CRISTO
REY
Todo en la
vida cristiana gira en torno a Jesucristo,
como no podía ser de otra manera. Él es el centro del cosmos y de la historia. El Año litúrgico nos va desgranando año tras año
ese misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final.
Y la celebración litúrgica tiene la capacidad de traernos eficazmente el
misterio que celebramos. En Jesucristo la historia de la humanidad ha
encontrado su plenitud, en él se nos anticipa nuestro futuro.
Celebrar
esta fiesta de Cristo Rey hace alusión, por una parte, a la pretensión
histórica de Jesús, por la que fue condenado a muerte: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Una
pretensión que quedó plenamente verificada en la resurrección de Jesús y en su
victoria sobre la muerte.
Verdaderamente, Jesús es Rey. Y por otra parte, hace alusión al final hacia el
que caminamos.
Es una fiesta de futuro, teniendo presente el pasado histórico y entrando en
esa espiral ascensional, que nos va configurando con Cristo hasta
transformarnos como él.
No se
trata de un reinado despótico. Jesús aparece como el buen pastor que cuida de
sus ovejas, manso y humilde de corazón, que está dispuesto a dar la vida por
cada uno de nosotros, como ha sucedido realmente. En él encontramos la paz del
corazón, pues nos sentimos queridos con un amor que sana nuestras heridas.
En el
conjunto de la historia, hay un error primigenio, el pecado original, y hay una
sobreabundancia de gracia en Jesucristo. “Si por un hombre vino la muerte, por
un hombre vino la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos
volverán a la vida”. Nuestra vida terrena camina con esta cojera. Jesús viene
en nuestra ayuda y nos llena el corazón de esperanza. El bautismo nos saca de
la muerte y nos introduce en la vida para siempre. Al final, todo será sometido
a Dios y Dios lo será todo para todos, si no malogramos el plan de Dios en
nuestra vida.
Jesús
aparece como el que viene a juzgar, cuando venga en su gloria el Hijo del
hombre. Viene a premiar a los buenos y a rechazar a los malos. “El separará a unos de otros, como un pastor
separa las ovejas de las cabras”. Y seremos examinados de amor. Al atardecer de la vida te examinarán del amor,
nos recuerda san Juan de la Cruz. “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo,
cómo, dónde, a quién? Todo lo que hicimos a uno de los humildes hermanos, “a mí me lo hicisteis”, dice Jesús.
Esa
personificación de Jesús en la persona de los pobres y los humildes, que asoman
en nuestra vida pidiendo nuestra ayuda, es todo un principio revolucionario en
la nueva civilización del amor. Nunca será el odio, sino el amor el que cambie
el mundo. El amor cristiano reside en nuestro corazón por el Espíritu Santo,
que se nos ha dado, nos hace salir de nosotros mismos para entregar la vida y
gastarla en favor de los demás. Pero además, el amor cristiano encuentra en
cada uno de los destinatarios (sean de la condición que sean) una prolongación
de Jesús, “a mí me lo hicisteis…”. Esta motivación en su origen y en su término hace
que Jesucristo reine en el mundo, transformando incluso el orden social.
No es
por tanto, un reino de poderío humano, de prepotencia, de exclusión de nadie.
El de Cristo es un reino de amor. Él nos ha ganado con las armas del amor, y
con estas mismas armas quiere que luchemos, seguros de la victoria final. “Un
reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la
santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de
la fiesta). ¡Venga a nosotros tu Reino!
Que la fiesta de Cristo Rey del universo
nos introduzca en esa espiral de amor, que va sanando todas las heridas del
corazón, propias y ajenas, consecuencia del pecado, y va introduciendo en cada
corazón una nueva vida que brota del Corazón de Cristo, que ama sin medida.
Recibid
mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo de
Córdoba
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