TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 7 de octubre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 9 DE OCTUBRE, 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de Juan José Asenjo-Arzobispo de Sevilla)

«ID A PRESENTAROS A LOS SACERDOTES»
Lc. 17.11-19
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Otras Lecturas: 2Reyes 5, 14-17; Salmo 97; 2Timoteo 2, 8-13

LECTIO:
Los protagonistas del milagro son diez leprosos. Jesús en su respuesta, les envía a los sacerdotes para que certifiquen que están curados.
El acento de la narración se pone en la actitud de los curados. De los diez, nueve desaparecen, sin más. Uno de ellos, un samaritano (“hereje” despreciado por los judíos) no va a los sacerdotes: vuelve a Jesús agradecido. Jesús insiste en que ese “extranjero” obró como debía.
       Se termina con la consabida expresión: “Tu fe te ha salvado”. Creer en la fuerza de Dios que está en Jesús, es poner la primera piedra del reino. Creer en él nos convierte, nos sana, nos limpia, nos hace criaturas nuevas, hace posible el milagro de los milagros, que vivamos para el reino.
       Una vez más se nos invita a creer en Jesús, el hombre lleno del Espíritu. Es la cercanía de Jesús la que nos va cambiando. La presencia del Fuego nos va calentando, la presencia del Agua nos va lavando, nos va fertilizando, la presencia del Espíritu nos va haciendo espíritu, liberándonos de todas esas fuerzas que nos esclavizan.
       No podemos convertirnos por un acto de voluntad, pero sí podemos acercarnos a la Fuente, a la Llama, a la Palabra. Eso sí nos cambia. Tratar con Jesús, orar, celebrar bien la eucaristía, leer, contemplar, obedecer a los impulsos del Espíritu, estar atentos, reconocer cuándo actúa en nosotros el Espíritu de Jesús, dar gracias…    

MEDITATIO:
“Tu fe te ha salvado”.
     Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. La fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: “gracias”! (Benedicto XVI).
     Jesús cura a los diez enfermos de lepra. En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. (Benedicto XVI).
     Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal. (Benedicto XVI).
     Solo uno de los leprosos al ver que está curado se vuelve  hacía donde está Jesús para agradecerle la curación. El samaritano demostró su alegría, su gozo, alabo al Señor Jesús, se acercó a Él porque su vida a partir de ese instante era diferente. ¿Cuántos de nosotros, nos volvemos para dar gracias a Dios por su misericordia, por su amor incondicional? Estamos continuamente pidiendo, no nos cansamos, pero agradecer siempre lo olvidamos…

ORATIO:
     Concédenos ojos para descubrir las maravillas que vas haciendo en nosotros para sanarnos de la enfermedad de nuestro pecado.

Gracias, Señor, por el don de la vida…
por darnos la gracia de conocerte…
por mantenernos con tu gracia…
Gracias, Señor, por tu resurrección que nos plenifica…
por invitarnos a tener vida y vida en abundancia…
por ser Tú nuestro Dios y Señor. Gracias…

     Suscita en nosotros una viva y profunda gratitud por tu amor fuerte y bello, manifestado en Cristo Jesús. Que el recuerdo de tu Hijo, enviado a nosotros para que tengamos vida en abundancia, colme nuestro corazón de una indefectible esperanza… 

CONTEMPLATIO:
Tu fe te ha salvado”.
     Jesús ha pedido a los leprosos que se presenten a los sacerdotes para obtener la autorización que los permita integrarse en la sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que está curado, en vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús. Siente que para él comienza una vida nueva.  Necesita encontrarse con Jesús.
“se echa a sus pies dándole gracias”
     Al concluir el relato, Jesús toma la palabra y hace tres preguntas que recogen el mensaje que Lucas quiere que se escuche en las comunidades cristianas. ¿Por qué hay tantos cristianos que viven sin dar gracias a Dios casi nunca? ¿Por qué no sienten un agradecimiento especial hacia Jesús? ¿No lo conocen? ¿No significa nada nuevo para ellos? “¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. ¿Por qué hay personas alejadas de la práctica religiosa que sienten verdadera admiración y agradecimiento hacia Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada especial por él?


Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón…  (Balduino de Cantorbery)

1 comentario:

  1. El Evangelio de este domingo nos dice que no basta la compasión. El ejemplo de Jesús nos pide no pasar de largo ante las necesidades de nuestro prójimo. La generosidad con los pobres, la disponibilidad para compartir nuestros bienes y brindar consuelo y esperanza a los que sufren, es algo exigido por nuestra común filiación: todos somos hijos de Dios y, en consecuencia, hermanos. Es algo exigido también por nuestra participación en la Eucaristía, sacramento de unidad y exigencia firmísima de fraternidad.
    En la primera lectura de este domingo se narra la curación de la lepra de Naamán el sirio por el profeta Eliseo y, en el Evangelio, la curación de los diez leprosos por la palabra y el poder de Jesús. Cuando los Santos Padres interpretan estos pasajes, ven en ellos una alusión simbólica al pecado y al sacramento de la penitencia y nos vienen a decir que lo que la lepra es para el cuerpo, eso mismo es el pecado para el alma.
    El pecado es siempre una ofensa a Dios, un envilecimiento propio y supone siempre una merma de la vitalidad y del dinamismo del Cuerpo Místico de Jesucristo. De ahí que tengamos que luchar contra el pecado y contra el oscurecimiento de los valores morales, que es uno de los dramas más grandes de nuestro tiempo.
    En la curación de Naamán y de los diez leprosos, ven los Santos Padres el anuncio del sacramento de la penitencia, que Jesús instituirá después de su resurrección, un sacramento tan hermoso, como poco apreciado hoy por muchos cristianos.
    Se ha dicho muchas veces en los últimos años que hoy los cristianos comulgan más, pero confiesan menos. Las razones de esta actitud son la pérdida de la conciencia de pecado, que lleva a muchas personas a decir que no se confiesan porque ellos no pecan. Otros afirman que no necesitan confesarse con el sacerdote porque se confiesan con Dios, actitud que es contraria a la voluntad de Jesús.
    Las dos posturas son equivocadas. Todos efectivamente somos pecadores. Todos nos equivocamos muchas veces y todos tenemos que entonar cada día el “Yo pecador”. Y es verdad que es Dios quien perdona, porque Él es el ofendido. Por ello, es necesario el arrepentimiento y la contrición. Pero es necesario declarar nuestras faltas al sacerdote, porque ésta es la voluntad de Jesús, quien en la tarde de su resurrección dice a los Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados y a quienes se los retuvierais le quedan retenidos”.
    Las lecturas de este domingo nos invitan a valorar el sacramento del perdón, de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios. La confesión frecuente, bien preparada, con verdadero arrepentimiento de nuestras faltas, es un medio extraordinario para crecer en fidelidad al Señor… destacan además otro aspecto básico en nuestra vida cristiana: el agradecimiento a Dios, de quien hemos recibido todo lo que somos y tenemos y de quien recibimos cada día todos los dones naturales y sobrenaturales. El sirio Naamán da gracias a Eliseo y al Dios de Israel por su curación. En el Evangelio, Jesús contrapone la actitud de los nueve leprosos judíos, que se olvidan de darle gracias por su curación, y la actitud del samaritano, que “volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús dándole gracias”.
    Dar gracias a Dios cada día debe ser una actitud elemental del cristiano, pues nada de lo que somos y tenemos es nuestro, sino que es pura gracia de Dios. Nuestra familia, nuestros amigos,, nuestros talentos y capacidades, el hecho de haber nacido en un país cristiano y en una familia cristiana, que a los pocos días de nuestro nacimiento pidió para nosotros a la Iglesia el bautismo, el hecho de perseverar en la fe y en la fidelidad al Señor, todo ello es puro don de Dios. Por ello, la expresión “gracias a Dios” debería estar siempre en nuestra boca, porque cada paso que damos en nuestra vida es con la ayuda de la gracia de Dios.
    Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
    + Juan José Asenjo Pelegrina-Arzobispo de Sevilla

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