«TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO, QUE ENTREGÓ A SU UNIGÉNITO»
Jn. 3. 14-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él
tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,
para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él
no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el
nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron la tiniebla a la
luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz,
y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que
obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas
según Dios».
Otras Lecturas: 2Crónicas 36,14-16.7-19-23;
Salmo 136; Efesios 2,4-10
LECTIO:
Jesús, en este diálogo (con Nicodemo)
retoma un argumento muy querido por el Evangelio de Juan: el Hijo que amó hasta
el extremo y la luz despreciada. La serpiente que mordía a los israelitas
causándoles el peligro de inminente muerte, será al mismo tiempo signo de
salvación en el estandarte de Moisés; tanto que, al mirarla los mordidos por
ella, quedaban curados.
Esta paradoja es la que se verifica en la
elevación de Jesús: una cruz que le dará la muerte a Él, nos obtendrá la vida a
los demás, y de la misma manera que la muerte no tendrá la última palabra para
Jesús, tampoco la tendrá sobre aquellos que “mirarán al que traspasaron”.
Jesús…
da la clave de todas sus preguntas posibles: vivir en la verdad y no tener
miedo a la luz, ese era el camino de la salvación.
Evidentemente, esa luz es una persona viva: “yo soy la luz del mundo”. Creer en
esta luz es dejarse abrazar por ella y poner nuestros adentros a su sol, aunque
descubramos que no todo es trigo limpio en nuestra vida. Porque sólo vemos el
polvo y las telarañas en una habitación cuando en ella entra el sol.
Así
fue la propuesta de Jesús a Nicodemo, y así es la que nos hace la Cuaresma:
abrid vuestra ventana y que entre la luz de Dios.
No para abrumarnos con todo eso que estamos tentados de ocultar, de tapar, de
disfrazar, sino para convertirnos, para nacer de nuevo, para volver a empezar.
Sólo podrá cantar el aleluya pascual, el
aleluya luminoso y resucitado, quien haya tenido el arrojo y la humildad de
cantar el miserere de sus oscuridades y muertes cotidianas. A esto nos educa la
Cuaresma. Para que al final, donde ha abundado el pecado, pueda sobreabundar la
gracia de Dios, y quien tanto nos amó, nos quitará los sayales de luto para
vestirnos el traje de fiesta. (Fr. Jesús Sanz Montes ofm. - Arzobispo de
Oviedo),
MEDITATIO:
«A imagen tuya creaste al hombre y le
encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador,
dominara todo lo creado». En el origen del mundo está sólo el amor libre y
gratuito del Padre. San Ireneo… escribe: «Dios no creó a Adán porque tenía
necesidad del hombre, sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios».
Es así, el amor de Dios es así. (Papa
Francisco)
«Cuando por desobediencia perdió tu
amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido,
tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia. Como en la creación,
también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación destaca la
gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo
merezca, sino porque es el más pequeño entre todos los pueblos. (Papa Francisco)
Y cuando llega «la plenitud de los
tiempos», a pesar de que los hombres en más de una ocasión quebrantaron la
alianza, Dios, en lugar de abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo,
en la sangre de Jesús —el vínculo de la nueva y eterna alianza—, un vínculo que
jamás nada lo podrá romper. (Papa
Francisco)
Jesús
nos amó «hasta el extremo»,
no sólo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el límite
extremo del amor. Si en la creación el Padre nos dio la prueba de su inmenso
amor dándonos la vida, en la pasión y en la muerte de su Hijo nos dio la prueba
de las pruebas: vino a sufrir y morir por nosotros. Así de grande es la
misericordia de Dios: Él nos ama, nos perdona; Dios perdona todo y Dios perdona
siempre. (Papa Francisco)
ORATIO:
Jesús, sacerdote
eterno, que sabes compadecerte de nuestras enfermedades. Déjanos oír hoy tu voz, tu Palabra, para que no se endurezcan nuestros
corazones
Señor,
vengo a encontrarme contigo.
Necesito
tu luz y tu verdad
para
poder vivir mis compromisos
de vida
espiritual y de trabajo,
CONTEMPLATIO:
«Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito»
Al escuchar estas palabras, dirijamos la
mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sintamos dentro de nosotros que
Dios nos ama, nos ama de verdad, y nos ama en gran medida: Dios nos ama con amor gratuito y sin medida.
(Papa Francisco)
«La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la
tiniebla»
Todo adquiere sentido cuando encuentras
este tesoro, que Jesús llama "el Reino de Dios", es decir, Dios que
es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres, ¿reina así Dios
en tu vida? Esto es lo que Dios quiere, es por lo que Jesús se ha donado a sí
mismo hasta morir en la cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y
llevarnos al reino de la vida, de la belleza, la bondad, la alegría. (Papa
Francisco)
Mira y contempla la Cruz y deja que el
Señor te hable, consuele, nutra, purifique… a la luz de lo que has meditado y
orado con su Palabra de Vida.
Nos vamos acercando a la celebración de
los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Profundicemos, en la oración y
meditación, en todo lo que significó para Él ir a la cruz por nosotros:
¡qué infinito amor y generosidad de parte suya para morir en lugar tuyo y mío,
para devolvernos la amistad con Dios y abrirnos las puertas del cielo!
■… ¡Inefables
entrañas de la misericordia divina! ¡Piedad inmensa, digna de la más profunda
admiración! Para librar al esclavo has entregado al Hijo. Él nos ilumina y
benévolamente nos enseña el camino de la humildad, del amor y de toda virtud [...] Lo prendieron para librarnos a nosotros del yugo de la esclavitud[…] Lo vendieron por dinero para comprarnos con su sangre. Lo despojaron
para revestirnos de inmortalidad. Se burlaron de él para arrebatarnos de las
burlas de los demonios […] Fue coronado de espinas para desarraigar de nosotros las espinas y
cardos de la antigua maldición. Fue humillado para ensalzarnos. Por todas estas
cosas, te doy gracias y alabo tu nombre, oh Padre santo (Juan de Fécamp).
El cuarto Domingo de Cuaresma, domingo llamado de gozo, de alegría, nos presenta, como no podía ser de otra manera, la alegría de la salvación que nos trae Jesús.
ResponderEliminar¿Cuáles serían las fuentes de la alegría que el Evangelio de San Juan nos invita a beber?
Como Moisés elevó la serpiente, así será elevado el Hijo del Hombre como nuestro Redentor. Este texto nos recuerda a los israelitas en el desierto, que cuando les mordía la serpiente se curaban mirando al estandarte que Moisés hizo en el desierto. Nosotros, también mordidos y heridos por “la serpiente”, por el pecado, nos curamos mirando a Cristo Crucificado que tiene abierto y herido de Amor el Corazón ¡Sabemos, Señor, que tus heridas nos han curado!
Creer es ser felices y dichosos. “Felices los que han creído” porque “quien cree tiene vida eterna”. La fe vivida nos lleva siempre a tener vida abundante que comienza con la vida de gracia, como una fuente “que salta hasta la vida eterna”. Sin una vida de fe no hay plenitud de vida y, por ello, tampoco hay felicidad plena.
Por último, la clave de nuestra vida cristiana, lo sustantivo, lo esencial, es que “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE LE ENTREGÓ A SU HIJO ÚNICO”. La expresión más acertada es: ASÍ AMÓ DIOS AL MUNDO y, por otra parte, sabemos el sentido sacrificial que habla de entrega, que siempre nos recuerdan las palabras de la Consagración en la misa: “ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS.
Este domingo, poco a poco, nos va acercando al Misterio central de nuestra fe celebrado místicamente y que es el Triduo Pascual.
¿Cómo acercarnos con asombro? Mirando al Señor que nos llama a ser sanados de místicas heridas por la fe que nos lanza a “amar hasta el extremo”.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres