« HÁGASE
EN MÍ SEGÚN TU PALABRA »
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue
enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente
ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No
temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre
y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará
Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará
sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso,
pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios.
También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses
la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Otras
Lecturas: Génesis 3,9-15.20; Salmo 97; Romanos 15, 4-9
LECTIO:
Seguimos caminando en este camino que nos
lleva hasta la Navidad del Señor… En este caminar hoy la liturgia nos sorprende con una fiesta
de la Virgen particularmente querida en nuestra tradición cristiana de España:
la Inmaculada Concepción. Esta solemnidad nos es presentada como
una dulce invitación a fijar nuestra mirada en María, la llena de gracia y
limpia de pecado ya en su misma concepción. Si el camino del Adviento nos prepara para recibir la Luz sin ocaso que representa y es el Hijo de Dios, María es la aurora que anuncia el
nacimiento de esa Luz:
Ella es el modelo acabado donde poder mirarnos y donde encontrar las actitudes
propias de cómo esperar y acoger al Señor prometido.
Que María haya sido preservada del pecado
original y originante, significa que el eterno proyecto de Dios, un proyecto de
bondad y de belleza… no fue del todo truncado ni fatalmente contradicho con la
aparición del Tentador y sus mañas ante el cual sucumbirá Eva.
… La
Inmaculada representa esa certeza ejemplar, esa gracia sucedida, de que en medio de los borrones de tantos días Dios nos muestra en
María una página blanca y limpia en la que poder leer una historia sin mancha…
La Sin-pecado e In-maculada nos acompaña en nuestras debilidades para
levantarnos, y con la gracia de su Hijo poder volver a empezar… (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
MEDITATIO:
El pasaje crucial, que narra hoy el
Evangelio, es cuando Dios viene a habitar entre nosotros, se hace hombre como
nosotros. Y esto fue posible por medio de un gran sí… el de María en el
momento de la Anunciación. Por este sí Jesús ha comenzado su camino
por los senderos de la humanidad… Se
hizo en todo igual a nosotros menos en una cosa, excepto en el pecado. Por eso
eligió a María, la única criatura sin pecado, inmaculada. En el Evangelio, con
una sola palabra, ella es denominada “llena de gracia”, es decir, colmada de
gracia. (Papa
Francisco)
María responde a la propuesta de Dios
diciendo: “He aquí la sierva del Señor”… El suyo es un sí pleno, total, para
toda la vida, sin condiciones. Y…el sí de María ha abierto el camino a Dios
entre nosotros. Es el sí más importante de la historia, el sí
humilde que derroca el no soberbio de los orígenes, el
sí fiel que sana la desobediencia, el sí disponible que desbarata el egoísmo
del pecado. (Papa
Francisco)
También para cada uno de nosotros hay una
historia de salvación hecha de un sí y de un no a Dios. A veces, sin
embargo, somos expertos en los síes a medias: se nos da muy bien
fingir que no entendemos lo que Dios quiere y la conciencia nos sugiere.
En este camino de Adviento, Dios desea
visitarnos y espera nuestro sí. Pensemos: Yo, hoy, ¿qué sí debo
decir a Dios? (Papa
Francisco)
ORATIO:
Oh
Virgen purísima, que nos has engendrado en el Hijo unigénito de Dios, hijos
tuyos de adopción, enséñanos el camino de la caridad sincera, del humilde
servicio y del celo infatigable, para que lleguemos a la presencia del Altísimo «santos
e irreprochables por el amor».
Necesitamos de tu corazón inmaculado,
para amar en modo gratuito
sin segundos fines, sino buscando el bien del otro,
(Papa Francisco)
para amar en modo gratuito
sin segundos fines, sino buscando el bien del otro,
(Papa Francisco)
CONTEMPLATIO:
«Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo»
En el contexto del adviento, brilla la fiesta de María Santísima,
primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. El viene a
librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá
nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y
egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor,
que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.
En María todo esto se ha cumplido. Por
eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar.
Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el
Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y
por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la
Inmaculada Concepción, la Purísima, la
Llena de gracia. "Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado
original"…
Por eso, el
adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo,
ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo
dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su
misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar
tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva,
que llenará nuestro corazón de alegría. El adviento es tiempo de esperanza y de
alegría, porque nuestros
problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. (+ Demetrio
Fernández - Obispo de Córdoba)
■… Es inmensa la gracia concedida a esta Virgen
santa. Por eso Gabriel, le dirige primeramente este saludo: «Alégrate, llena de
gracia», resplandeciente como el cielo. «Alégrate, llena de gracia», Virgen
adornada con toda clase de virtudes… «Alégrate, llena de gracia», tú sacias a
los sedientos con la dulzura de la fuente eterna. Alégrate, santa Madre
inmaculada; tú has engendrado a Cristo que te precede. Alégrate, púrpura real;
tú has revestido al rey de cielo y tierra. Alégrate, libro sellado; tú has dado
al mundo poder leer al Verbo, el Hijo del Padre. (San Epifanio de
Salamina)
Unidos a tantos hermanos del mundo entero celebramos en este domingo la solemnidad de la Inmaculada Concepción, una de las fiestas marianas más queridas por el pueblo cristiano, cuyo instinto sobrenatural de lo divino, ya desde muy antiguo, percibe a la Santísima Virgen como la Purísima, la sin pecado desde el primer instante de su ser, por especial privilegio de Dios omnipotente en atención a los futuros méritos de su Hijo Jesucristo, como declarara el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 al definir como dogma de fe esta verdad.
ResponderEliminarEn esta solemnidad admiramos la “pura y limpia Concepción” de nuestra Madre, su pureza singular, su plenitud de gracia y su santidad eximia, obra maestra de la Santísima Trinidad, y con rendida admiración alabamos a la Virgen como hace la liturgia: “Toda hermosa eres María y en ti no existe la mancha original... El Señor Dios altísimo te ha bendecido Virgen María más que a todas las mujeres de la tierra”.
En esta fiesta damos gracias a Dios porque a la hora de dibujar el retrato de la madre de su Hijo, la hizo hermosa, limpia, pura, “llena de gracia” y “bendita entre todas las mujeres”. Por ello, bendecimos a Dios que nos ha dado como madre a su propia Madre. Le bendecimos también porque en nuestro bautismo hemos recibido la misma gracia que hizo inmaculada a María desde el primer instante de su concepción. Como María, también nosotros fuimos favorecidos por el misterio de la predilección de Dios, que nos miró con amor, regalándonos la filiación divina y la gracia santificante en los primeros días de nuestra vida. Él nos eligió en la persona de Cristo para que seamos santos e irreprochables, la respuesta natural a su amor de predilección. Él nos regaló la vocación cristiana y nos convocó en la Iglesia, que es nuestra familia, nuestro hogar, el manantial límpido en el que bebemos el agua de la gracia, la mesa familiar en la que cada domingo compartimos el pan de la palabra y de la Eucaristía…
(+ Juan José Asenjo Pelegrina - Arzobispo de Sevilla)