TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 21 de abril de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 23 DE ABRIL DE 2017, DE LA DIVINA MISERICORDIA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«PAZ A VOSOTROS»
 Jn. 20. 19-31
     Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
     Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
    Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
     Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Otras Lecturas: Hechos 2,42-47; Salmo 117; 1Pedro 1,3-9

LECTIO:
     Decimos tantas veces: “si no lo veo, no lo creo”. Como queriendo exigir todo tipo de prueba previa antes de dar nuestro consentimiento. En estas andaban aquellos discípulos de Jesús tras aquellos días terribles. En los momentos más críticos y difíciles, tras el apresamiento del Maestro, casi todos se fueron escabullendo, cada cual con su traición desertora. El miedo, el escondimiento, el ghetto a puerta cerrada… son notas que caracterizan su mundo psicológico y espiritual.
     “Paz a vosotros”. Es Él, el Señor, que verdaderamente había resucitado, según lo predijo. Y para que toda duda quedara disuelta, les mostraría las señales de la muerte: las manos y el costado.
    
”Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Pero… faltaba Tomás. A pesar del testimonio de los demás discípulos, Tomás no creerá posible lo que sus compañeros afirmaban: “hemos visto al Señor”. Sus ojos habían visto agonizar y morir a Jesús. Sus ojos ahora demandaban la prueba suficiente para que se borrase aquella imagen tan terriblemente grabada. Y la prueba llegó, era Jesús mismo que a los ocho días volverá a anunciar la paz a quien sobre todo carecía de ella: a Tomás.
     Uno siempre ha pensado que la actitud de Tomás era por lo menos razonable. Los signos de la vida que sus compañeros vieron cuando él no estaba presente, no quedaron suficientemente grabados en sus corazones, no eran testigos quizás de la resurrección de Jesús sino de un nuevo susto. Quien se empeña en decir que Cristo ha resucitado mientras que se permanece entre los lazos de la muerte –en cualquiera de sus formas–, no se es testigo de la pascua sino un vendedor de ideas exotéricas, extrañas y distantes.
    Más adelante la comunidad cristiana lo aprenderá y lo vivirá de otro modo, como dice Pedro en su carta: “no habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en Él”. Aquella comunidad que recibió la pascua de Jesús, vivía resucitadamente. Su cotidianeidad era la prolongación de las señales de Jesús: donde antes había muerte (egoísmo, injusticia, miedo, desesperanza, insolidaridad, increencia…) ahora había vida resucitada (amor, justicia, paz, esperanza, solidaridad, fe…). Es el testimonio de la comunidad cristiana en medio de la cual vive Jesús.
¿Seremos nosotros testigos de esa vida de Jesús para los Tomás que han visto y experimentado demasiada muerte?

  MEDITATIO:
     En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia. (Papa Francisco)
     Jesús no abandona a Tomás en su incredulidad, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: «Señor mío y Dios mío»: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente. (Papa Francisco)
     Quisiera subrayar otro elemento: la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. (Papa Francisco)
     Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Que podamos vivir con fe y amor, con serenidad y fortaleza, los pequeños y los grandes sufrimientos de la vida diaria, a fin de que, purificados de todo fermento de mal, lleguemos juntos al banquete de la pascua eterna… 
Señor estoy aquí, acepta mi pobreza,
esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre.
Aquí estoy, Señor, perdóname, acógeme,
consuélame, lávame, ámame.
Aquí estoy, Señor, aumenta mi fe.

CONTEMPLATIO:
     Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía. (Papa Francisco)
     Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Y eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
     Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús.


Santo Tomás, después de la resurrección de Cristo, fue el único que deseó y el único que obtuvo tocar los miembros de Cristo con manos ciertamente curiosas, aunque a buen seguro dignas […] Que estuviera ausente, que hubiera pedido con cierta insistencia ver y tocar al Señor..., todo eso estaba dispuesto para nuestra salvación. Así conoceríamos con mayor evidencia la verdad de la resurrección del Señor, una verdad que Tomás, tras haber sido reprochado por su necesaria curiosidad, confirmó diciéndole: «¡Señor mío y Dios mío!» (Gaudencio de Brescia).

1 comentario:

  1. Tomás es el apóstol que siempre está en crisis, que siempre tiene dificultad para aceptar la autoridad y no está donde tiene que estar ¿porque dónde estaba Tomás cuando Jesús se aparece y se pone en medio de la comunidad?
    El saludo de Jesús es: “Paz a vosotros”. Cristo Resucitado, vencedor en mil batallas, es nuestra Paz, es la alegría de saber que detrás de la noche y de la muerte viene galopando la Aurora y la Vida.
    Tomás va a poner como condición para creer Tocar. Es decir comprobar, tener una experiencia tumbativa de que es Él. Quiere tener la fe del teólogo que busca entender y que sabe que la fe es un misterio, pero “razonable”. Por eso exige Tocar, comprobar. No es fácil el aceptar que un muerto resucite así como así.
    Es curioso que Jesús acepta el deseo de tocar el costado, el que entre en su corazón, el que compruebe que allí hubo una lanzada y, sobre todo, que sigue abierto el costado de Cristo. Tanto es así que cae de rodillas y dice la mayor declaración de fe de toda la Biblia en la divinidad de Jesús Resucitado: “Señor mío y Dios mío”. Su búsqueda de certeza descubre y se hace evidente al ponerse humildemente de rodillas ante el Corazón abierto de Cristo.
    Probablemente, Tomás hubiera pedido a Jesús, por su individualismo que le hace siempre estar en crisis con la comunidad, que el Resucitado se le hubiese aparecido sólo a Él y en un rincón del cenáculo. Sin embargo, aquí sí que Jesús no cedió ni un ápice, se presentó resucitado, pero en medio de la Iglesia, de la comunidad para hacernos descubrir que vive y lanzarnos a contárselo al mundo.
    Cuando se vive a Jesús en medio de la comunidad y se toca su Corazón de rodillas como signo de una profunda humildad y adoración, entonces se estrena el gozo de la vida nueva con el Resucitado.
    Santo Tomás, un hombre bueno y preparado, sin embargo siempre es jarrón de agua fría para la comunidad. Estas personas, como Tomás suelen estar frecuentemente en nuestras comunidades, parroquias, asociaciones, ámbitos diocesanos y suelen siempre, para creer, exigir el tocar, es decir el comprobar, es como si quisieran decirnos que ellos son de distinta pasta y se instalan en la queja o en la crisis abierta con los que mandan, con los que tienen autoridad y exigen, a veces, pruebas a las que sólo se llega cuando humildemente nos ponemos de rodillas delante del Misterio y adoramos.
    +Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

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