«TOMAD,
ESTO ES MI CUERPO… ESTA ES MI SANGRE»
Mc 14, 12-16. 22-26
El primer día de los Ácimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos discípulos
diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro
de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro
pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis
discípulos?”.
Os enseñará una habitación grande en el
piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». Los discípulos
se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y
prepararon la Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando
la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
Y les dijo: «Esta es mi sangre de la
alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber
del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios». Después de cantar el himno, salieron para el monte de
los Olivos.
Otras Lecturas: Éxodo 24,3-8; Salmo 115; Hebreos 9,11-15
LECTIO:
Como nos dice el Evangelio de este domingo
de Corpus, Jesús se ha hecho nuestra comida y nuestra bebida, su Cuerpo y su
Sangre dados en alimento inmerecido siempre... Comer este Pan que sacia todas
las hambres significa adherirse a Jesús, es decir, entrar en comunión de vida
con Él, compartiendo su destino y su afán, hacerse discípulo suyo, vivir con Él
y seguirle.
Atender a Jesús, seguirle, nutrirse en Él,
no significa desatender y abandonar a los demás… Jamás los verdaderos
cristianos y nunca los auténticos discípulos que han saciado las hambres de su
corazón en el Pan de Jesús, se han desentendido de las otras hambres de sus
hermanos los hombres.
Por eso comulgar a Jesús no es posible sin
comulgar también a los hermanos. No son la misma comunión, pero no se pueden
separar. Y esto lo ha entendido muy bien la Iglesia cuando al presentarnos hoy
la fiesta del Corpus Christi en la cual adoramos a Jesús en el sacramento de la
Eucaristía, nos presenta al mismo tiempo a los pobres e indigentes, en el día
nacional de Cáritas. Difícil es comulgar a Jesús, ignorando la comunión con los
hombres. Difícil es saciar el hambre de nuestro corazón en su Pan vivo, sin
atender el hambre básica de los hermanos.
Hemos de adorar a Jesús-Eucaristía y hemos
de reconocerlo también en ese sagrario de carne que son los hermanos,
especialmente los más desheredados. Venid adoradores y adoremos. La procesión
del Corpus no sólo debe ser en este día, y no sólo en lo extraordinario de unas
calles engalanadas al efecto. También mañana, también en los días laborables,
en el surco de lo cotidiano, los cristianos debemos seguir nuestra procesión de
la Presencia de Jesús en nosotros y entre nosotros. Él está ahí, esperando que
le llevemos y que le reconozcamos. (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm – Arzobispo de Oviedo)
LECTIO:
La última Cena representa el punto de
llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su
sacrificio que se realizará en la cruz, sino también síntesis de una existencia
entregada por la salvación de toda la humanidad. Por lo tanto, no basta afirmar
que en la Eucaristía Jesús está presente, sino que es necesario ver en ella la
presencia de una vida donada y participar de ella. (Papa
Francisco)
Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos
asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a
realizar la comunión entre nosotros, a transformar
nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres. (Papa Francisco)
La
fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a
acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón.
Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en
la liturgia. (Papa
Francisco)
El Cristo, que nos nutre bajo las especies
consagradas del pan y del vino, es el mismo que viene a nuestro encuentro
en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en
el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra
disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de
Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el
más pequeño e indefenso. (Papa
Francisco)
ORATIO:
Tu cuerpo y sangre se me ofrece cada día con
la frescura de la vida, de tu vida que quiere regalarse y derrochar vida.
Gracias,
Señor, porque en medio de las confusiones
y
debilidades que experimento,
tu
sigues siendo mi fuerza, mi estímulo,
para
seguir siendo contigo pan
.
CONTEMPLATIO:
«Reconoced
en el pan al mismo que pendió en la cruz; reconoced en el cáliz la sangre que
brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo, tomad y bebed su
sangre. Sois ya miembros de Cristo. Comed el vínculo que os
mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención,
no sea que os depreciéis». (Responsorio
de la segunda lectura del Oficio de lecturas).
El Cristo presente en medio de nosotros, en
el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda la ceración,
y al mismo tiempo se convierta en comunión también con el más pobre, apoyo para
el débil, atención fraterna hacia quienes luchan por sostener el peso de la
vida diaria, y están en peligro de perder la fe. (Papa
Francisco)
Hoy, fiesta del Corpus Christi, tenemos la alegría no sólo de celebrar
este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra
ciudad. Que la procesión… exprese nuestro reconocimiento por
todo el camino que Dios nos hizo recorrer a través del desierto de nuestras
pobrezas, para hacernos salir de la condición servil, alimentándonos con su
Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. (Papa Francisco)
■… ¡Oh, qué dulce fue para mí carecer de repente de las dulzuras de
aquellas bagatelas, las cuales cuanto temía entonces perderlas tanto gustaba
ahora de dejarlas!... Porque tú las
arrojabas de mí, ¡oh verdadera y suma dulzura!, tú las arrojabas y en su lugar
entrabas tú, más dulce que todo deleite, aunque no a la carne y a la sangre;
más claro que toda luz, pero al mismo tiempo más interior que todo secreto; más
sublime que todos los honores, aunque no para los que se subliman sobre sí.
Libre estaba ya mi alma de los devoradores cuidados del ambicionar, adquirir y
revolcarse en el cieno de los placeres y rascarse la sarna de sus apetitos
carnales, y hablaba mucho ante ti, ¡oh Dios y Señor mío!, claridad mía, riqueza
mía y salud mía (San Agustín).
Quien conoce y reconoce a Cristo Vivo en la Eucaristía, nunca tendrá la profunda soledad del corazón. Aquí se cumple la promesa de la Trinidad en el Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo”. Es la presencia de Jesús en el alma, el antídoto más eficaz contra todas nuestras soledades, como decía San Bernardo, nunca está el hombre menos solo que cuando está a solas con Dios.
ResponderEliminar¿Cómo poder superar la profunda soledad del alma si no es con la presencia que “recrea y enamora” de Cristo en la Eucaristía?
Tenemos que adorar a Jesús en la Eucaristía que se reserva en el Sagrario para ser nuestra compañía y amigo en los caminos de la vida.
Es verdad que la Eucaristía es comida, es banquete. El mismo Jesús la instituye en esa clave de comida, como dice esta antífona: “Les diste pan del cielo que contiene en sí todo deleite”. La Eucaristía por la adoración responde a la pregunta profunda del corazón humano que le dicen al apostol Felipe, aquellos griegos: “Queremos ver a Jesús”. Así lo han cantado los poetas: “Veante mis ojos, dulce Jesús Bueno, veante mis ojos y muérame yo luego” (Santa Teresa de Jesús)
En esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo se reafirman las tres dimensiones esenciales de la Eucaristía como sacramento, sacrificio, banquete y presencia. Lo recoge bellamente uno de los himnos de Liturgia de este día, se canta la locura del Amor del Corazón: su Presencia entre nosotros. Se queda con nosotros para siempre como el Amigo que nunca falla. Aquello que le dicen las madres a sus hijos: “Te quiero tanto que te voy a comer”. Aquí es Cristo el que por amor se deja comer por nosotros como el auténtico maná que bajó del cielo.
Jesús nos dice con este sacramento: Os quiero tanto que me dejo comer para ser vuestra vida, vuestra alegría, vuestra paz ahora y por siempre.
La Eucaristía nos dice una y otra vez que no fue Moisés el que nos da el pan de vida, es mi Padre, dice el Señor, el que os alimenta, y también repetirá que la Eucaristía es para la vida; el que coma de este pan vivirá para siempre. Quien vive adorando la Eucaristía transforma su corazón.
+Francisco Cerero Chaves - Obispo de Coria-Cáceres