«QUE EL PRIMERO DE ENTRE
VOSOTROS SEA VUESTRO SERVIDOR»
Mt. 23. 1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y
a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los
escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos
pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están
dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la
gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los
primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que
les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí.
Vosotros, en cambio, no os dejéis
llamar rabbí, porque
uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno
solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro
servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Otras Lecturas: Malaquías 1,4b-2-2.2b,8-10;
Salmo 130; 1Tesalonicenses 2, 7b-9.13
LECTIO:
El Señor
nos ha dejado el evangelio como un proyecto de vida, donde refleja sus
enseñanzas, pero sobre todo su vida, que es la Buena Nueva que debemos imitar.
De ahí, que su manera de vivir y de concebir la religión, le ha provocado un
sin número de enfrentamientos con aquellos que eran considerados los
“profesionales de la fe”, como eran los escribas, los fariseos, los maestros de
la Ley.
El
enfrentamiento con ellos fue esencialmente por la manera de vivir el proyecto
de Dios, éstos proponían apenas una religión de ritos, de
prácticas externas que no afectaban la vida. De ahí, las críticas y el rechazo
del Señor a sus actitudes, porque no correspondían con el proyecto del Padre.
Este
evangelio es una llamada de atención para todos los que nos llamamos creyentes, ya que nos invita a la práctica sincera y
auténtica de nuestra fe, para no caer en el doble discurso que tenían los
maestros de la ley y los fariseos, a quienes Jesús criticó diciendo que:
“enseñan y no cumplen…, todo lo hacen por aparentar…, gustan de los primeros
asientos…”.
Que sea una
invitación para mirarnos a nosotros mismos, para ver nuestra actitud como cristianos, si
aquello que decimos creer lo estamos expresando con nuestra vida y a su vez si los demás encuentran al
Señor por medio de nuestra vida y testimonio.
MEDITATIO:
En el texto
del Evangelio de hoy, Jesús condena la incoherencia y la falta de sinceridad en
la relación con Dios y con el prójimo. Está hablando contra la hipocresía tanto
de los escribas y los fariseos de aquel tiempo como de nosotros, hoy. (Papa Francisco).
Dicen y no hacen. Jesús se dirige a la multitud y hace ver
la incoherencia entre palabra y práctica. Hablan y no practican. A pesar de todo, Jesús reconoce la
autoridad y el conocimiento de los escribas. (Papa Francisco).
Jesús
enumera varios puntos que revelan una incoherencia… Querían ser llamados
¡”Maestro”! Representaban un tipo de comunidad que mantenía, y legitimaba los
privilegios de los grandes y la posición inferior de los pequeños. Ahora, si
hay una cosa que a Jesús no le gusta son las apariencias que engañan. (Papa Francisco).
¿Cómo
combatir esta incoherencia? ¿Cómo debe ser una comunidad cristiana? Todos los trabajos y responsabilidades de
la vida en común deben ser asumidos como un servicio: El mayor entre vosotros será vuestro servidor. A nadie hay que llamar maestro (rabino),
ni padre, ni guía. Pues la comunidad de Jesús debe mantener, legitimar,
alimentar no las diferencias, sino la fraternidad. (Papa Francisco).
Considera
que el texto siguiente va dirigido a ti. «Decía san Francisco a sus hermanos: Predicad siempre el Evangelio y,
si fuera necesario, también con las palabras. No hay testimonio sin una vida
coherente. Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes,
convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo
y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo.»
ORATIO:
Señor; líbranos de la hipocresía. Deseamos
con la ayuda del Espíritu Santo seguir el estilo de vida propio del discípulo
de Cristo. Permítenos reconocer nuestras incoherencias, que ofuscan el
esplendor del Evangelio, y cuidar las relaciones contigo y con nosotros.
Que
mi fe se manifieste, Señor,
en actos concretos de amor a Dios y a los demás.
Ayúdame para que sepa amar,
dejando a un lado toda vanidad y deseo de aparecer.
en actos concretos de amor a Dios y a los demás.
Ayúdame para que sepa amar,
dejando a un lado toda vanidad y deseo de aparecer.
Deseamos ser tus
discípulos, sin pretender convertirnos en maestros de otros, y aprender de tus
labios, único Maestro, siempre con gozo renovado, el amor de Dios Padre por
nosotros, sus hijos.
CONTEMPLATIO:
“cumplid todo lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen,”
Claras y
duras son las palabras de Jesús en este pasaje. Su estilo transparente puede
hacernos sentir algo “incómodos”. ¡Cuántas veces nos muestra a lo largo de los
Evangelios su descontento con los hipócritas! ¡Cuántas veces nos exhorta a no
ser como ellos!
¡Qué actual
es esta recomendación que nos da el Señor! ¡Cuánto nos cuesta aceptar estas
palabras! ¿Por qué desoímos tantas veces lo que el Señor nos pide a través de
su Palabra? ¿No será para justificarnos en la incoherencia de los demás? Mejor
sería que pusiéramos en práctica todo lo que el Señor nos va pidiendo sin
esperar nada de los demás, sin olvidar que el instrumento es pequeño.
“Uno sólo es vuestro Padre, el del cielo.”
Levantemos
la mirada del horizonte y miremos en vertical, porque es de Dios y para Dios
todo en nuestra vida. No justifiquemos nuestros errores en los errores de los
demás, pues nuestro único modelo debe ser Jesús, en Él debemos fijar todas
nuestras metas. Ante Él la verdad y la autenticidad permanecen, todo lo demás
es desechado.
■… ¡Qué lástima! El fariseísmo esta tan extendido por el mundo... -¡Apariencias
de religiosidad!- Cifran su fe en palabras y obras y no se preocupan apenas más
que de las apariencias. […]Hay allí fariseísmo
interior, mis amigos. Cualquier cosa que haga el hombre farisaico siempre
procede de egoísmo. Obran así algunas personas religiosas que piensan, sin
embargo, que son los mejores ante Dios. Al
considerar de cerca sus obras, oración o cualquier otra actividad, en el fondo
no hay más que egoísmo, en todo persiguen el propio interés, aun sin advertirlo. […]Consciente y deliberadamente buscan los propios gustos, provecho o
comodidad, placer y utilidad interior y exteriormente. Distan mucho de poner
por obra el mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma,
con todo el Espíritu. Nada cuentan sus obras ante Dios (Juan Tauler).
El Señor siempre va al grano. El mayor encontronazo que se encontró el Señor fue con los fariseos, los de la autorreferencialidad, los que se presentaban delante de Dios con derechos y delante de la gente como modelos, como referencia para sus vidas: “Yo ayuno y doy limosnas”.
ResponderEliminarEl fallo es que todo lo hacen para “que los vea la gente”. Se han quedado siempre en la religión de la exterioridad y no han dado el paso al corazón, al interior que hay que cuidarlo para que dé frutos de caridad. Crecer por dentro para servir por fuera.
Los autorreferenciales son los fariseos y han existido y existirán siempre. Les falta la profunda humildad de corazón. No dejan pasar la luz de Dios por sus vidas porque no son transparentes, son opacos, no dejan que se vea en ellos la acción y el Amor de Dios, se queda en su yo, en su autorefencialidad, en su hipocresía.
Sustituyen a Dios. No sólo no llaman sino que ocupan el puesto del Padre, del Maestro. Excluyen a Dios porque su yo es el centro y a los demás que los parta un rayo. No tienen otro Dios que su propio yo, hecho norma de vida y juicio.
Al final, el Señor acaba explicando en este pasaje que la clave es poner humildemente los ojos en el Señor. En su forma de amar donde no hay egoísmo. El centro de la vida cristiana es Jesús y en nosotros se debe vivir el olvido de sí que ni olían los fariseos. En el fondo, la autorreferencialidad es la idolatría a uno mismo que ocupa el puesto de Dios tratando de hacerle un favor al Señor.
Siempre, el Señor nos remite a su Corazón manso y humilde. Su humildad ni se inicia ni se consolida, en que llegue a una vida plena de santidad. Nos quedamos en florituras, pero no se da fruto de vida, de caridad, de humildad. No se llega a alcanzar la meta de nuestra vida cristiana ya que por el Bautismo estamos todos llamados a la santidad, sin un vivir con los sentimientos del Corazón de Cristo no existe ni inicio ni progreso en la santidad. Es necesario volver, una y otra vez, a vencer la tentación farisaica de la “autorreferencialidad” para adentrarse en el corazón manso y humilde de Jesús.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres