CONTEMPLAD EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA
El
domingo, 22 de mayo, celebramos la «Solemnidad de la santísima e indivisa
Trinidad, en la que confesamos y veneramos al único Dios en la Trinidad de
personas, y la Trinidad de personas en la unidad de Dios» (elog. del Martirologio Romano).
En esa solemnidad celebramos también la Jornada Pro orantibus. Es un día para
que valoremos y agradezcamos la vida de los monjes y monjas, que se consagran
enteramente a Dios por la oración, el trabajo, la penitencia y el silencio.
Toda la Iglesia debe orar al Señor por esta vocación tan especial y necesaria,
despertando el interés vocacional por la vida consagrada contemplativa.
La
exhortación apostólica de san Juan Pablo II, Vita consecrata, en el número 8,
describe así la naturaleza y finalidad de la vida consagrada contemplativa:
«Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por
mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de
gracias celestiales. Con su vida y misión, sus miembros imitan a Cristo orando
en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la
gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra
de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la
mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y
actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un
singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una
misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios» (VC, n. 8).
El
lema de este año es: «Contemplad el Rostro de la misericordia». Está en
sintonía con el Año Santo de la Misericordia, convocado por el papa Francisco
para toda la Iglesia.
La
misericordia es un tema central para comprender a Dios y, en consecuencia, para
comprender al hombre. Así nos lo han recordado en los últimos años: san Juan
Pablo II, con su encíclica Dives in misericordia; Benedicto XVI, con su
encíclica Deus caritas est; y el propio papa Francisco con este Año Jubilar, a
través de la bula de convocación Misericordiae Vultus.
«Jesucristo es el Rostro
de la misericordia del Padre» (MV,
n. 1). «Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio
de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición
para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de
la Santísima Trinidad» (MV,
n. 2).
La
misericordia cualifica la sacramentalidad de la Iglesia. Dentro de la Iglesia,
la vida consagrada y, de modo especial, la vida consagrada contemplativa, está
llamada a ser transparencia viva del Rostro misericordioso de Cristo (mensaje del cartel de la Jornada).
Quien ha experimentado en su vida, como la persona contemplativa, la misericordia
de Dios, la irradia a los demás y es misericordiosa y compasiva con los
hermanos. Es el gran mandato y herencia de Jesús: «Sed misericordiosos como
vuestro Padre es misericordioso» (Lc
6, 36).
Antes
hemos de rescatar la misericordia de una concepción excesivamente sentimental,
para convertirla en el gran principio de acción de la Iglesia que la impulsa a
comprometerse con los más pobres. Mientras los poderosos tienen en cuenta todo
menos el sufrimiento del pueblo, la Iglesia, y dentro de ella la vida
consagrada contemplativa, está urgida a recuperar y patentizar su clamor: «La
Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre,
escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus
fuerzas» (EG, n. 188).
«Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado
la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (EG, n. 24).
El papa habla de comunidades samaritanas, verdaderos hospitales de campaña,
capaces de salir a las periferias del dolor para sanar las heridas, curar, dar
calor.
Cierto
que los miembros de vida consagrada y las personas contemplativas, como el
resto del Pueblo de Dios, llevamos este tesoro de la misericordia de Dios en
vasijas de barro (cf.
2 Cor 4, 7). Por eso necesitamos recibir
constantemente la misericordia de Dios para poder ofrecerla y repartirla con la
misma magnanimidad como se nos ofrece a diario. Ojalá que las personas
consagradas sean testigos de misericordia y profecía del amor de Dios, que se
revela en el rostro del Señor, el primer consagrado al padre, y con el que los
contemplativos se identifican en su forma de vida y en sus gestos
inconfundibles de misericordia.
En la Jornada Pro orantibus damos gracias
Dios por el don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el
Rostro de Cristo misericordioso, que resplandece en su Iglesia.
✠ Vicente
Jiménez Zamora - Arzobispo de Zaragoza. Presidente de la
Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
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