En
Pentecostés la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu Santo, inaugura la misión
encomendada por su Señor de predicar el Evangelio hasta los últimos confines de
la tierra.
La acción del Espíritu ocupa un lugar
destacado en los grandes acontecimientos de la Historia de la Salvación. Antes de
los tiempos, en el seno de Dios, el Espíritu unge a Jesús como
Mesías, profeta, sacerdote e hijo amado del Padre. En la
Encarnación, inunda a María y, gracias a su sombra fecunda, el
Verbo toma carne en sus purísimas entrañas. En los inicios del ministerio
público de Jesús, el Espíritu le lleva al desierto, se manifiesta en
su bautismo y habla por Él en la sinagoga de Nazareth. En los
instantes supremos de la vida del Señor, la acción del Espíritu hace
perfecta y agradable al Padre su obra redentora; y en
Pentecostés se manifiesta en todo su esplendor.
En Pentecostés "rompe el Espíritu el techo de la tierra y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende y alegra las entrañas del mundo" (Himno de Tertia). Desde entonces, el Espíritu es el alma de la Iglesia porque la unifica, dinamiza y vivifica. Él es el manantial de los carismas, los dones, funciones y ministerios (1 Cor, 12,4-6); y es también el corazón de la vida personal de cada cristiano, hasta el punto de que no podemos decir "Jesús es el Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). El Espíritu es quien deposita en nuestras almas el amor y el anhelo de santidad.
En Pentecostés "rompe el Espíritu el techo de la tierra y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende y alegra las entrañas del mundo" (Himno de Tertia). Desde entonces, el Espíritu es el alma de la Iglesia porque la unifica, dinamiza y vivifica. Él es el manantial de los carismas, los dones, funciones y ministerios (1 Cor, 12,4-6); y es también el corazón de la vida personal de cada cristiano, hasta el punto de que no podemos decir "Jesús es el Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). El Espíritu es quien deposita en nuestras almas el amor y el anhelo de santidad.
En Pentecostés, el Espíritu se manifiesta
como la "la
fuerza que pone pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta
testigos en el pueblo". A partir de Pentecostés, los apóstoles,
fortalecidos con la fuerza de lo alto, comienzan a anunciar a Jesucristo en
Jerusalén, en Judea, Samaría, Galilea y hasta los confines del mundo. Desde
entonces han sido innumerables los cristianos laicos que, habiendo escuchado el
mandato misionero de Jesús, lo han mostrado a sus hermanos, con coraje y
valentía, con la palabra y, sobre todo, con el testimonio luminoso de su vida. Por todo ello,
Pentecostés es la fiesta del Apostolado Seglar. También los laicos están
destinados al apostolado. Se trata de una obligación orgánica, que brota de
nuestro bautismo, en el que quedamos incorporados a la misión profética de
Cristo,
obligación que se acrecentó al recibir el don del Espíritu en la confirmación.
También vosotros, queridos militantes
seglares, estáis llamados a ser heraldos de la Buena Noticia, a compartir con
vuestros hermanos vuestro mejor tesoro, Jesucristo; a proclamar que vuestro
encuentro con Él es lo más grande que os ha sucedido, porque en Él habéis
hallado la luz, la vida, la esperanza y la alegría. Como los Apóstoles
después de Pentecostés, habéis de acercaros a tantos hombres y mujeres que se
debaten en el marasmo de la desesperanza, del nihilismo y de la infelicidad, para ser
testigos del Dios vivo, de su amor, de la alegría cristiana, de la paz y la
esperanza que nacen de la Buena Noticia del amor de Dios por la
humanidad. El testigo es quien habla con la vida. Así deben ser
los sacerdotes ante sus fieles, los padres ante sus hijos, los educadores ante
sus alumnos, y cada uno de vosotros, laicos cristianos, en el barrio,
en el trabajo, en el ocio y en el tiempo libre; también en la parroquia, implicados en
la catequesis, en el acompañamiento de niños y jóvenes y en los catecumenados
de adultos, dispuestos siempre a dar razón de vuestra fe y de vuestra esperanza…
Para
todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina - Arzobispo de Sevilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario