El Corazón de Cristo nos lleva al centro del Evangelio
Celebramos en nuestra Diócesis el Centenario
de la Consagración de España al Corazón de Jesús. Lo que se
pretende es activar al máximo el amor de Cristo, de cuya fuente manarán grandes
frutos de santidad. Este es nuestro propósito. Nuestros antepasados lo hicieron
hace cien años en otras circunstancias sociales, políticas, culturales y
religiosas, completamente diferentes a las nuestras de hoy. Lo que no ha cambiado es el
Amor infinito de Dios que siempre permanece y espera nuestra respuesta
individual y como comunidad diocesana. En efecto, queremos manifestar nuestro amor a Jesús y
llenarnos de su Amor, de modo que reine en nuestros corazones y en el mundo, en
nuestras relaciones sociales, en nuestra sociedad y en la iglesia. Es la mayor
riqueza espiritual de nuestra fe lo que nos llena de piedad y de profundidad,
pues de este Corazón divino y humano brota toda la riqueza de la santidad y la
íntima comunión de la Iglesia con Dios y en la fraternidad de los hermanos.
Este culto nos lleva al centro
del evangelio. Cuando amamos
su corazón divino y humano entendemos perfectamente que su amor nos llama a la
conversión, a que nos dediquemos a Él, a que nos consagremos a Él y a que
vivamos la reparación de los pecados –los nuestros y los de todos los hombres
nuestros hermanos—, respondiendo generosamente a su amor. El efecto inmediato
de esta dedicación al Señor se traducirá en mayor fervor, en el gusto de vivir
la fe y de dar testimonio de ella, pues Jesús que nos ama nos impulsa a invitar
a los demás a amarle; y, unido a todo ello, un especial flujo de caridad para
con los necesitados.
La consagración
al Corazón Sagrado de Cristo se centra en la amistad con él, en una relación firme y delicada en la que queremos
compartir nuestra vida ofreciéndole nuestros trabajos, nuestros sufrimientos y
nuestra cruz, afrontando las dificultades de forma cristiana, ofreciendo todo
al Señor, como Él se ofreció al Padre por nosotros.
El Señor quiere reinar en los
corazones, pero cada uno de nosotros somos un
abismo de sentimientos, afectos, deseos, y ¡cuántas veces se manifiestan las
heridas que nos deja la vida! Dice el Salmo que “el sana los corazones
destrozados y venda sus heridas” (Sal 146). No obstante todo cambia cuando sabemos que “sus
heridas nos han curado” (Isaías 53,5), porque solamente la compasión de Dios cura nuestra
aflicción, restaura lo que está roto y ablanda el corazón endurecido por el
pecado. Su amor desbordante no cesa de amar, nunca se cansa de perdonar, sana
nuestra incredulidad, nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestra desconfianza,
nuestra tibieza. Los que necesitan medico son los enfermos. Como dice Jesús,
“no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9, 12-13). Pero nos ha
dado como medicina su propia vida, hasta entregarla por completo por nosotros.
Su amor es nuestro único remedio. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo, que nos espera para consolarnos definitivamente.
En este
momento histórico donde parece que se tambalean los cimientos de los valores
que han fundamentado la sociedad y el sentido de la vida –desconocido para
muchos hoy— y la Iglesia, preocupada por el destino del hombre, nos envía a
evangelizar con autenticidad y alegría, debemos ser fieles instrumentos del
amor de Dios. Quien descubre su Amor reconoce en el Camino, la Verdad y la
Vida, y aprende el arte de vivir, que es el arte de amar. Él nos ayuda a forjar la civilización del amor que globaliza la esperanza y forma la unidad
entre los hombres, como en una verdadera familia.
+ Rafael Zornoza Boy
No hay comentarios:
Publicar un comentario