«DADLES
VOSOTROS DE COMER…»
Lc. 9, 11b -17.
Jesús
se puso a hablar al gentío del reino de Dios y sanaba a los que tenían
necesidad de curación. El día
comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce le dijeron: “despide a la
gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y
comida, porque aquí estamos en descampado”.
Él les contestó: “Dadles vosotros de comer” Ellos replicaron:
“No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de
comer para toda esta gente”. Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos: “Haced que se sienten en
grupos de unos cincuenta cada uno”. Lo hicieron así y dispusieron que se
sentaran todos. Él, tomando los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada
al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a
los discípulos para que se los sirvieran a la gente.
Comieron
todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado:
doce cestos.
Otras Lecturas: Génesis 14,18-20; Salmo 109; 1Corintios
11,23-26
LECTIO:
El
evangelista Lucas nos sitúa este “milagro”
en un lugar abierto donde era más fácil que la gente que seguía a Jesús se
pudiera congregar.
Esta multiplicación de Jesús se encuadra dentro de su actividad
como Maestro: Jesús se puso a hablar del Reino de Dios y curó a los que lo
necesitaban.
Jesús quiso aliviar la
necesidad de los muchos que le seguían. Pero también quiso enseñar a sus
discípulos: “Dadles vosotros de comer”.
Las objeciones que los discípulos pusieron a Jesús son humanamente
comprensibles. Era un gentío el que estaba en torno a Jesús y en un descampado.
¿De dónde iban a sacar comida para tantos?
¿Acaso Jesús con la
pregunta a los suyos no les estaría indicando que no solamente existe el hambre
material? El mismo Jesús había dicho en otra ocasión que "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios”.
Este “hambre de Dios” no quiere decir que nos
tengamos que olvidar del “hambre material”. A quien tenga hambre hay que darle
de comer. Pero no debemos olvidar que hay mucha gente satisfecha de comida,
pero vacía de Dios. Ambas “hambres” no son excluyentes ni se repelen. Para un cristiano deben
ir unidas.
Jesús satisface el hambre material de la multitud (partió [los
panes] y se los dio) no sin antes alzar la mirada al cielo y pronunciar la
bendición. Solo podremos llevar a los
demás a Jesús, si antes nosotros nos hemos alimentado de Él. Esta experiencia de Dios será la que nos
empuje a ayudar a nuestros hermanos.
MEDITATIO:
En este Evangelio hay una expresión de
Jesús que me impresiona siempre: «Dadles vosotros de comer». Partiendo de esta
frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir. (Papa
Francisco)
…
También nosotros buscamos seguir a Jesús para escucharle, para entrar en
comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe.
Preguntémonos: ¿cómo sigo yo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de
la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirle quiere decir salir de
nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a
Él y a los demás.
… Ante la necesidad de la multitud, la solución de los
discípulos es despedir a la muchedumbre. ¡Cuántas veces nosotros cristianos
hemos tenido esta tentación! No nos hacemos cargo de las necesidades de los
demás... Pero la solución de Jesús va en otra dirección «Dadles vosotros de
comer».
La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo
para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Todos deberíamos preguntarnos
ante el Señor: ¿cómo vivo yo la Eucaristía? ¿La vivo de modo anónimo o como
momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con todos los hermanos
y las hermanas que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones
eucarísticas?
«Dadles
vosotros...», «dar», compartir. ¿Qué comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes
y dos peces. Pero son precisamente esos panes y esos peces los que en las manos
del Señor sacian a toda la multitud. Y son justamente los discípulos, perplejos
ante la incapacidad de sus medios y la pobreza de lo que pueden poner a
disposición, quienes acomodan a la gente y distribuyen - confiando en la
palabra de Jesús - los panes y los peces que sacian a la multitud.
En la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra clave a la que
no debemos tener miedo «caridad»,
o sea, saber poner a disposición de Dios lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque
sólo compartiendo, sólo en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto.
En la Eucaristía el
Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el de compartir, el del
don, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en
riqueza, porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra
pobreza para transformarla.
■ Preguntémonos… al adorar a Cristo
presente realmente en la Eucaristía: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el
Señor, que se da a mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño recinto,
para salir y no tener miedo de dar, de compartir, de amarle a Él y a los demás?
ORATIO:
Bendito seas, oh Padre, que nos das
cada día pan y vino y todos los bienes de la creación… Bendito seas, oh Verbo eterno, que pronuncias en nuestra historia la
Palabra del Padre…
Señor
Jesús:
¿De qué
nos sirve hablar en nombre de Dios, conocer los secretos y poseer toda la
ciencia?
¿De qué
nos vale tener tanta fe como para mover montañas?
¿De qué
nos sirve entregarlo todo a los pobres, e incluso entregar la propia vida?
Si nos
falta el amor, nada somos…
Señor,
enséñanos a amar.
Bendito seas, oh Espíritu de Dios, que soplas en
nuestros cuerpos y reviven a una vida nueva, que transformas la creación para
que pueda acoger la presencia de Dios y continúe renovando la esperanza en
nuestra vida, a fin de que podamos seguir orando para obtener nuestro pan y
nuestro vino de cada día.
CONTEMPLATIO:
No podemos comulgar con Cristo en la
intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No
podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres
humanos privados de pan y de justicia.
“Dadles vosotros de comer”
La celebración de la eucaristía nos ha de
ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y
ayudar en estos momentos. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más
humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con
lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
■… Así, el sagrado convite hace de Cristo, que es la verdadera
justicia, un bien nuestro, más aún de lo que son nuestros los bienes de la
naturaleza; de modo que nos gloriemos de lo que es suyo, nos complazcamos en
sus empresas como si fueran nuestras y, por último, tomemos de ellas el nombre,
si custodiamos la comunión con él. (N. Cabasilas).
La fiesta del Corpus Christi significa que Jesús ha venido a saciarnos las hambres, todas esas hambres en las que nos dejan vacíos, en medio de una abundancia rabiosamente insuficiente. Como decía aquel dicho puesto al revés para describir en buena medida a nuestro mundo aparentemente satisfecho: “dame un poco de hambre, que me estoy muriendo de pan”. Porque más allá del espejismo de tantas ofertas hinchadas, que el consumo nos sirve a domicilio y con facilidades de pago, que en la medida que más las acumulamos más vacíos nos dejan, está la realidad-real de las personas en esta sociedad del tener que deja triste nuestra alma y solo el corazón.
ResponderEliminarJesús nos pregunta hoy en esta fiesta del Corpus Christi: ¿de qué tienes hambre? ¿cómo la sacias? Dos mil años después la humanidad sigue teniendo hambre en tantos sen¬tidos. Y dos mil años después unos responden entreteniendo, distrayendo las hambres del cuerpo y las del alma. Jesús no fue un demagogo sino que fue a la raíz del problema: Yo soy el Pan de vue¬stra vida. Y desde ese ejemplo de quien va por delante, nos dijo y nos dice: ahora, darles vosotros de comer.
El hambre de justicia, de paz y de pan, el hambre de luz y de gracia, el hambre de libertad y de sentido de la vida, no vendrá, ciertamente, por reuniones y planificaciones que no comprometen, sino que su solución pasa personalmente por cada uno de nosotros, por nuestras manos, por nuestros panes y peces con los que nuevamente Dios hará el milagro.
Un cristiano que celebra el Corpus Christi es alguien que ensimismado ante el Pan de Dios, se hace él mismo pan que sabe a lo que sabe Dios, que se deja comer... y quien “nos coma” pueda experimentar aquello que experimentaron los que se alimentaron del Señor: que Él es el Pan de la Vida, el que más se corresponde con nuestra anemia espiritual; Él es el Pan verdadero que verdaderamente sacia todas las hambres de nuestro corazón humano.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo