TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 21 de mayo de 2016

CONTEMPLAD EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA
   El domingo, 22 de mayo, celebramos la «Solemnidad de la santísima e indivisa Trinidad, en la que confesamos y veneramos al único Dios en la Trinidad de personas, y la Trinidad de personas en la unidad de Dios» (elog. del Martirologio Romano). En esa solemnidad celebramos también la Jornada Pro orantibus. Es un día para que valoremos y agradezcamos la vida de los monjes y monjas, que se consagran enteramente a Dios por la oración, el trabajo, la penitencia y el silencio. Toda la Iglesia debe orar al Señor por esta vocación tan especial y necesaria, despertando el interés vocacional por la vida consagrada contemplativa.
     La exhortación apostólica de san Juan Pablo II, Vita consecrata, en el número 8, describe así la naturaleza y finalidad de la vida consagrada contemplativa: «Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios» (VC, n. 8).
     El lema de este año es: «Contemplad el Rostro de la misericordia». Está en sintonía con el Año Santo de la Misericordia, convocado por el papa Francisco para toda la Iglesia.
     La misericordia es un tema central para comprender a Dios y, en consecuencia, para comprender al hombre. Así nos lo han recordado en los últimos años: san Juan Pablo II, con su encíclica Dives in misericordia; Benedicto XVI, con su encíclica Deus caritas est; y el propio papa Francisco con este Año Jubilar, a través de la bula de convocación Misericordiae Vultus.

     «Jesucristo es el Rostro de la misericordia del Padre» (MV, n. 1). «Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad» (MV, n. 2).

     La misericordia cualifica la sacramentalidad de la Iglesia. Dentro de la Iglesia, la vida consagrada y, de modo especial, la vida consagrada contemplativa, está llamada a ser transparencia viva del Rostro misericordioso de Cristo (mensaje del cartel de la Jornada). Quien ha experimentado en su vida, como la persona contemplativa, la misericordia de Dios, la irradia a los demás y es misericordiosa y compasiva con los hermanos. Es el gran mandato y herencia de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
     Antes hemos de rescatar la misericordia de una concepción excesivamente sentimental, para convertirla en el gran principio de acción de la Iglesia que la impulsa a comprometerse con los más pobres. Mientras los poderosos tienen en cuenta todo menos el sufrimiento del pueblo, la Iglesia, y dentro de ella la vida consagrada contemplativa, está urgida a recuperar y patentizar su clamor: «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas» (EG, n. 188). «Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (EG, n. 24). El papa habla de comunidades samaritanas, verdaderos hospitales de campaña, capaces de salir a las periferias del dolor para sanar las heridas, curar, dar calor.
     Cierto que los miembros de vida consagrada y las personas contemplativas, como el resto del Pueblo de Dios, llevamos este tesoro de la misericordia de Dios en vasijas de barro (cf. 2 Cor 4, 7). Por eso necesitamos recibir constantemente la misericordia de Dios para poder ofrecerla y repartirla con la misma magnanimidad como se nos ofrece a diario. Ojalá que las personas consagradas sean testigos de misericordia y profecía del amor de Dios, que se revela en el rostro del Señor, el primer consagrado al padre, y con el que los contemplativos se identifican en su forma de vida y en sus gestos inconfundibles de misericordia.
     En la Jornada Pro orantibus damos gracias Dios por el don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el Rostro de Cristo misericordioso, que resplandece en su Iglesia.


Vicente Jiménez Zamora - Arzobispo de Zaragoza. Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

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