« JOSÉ
HIZO LO QUE LE HABÍA MANDADO EL ÁNGEL »
Mt. 1,18-24
El
nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada
con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra
del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla,
decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le
apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
José, hijo de David, no tengas reparo en
llevarte a María, tu mujer, porque
la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de los pecados.
Todo
esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta:
Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre
Enmanuel, que significa «Dios-con-nosotros». Cuando José
se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa
a su mujer.
Otras
Lecturas: Isaías 7, 10-15.20; Salmo 23; Romanos 1, 1-7
LECTIO:
En el cuarto domingo de
adviento estamos tocando con las manos el misterio cercano del nacimiento del
Señor. La Navidad se echa encima, estamos a las
puertas. Este cuarto domingo es el domingo mariano por excelencia. Y junto María, está José en este gran misterio.
Ya desde antiguo fue
anunciado que el Mesías nacería de una virgen y nacería virginalmente. Así lo
recuerda la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Isaías. Era
como un sueño, que se ha hecho realidad en la historia, en María. María es la
madre de Jesús, permaneciendo virgen antes del parto, en el parto y después del
parto. Madre y virgen. La atención se centra en ella cuando estamos a las
puertas de la Navidad, porque en su vientre viene hasta nosotros el Hijo de
Dios hecho hombre…
María y José, cada uno a su manera, son
prototipo de esta colaboración en los planes de Dios. Uno y otro
acogen la buena noticia con corazón fiel, y ponen su vida entera al servicio
del misterio de la encarnación. Y sus vidas no fueron estériles por eso. Al
contrario, representan la mayor fecundidad que una persona humana ha podido
tener. María es la bendita entre todas las mujeres, a la que todas las
generaciones felicitarán. Ella es el personaje más importante en la obra
redentora,
más que los apóstoles, más que cada uno de nosotros por mucho que hagamos. Y
junto a ella, José, sin el que todo este misterio hubiera
sido inviable históricamente. También él pone su vida al servicio de este gran misterio, y eso le ha
merecido ser protector y cuidador de generaciones y generaciones, patriarca de
la Iglesia. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)
MEDITATIO:
La liturgia de hoy está
caracterizada por el tema de la proximidad, la cercanía de
Dios a la humanidad. El pasaje del
Evangelio nos muestra a las dos personas que más que cualquier otra están
envueltas en este misterio de amor: la Virgen María y su esposo José. Misterio
de amor, misterio de cercanía de Dios con la humanidad. (Papa
Francisco)
“La
Virgen concebirá y dará a luz un hijo». El Hijo de Dios “viene” para convertirse en hombre. Así Dios se ha acercado
al ser humano tomando la carne de una mujer… El otro protagonista del
Evangelio de hoy es San José… en aquel momento de la duda, también del miedo, Dios
se le acerca con un mensajero suyo y él es iluminado sobre la naturaleza de
aquella maternidad: “porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del
Espíritu Santo”. Así, frente al evento extraordinario, que ciertamente suscita
en su corazón tantas interrogantes, se confía totalmente en Dios que se le
acerca y, siguiendo su invitación… la toma consigo y la desposa. (Papa
Francisco)
Estas dos figuras, María y
José, que han sido los primeros en acoger a Jesús mediante la fe, nos
introducen en el misterio de la Navidad.
María nos ayuda a colocarnos en actitud de disponibilidad para acoger al Hijo
de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra carne. José nos insta a buscar
siempre la voluntad de Dios y a seguirla con total confianza. Ambos están
dispuestos para acercarse a Dios. (Papa Francisco)
ORATIO:
No permitas, Señor, que
pasen desapercibidos estos signos preciosos de tu presencia… Al
contrario, refuerza y guarda en nosotros la fe obediente del justo José.
José, el justo, el hombre
de Dios, intercede por nosotros,
para que como Tú tengamos
la docilidad que tuviste,
para saber decirle al
Señor: SÍ
CONTEMPLATIO:
«José hizo lo que le había mandado el Ángel del Señor y se llevó a casa a
su mujer»
Estamos ya en las puertas de la Navidad, y a nosotros se nos ha anunciado esta Buena
noticia prometida antiguamente por los profetas.
No sólo… para Israel,
sino para todos y para siempre, Yahvéh dejará de ser un Dios Altísimo (en cuanto lejano) para ser un Dios-con-nosotros, un Dios que ha querido acamparse en nuestro
suelo, hablar nuestro lenguaje, sufrir nuestros dolores y gozar nuestras alegrías…
Él es Dios y
con-nosotros, es el Emmanuel. Ojala que descubramos que jamás molestamos a un Dios que ha querido
amarnos hasta la convivencia, hasta la coexistencia, hasta ser-estar con
nosotros.
Y ojala nos conceda
tratarnos entre nosotros como somos tratados por Él: que acogiendo y
contemplando al Emmanuel, al Dios-con-nosotros, podamos a nuestra vez ser
también nosotros hermanos-entre-hermanos siendo verdaderamente hijos ante Él. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
■… El nombre de Jesús es
nombre divino, anunciado a María de parte de Dios por el arcángel san Gabriel;
y por esto dijo san Pablo, que era nombre sobre todo nombre, en el que
solamente se halla la salvación. Este nombre es comparado por el Espíritu Santo
al aceite, por la razón, dice san Bernardo, de que así como el aceite es luz y
comida, y también medicina; así el nombre de Jesús es luz para el
entendimiento, alimento para el corazón y medicina para el alma. (San Alfonso María de Ligorio)
María y José en este cuarto domingo de Adviento son los grandes protagonistas del que ya está golpeando a la puerta para venir y entrar, el Señor Jesús. María, la mujer que creyó que para Dios nada hay imposible, está detrás de la fe de San José al que el Señor le pide lo más difícil y complicado que te puede tocar en esta vida cuando amas. Y el Señor le pide la poda y el despojo total.
ResponderEliminarPrimero, el amor sin poseer. José tiene que amar con locura y saber que no le pertenece su esposa, María ni el Niño que ha nacido “por obra y gracia del Espíritu Santo”. José no comprende, como nosotros, pero recorre kilómetros amando sólo en fe y esperanza. No pide explicaciones especiales, sólo quiere saber dónde situarse en el misterio en el que Dios le envuelve y confía, en medio de no pocas tribulaciones, dudas y dificultades.
Segundo, el problema de los “Josés” de la historia es cumplir con el papel perfectamente y cuando se cierre el telón saber desaparecer con paz. Es la lógica de las almas grandes, de los gigantes que hacen tanto bien sin notarse. Estar en los momentos claves de la vida y de la historia, como José, y luego de puntillas retirarse en el momento “justo y necesario”. Esto sólo lo entienden las almas grandes, capaces de vivir en voluntad de Dios. Los que saben que el gran protagonismo de la historia es el Amor de Dios. La profunda humildad del corazón de hacer el bien casi sin notarse.
Por último, José no se retira al sótano de los quemados intensivos, de los instalados en la queja permanente, sino que busca, desde su propia realidad, amar hasta el extremo. Desde cualquier situación que vivamos podemos ser Adviento, esperanza y como José, construir desde nuestra pobreza, desde nuestro cansancio. Sabiendo que cuando nos ponemos en sus manos con una infinita confianza, el Señor nos transforma y nos crecen las alas, como a San José, de servicio y de entrega aunque nos toque aparentemente la parte más dura de la vida, la de amar desde el anonimato, la sencillez y el, al mismo tiempo, saber desaparecer.
José, en este último domingo de Adviento, es una llamada a vivir la fe de María. Abrirse al Misterio. Contemplar al que llega para saciar nuestro infinito deseo de Amor.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres