« ¿ERES TÚ EL QUE HA DE VENIR…? »
Mt. 11, 2-11
En aquel tiempo, Juan, que había oído en
la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus
discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les
respondió: Id a anunciar a Juan lo que
estáis viendo y oyendo: los
ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y
dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la
gente sobre Juan: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida
por el viento? O qué fuisteis a ver, ¿un hombre vestido con lujo? Los que
visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un
profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío
mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti».
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno
más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el reino de los
cielos es más grande que él.
Otras
Lecturas: Isaías 35, 1-6ª.10; Salmo 145; Santiago 5, 7-10
LECTIO:
Este tercer domingo de Adviento, se le
llama domingo gaudete (alegraos), porque la alegría forma parte de este tiempo
de espera... ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? –le preguntarán a Jesús los discípulos del Bautista –, y Jesús
responderá: decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena
Noticia. La alegría profetizada por Isaías tomaba rostro y nombre: Jesús.
A nosotros, cristianos
que recorremos este Adviento con el deseo de no repetir cansinamente el de años
anteriores, se nos dirige también una invitación a la alegría.
Cada uno tendrá que
reconocer cuáles son sus desiertos, sus yermos, sus páramos y estepas; cada uno
tendrá que poner nombre a la ceguera, la sordera, la cojera o la mudez de las
que nos habla este domingo la Palabra
de Dios. Pero es ciertamente en toda esa situación donde hemos de esperar a
quien viene para rescatarnos de la muerte, de la tristeza, del fatalismo.
Y somos llamados a
testimoniar ante el mundo esa alegría que nos ha acontecido, que se ha hecho también para nosotros el Rostro, la Carne y la
Historia de Jesucristo. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm,
arzobispo de Oviedo)
MEDITATIO:
Hoy
celebramos el tercer domingo de Adviento, caracterizado por la invitación de
san Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor: os lo
repito, estad alegres». No es una alegría
superficial o puramente emotiva a la que nos exhorta el apóstol, y ni siquiera
una mundana o la alegría del consumismo… se trata de una alegría más auténtica,
de la cual estamos llamados a redescubrir su sabor. Es una alegría que toca lo
íntimo de nuestro ser, mientras que esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer
la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María.
(Papa Francisco)
El desierto florece, la
consolación y la alegría inundan los corazones.
Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya
presente, se realizan en Jesús. Él mismo lo afirma respondiendo a los
mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a
estos mensajeros? «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan».
La Navidad está cerca, los signos de su
aproximarse son evidentes en nuestras calles y en nuestras casas... Estos
signos externos nos invitan a acoger al Señor que siempre viene y llama a
nuestra puerta, llama a nuestro corazón, para estar cerca de nosotros. Nos
invitan a reconocer sus pasos entre los de los hermanos que pasan a nuestro
lado, especialmente los más débiles y necesitados. (Papa
Francisco)
Hoy estamos invitados a
alegrarnos por la llegada inminente de nuestro Redentor; y
estamos llamados a compartir esta alegría con los demás, dando conforto y
esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. Que
la Virgen María, la «sierva del Señor», nos ayude a escuchar la voz de Dios en
la oración y a servirle con compasión en los hermanos, para llegar preparados a
la cita con la Navidad, preparando nuestro corazón para acoger a Jesús. (Papa Francisco)
ORATIO:
Reaviva en nosotros la memoria de los
beneficios recibidos, para que aún hoy podamos apostar por tu evangelio y para
que, aunque no reconozcamos tus caminos, continuemos como el Bautista siéndote
fieles.
“Alegraos siempre en el
Señor;
os lo repito, alegraos.
Que vuestra mesura la
conozca todo el mundo.
El Señor está cerca”.
CONTEMPLATIO:
«Id a
anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo»
En el camino
del adviento, hoy se nos presenta la figura de Juan el Bautista. Fue por
delante del Señor preparando sus caminos. Ya desde el nacimiento se llenó de
alegría en la presencia de Jesús, uno y otro desde el seno de sus madres
respectivas: Isabel y María. Y en la vida pública, Jesús comienza sus primeros
pasos de la mano del Bautista junto al Jordán. Juan lo
presentó en público con aquellas preciosas palabras: Este es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, indicando de
esta manera la misión del que viene a cargar con nuestros pecados y a
redimirnos por su sacrificio redentor. O cuando llegan a confundirlo con el
Mesías, Juan repite: Yo no soy el Mesías, soy el amigo
del esposo que se alegra de que el esposo esté presente. Jesús dice de él: no
ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista.
La figura de Juan Bautista
ocupa un lugar fundamental en los comienzos de la vida pública de Jesús, y por
eso es un personaje central en el tiempo de adviento. No sólo nos
señala con el dedo quién es Jesús y nos lo presenta, sino que
nos indica con su vida cuáles son las actitudes para salir al encuentro del
Señor que viene. [En primer lugar, la
humildad y la pobreza… La otra actitud de Juan el Bautista es la penitencia. Se
preparó para la llegada del Señor, viviendo austeramente en el desierto...] (+ Demetrio
Fernández - Obispo de Córdoba)
■… Y ahora permitidme que
termine esta meditación sobre el Adviento con las palabras que sugiere el
Profeta Isaías: "Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas
vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a
vuestro Dios ... Él os salvará" (Is 35, 3-4). Que nunca falte en vuestra vida esta
esperanza que su venida deposita en el corazón de cada hombre y en la que lo
confirma saludablemente. (San Juan Pablo II, pp)
Vuelve la figura colosal de Juan Bautista. Esta vez está en la cárcel. Le surgen dudas, por otra parte normal. Cuando entró en la Iglesia Católica Chesterton, dijo con mucha sabiduría: al entrar en la Iglesia me quité el sombrero, pero nunca la cabeza para pensar. ¿Cuáles son las dudas de Juan en la cárcel? ¿Dónde están sus grandes interrogantes?
ResponderEliminarAl estar encarcelado él ve que pasa el tiempo y no es liberado. Estaba convencido de que cuando viniera el Mesías, los signos más esperados y más deseados es que salten los cepos injustos y que sean liberados los que sufren por la verdad, los que están encarcelados por fidelidad al Señor de la Vida.
Es curioso que Jesús le diga a Juan que se están cumpliendo todos los signos mesiánicos para tranquilizarle: “los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”, pero no habla nada de liberación de los presos, que era la situación existencial de Juan. Parece como que a él le falla el Mesías porque sus expectativas no son cumplidas.
La clave está en que aquellos que hemos conocido el Amor de Cristo nunca debemos desconfiar de su Él, aunque se haga esperar y, a veces, parezca que no se cumplen sus planes o que no es puntual a la cita, por eso apostilla Jesús: ¡Dichoso el que no se escandaliza de mí!
La grandeza de Juan está en la humildad profunda que le lleva a desaparecer, aún en sus propios intereses personales, para dar paso al Dios que viene y que sólo podemos esperarlo y acogerlo en la fe, en la sorpresa, en la novedad y en el asombro. Somos contemplativos porque sabemos que de quien nos hemos fiado siempre lleva a buen término la obra que empezó en nosotros.
Las dudas a veces son inevitables en el camino del seguimiento de Cristo. La duda es volver, una y otra vez, al amor primero, a la certeza de saber que el Amor de Dios siempre se sale con las suyas. A veces, parece que Dios calla y nos asusta tanto silencio de Dios, pero si, como decía el Hermano Rafael, “sabemos esperar”, entonces nuestra vida se transforma y las dudas se disipan como la niebla.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres