Cristo Rey: “A mí me lo hicisteis”
La fiesta de Cristo Rey del
Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus
distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida
pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su
ascensión a los cielos y el envío del Espíritu Santo, la espera de su gloriosa
venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al
Padre.
Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como
el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la
prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el
extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la
ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos
a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte
de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento
nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a
otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os
amáis unos a otros.
La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante
esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los
tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su
izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino.
Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el
demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la
reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la
tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre
a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque
nuestros pasos hayan sido muy extraviados. El continuamente nos brinda su
misericordia, que sana nuestras heridas.
Pero en todo caso el examen y la medida será la del
amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra
principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha
para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el
contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y
se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el
infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final
de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida.
Impresiona en esta escena del juicio final
que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. "A mí me lo
hicisteis". Cada vez que lo hicimos
con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el
buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento,
en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el
pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas.
La realeza de Cristo es por tanto algo que
se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que
le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no
por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son
atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por
ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de
Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros
hermanos.
Cristo y
los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico
se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes
tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los
demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos
evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a
toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+
Demetrio Fernández - obispo de
Córdoba
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