TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 23 de febrero de 2019

DEL BLOG DEL OBISPO

El Corazón de Cristo nos lleva al centro del Evangelio


     Celebramos en nuestra Diócesis el Centenario de la Consagración de España al Corazón de Jesús. Lo que se pretende es activar al máximo el amor de Cristo, de cuya fuente manarán grandes frutos de santidad. Este es nuestro propósito. Nuestros antepasados lo hicieron hace cien años en otras circunstancias sociales, políticas, culturales y religiosas, completamente diferentes a las nuestras de hoy. Lo que no ha cambiado es el Amor infinito de Dios que siempre permanece y espera nuestra respuesta individual y como comunidad diocesana. En efecto, queremos manifestar nuestro amor a Jesús y llenarnos de su Amor, de modo que reine en nuestros corazones y en el mundo, en nuestras relaciones sociales, en nuestra sociedad y en la iglesia. Es la mayor riqueza espiritual de nuestra fe lo que nos llena de piedad y de profundidad, pues de este Corazón divino y humano brota toda la riqueza de la santidad y la íntima comunión de la Iglesia con Dios y en la fraternidad de los hermanos.
     Este culto nos lleva al centro del evangelio. Cuando amamos su corazón divino y humano entendemos perfectamente que su amor nos llama a la conversión, a que nos dediquemos a Él, a que nos consagremos a Él y a que vivamos la reparación de los pecados –los nuestros y los de todos los hombres nuestros hermanos—, respondiendo generosamente a su amor. El efecto inmediato de esta dedicación al Señor se traducirá en mayor fervor, en el gusto de vivir la fe y de dar testimonio de ella, pues Jesús que nos ama nos impulsa a invitar a los demás a amarle; y, unido a todo ello, un especial flujo de caridad para con los necesitados.
      La consagración al Corazón Sagrado de Cristo se centra en la amistad con él, en una relación firme y delicada en la que queremos compartir nuestra vida ofreciéndole nuestros trabajos, nuestros sufrimientos y nuestra cruz, afrontando las dificultades de forma cristiana, ofreciendo todo al Señor, como Él se ofreció al Padre por nosotros.
     El Señor quiere reinar en los corazones, pero cada uno de nosotros somos un abismo de sentimientos, afectos, deseos, y ¡cuántas veces se manifiestan las heridas que nos deja la vida! Dice el Salmo que “el sana los corazones destrozados y venda sus heridas” (Sal 146). No obstante todo cambia cuando sabemos que “sus heridas nos han curado” (Isaías 53,5), porque solamente la compasión de Dios cura nuestra aflicción, restaura lo que está roto y ablanda el corazón endurecido por el pecado. Su amor desbordante no cesa de amar, nunca se cansa de perdonar, sana nuestra incredulidad, nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestra desconfianza, nuestra tibieza. Los que necesitan medico son los enfermos. Como dice Jesús, “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9, 12-13). Pero nos ha dado como medicina su propia vida, hasta entregarla por completo por nosotros. Su amor es nuestro único remedio. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que nos espera para consolarnos definitivamente.
     En este momento histórico donde parece que se tambalean los cimientos de los valores que han fundamentado la sociedad y el sentido de la vida –desconocido para muchos hoy— y la Iglesia, preocupada por el destino del hombre, nos envía a evangelizar con autenticidad y alegría, debemos ser fieles instrumentos del amor de Dios. Quien descubre su Amor reconoce en el Camino, la Verdad y la Vida, y aprende el arte de vivir, que es el arte de amar. Él nos ayuda a forjar la civilización del amor que globaliza la esperanza y forma la unidad entre los hombres, como en una verdadera familia.


                                                                                                 +   Rafael Zornoza Boy

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