir de la oración
aunque no sea correspondida. ¡Es
la oración la que conserva la fe, sin ella la fe vacila! (Papa
Francisco)
ORATIO:
Señor Jesús,Enséñanos una oración perseverante, que no ceda a cansancios y
desánimos, que no se turbe ante el aparente silencio de Dios,
Escúchanos, Señor.
Nuestra oración es el grito de los pobres
desamparados,
de los refugiados sin refugio,
de los que han caído en las trampas de la
violencia,
en la espiral de las venganzas,
en las fosas angustiosas de la muerte.
Haz que obtengamos de
tu ofrenda la fuerza para perseverar y mantenernos en la petición; que el mal
no sofoque la voz de nuestra oración, sino que la experiencia misma de tu cruz
nos proporcione la certeza de que no hay noche sin alba de resurrección.
CONTEMPLATIO:
La parábola de la viuda y el juez sin
escrúpulos es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una
invitación a confiar que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. Lo
que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama justicia. Ésta es su protesta
repetida con firmeza ante el juez:
«Hazme
justicia».
Su petición es la de todos los oprimidos injustamente.
Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: "Buscad
el reino de Dios y su justicia".
Es cierto que Dios tiene la última palabra
y hará justicia a quienes gritan día y noche. Esta es la esperanza que ha
encendido en nosotros, pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes
viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa. ¿En mi vida como me
hago eco de este clamor?
■… No he dicho de
manera suficiente hasta qué punto el alma que ora debe creer en el amor del
Dios al que se dirige. Sí, la oración es como un cara a cara. El alma y Dios
están en el mismo plano. Ocupan la misma estancia secreta. Es lúcida
confidencia en Dios-Amor, en Dios que se entrega, que es irresistible. Pero
esta confidencia va muy lejos. Ninguna prueba ni ningún retraso pueden mellarla… Quiere que le insistamos, impone estas llamadas, reclama estas
peticiones, para estar seguro de nuestro amor, para saborear la dulzura de
tener una prueba de él, aunque sea interesado (Augustin Guillerand,).
La enseñanza de Jesús sobre la oración no era una cuestión banal. Él quería enseñar a sus discípulos a orar de tal manera que permanentemente pudieran estar hablando-con y escuchando-a quien permanentemente está dispuesto a acoger nuestras palabras y a dirigirnos las suyas.
ResponderEliminarEl Maestro les propone una parábola con dos personajes curiosos: un juez y una viuda. La persona más desprotegida que demanda ayuda al juez menos indicado. Hasta aquí los personajes de la parábola de Jesús que podríamos llamar pintoresca, y adivinamos los ojos de los discípulos mirando a Jesús mientras les exponía la parábola. ¿En qué quedaría toda la escena? ¿Cómo se resolvería la importunidad de la pobre mujer ante la inmisericordia del injusto juez?
Dice Jesús que aquél juez de mucha ley y poco corazón, terminó por ceder ante la viuda y determinó hacer justicia ante el adversario de ésta. Pero no porque hubiera cambiado en sus adentros, sino simplemente por proteger sus afueras, es decir, por puro temor y para que le dejasen en paz: por si la viuda le pegaba en la cara y para que no lo siguiera fastidiando. Aquí se pararía el Señor y les diría a los discípulos: ¿os dais cuenta qué ha hecho este juez injusto? Al final ha hecho justicia ante una pobre mujer que suplicaba. Un hombre que no ha sido capaz de hacerlo por la verdadera razón: el servicio al otro, el derecho del otro, el amor al otro, lo hizo por egoísmo, por amor a sí mismo... pero lo hizo. ¿Y Dios? ¿Qué hará Dios? ¿Cómo se comportará ante sus elegidos que día y noche le gritan y suplican?
El cristiano es el que precisamente aprende a vivir desde la inagotable relación con su Dios y Señor, en un continuo cara a cara ante su bendito Rostro, con un constante saberse mirado por los ojos de Otro. Esta Presencia que es siempre compañía y jamás se escurre como fugitiva, no nos ahorra a los cristianos la fatiga apasionante del vivir de cada día con todas sus luces y sus sombras, pero sí que nos permite vivirlo de otro modo, desde otros Ojos que nos ven, desde otro Corazón que nos ama y por nosotros palpita y desde otra Vida que nos acoge regalándonos la dicha.
La oración, como certeza de una compañía de aquel que nos habla y nos mira, es una educación para la vida: también nosotros cristianos podemos sufrir todas las pruebas, pero nunca con tristeza y desesperanza. La circunstancia puede que no cambie, pero sí nuestro modo de mirarla y de vivirla, porque sabemos que Dios nos la acompaña sin interrupción, en horario abierto y sin declino.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo