TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 28 de abril de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 30 DE ABRIL DE 2017, 3º DE PASCUA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«QUÉDATE CON NOSOTROS, PORQUE ATARDECE»


Lc. 24. 13-35
     Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaus, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;  iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
     Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
     Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió.
     Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
     Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
     Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
     Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Otras Lecturas: Hechos 2,14.22-33; Salmo 15; 1Pedro 1,17-21

LECTIO:
Es uno de los evangelios pascuales más hermosos, y en el que más fácilmente nos podemos reconocer. Dos discípulos desencantados y abrumados por los acontecimientos de los últimos días, deciden fugarse de aquella in­tragable realidad. En ese camino fugitivo y huidizo, les esperaba el Señor.
       Él se encuentra con dos per­sonas que acaso habían creído y apostado por tan afamado Maestro... pero a su modo, con sus pretensiones y con sus expectativas para Israel. Pero el Hijo del hombre no se dejaba encasillar por nada ni por nadie, y actuó con la radical libertad de quien solo se alimenta del querer del Padre y vive para el cumplimiento de su Hora.
    Jesús les explicará la Escritura y les partirá el pan... finalmente se les abrieron los ojos a los dos fugitivos hospederos de Jesús en el atar­decer de su escapada, y pudieron reconocerlo.
“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?”. Les ardía, pero no le reco­nocían; les ocurría algo extraño ante tan extraño viajero, pero no le reconocían. Bastó que se les abrieran los ojos para descubrir a quien buscaban, sin que jamás se hubiera ido de su lado. Y bastó simplemente esto para escuchar a quien deseaban oír, sin que jamás hubiera dejado de hablarles. Dios estaba allí, Él hablaba allí. Eran sus ojos los que no le veían y sus oídos los que no le escuchaban.
       Volvieron a Jerusalén, en viaje de vuelta, no para huir de lo que no entendían, sino para anunciar lo que habían reconocido y comunicárselo a los demás, que en un cenáculo cerrado a cal y canto habían encontrado su particular Emaus. Entonces como ahora, en aquellos como en nosotros. Desandar nuestras fugas, abrirse nuestros ojos, y ser misioneros de lo que hemos encontrado.

  MEDITATIO:
     A lo largo del camino Jesús resucitado se acercó a los dos discípulos de Emaus, pero ellos no lo reconocieron. Viéndoles así tristes, les ayudó primero a comprender que la pasión y la muerte del Mesías estaban previstas en el designio de Dios y anunciadas en las Sagradas Escrituras; y así vuelve a encender un fuego de esperanza en sus corazones.
     Los dos discípulos percibieron una extraordinaria atracción hacia ese hombre misterioso, y lo invitaron a permanecer con ellos esa tarde.
    …Tras ser iluminados por la Palabra, habían reconocido a Jesús resucitado al partir el pan, nuevo signo de su presencia. E inmediatamente sintieron la necesidad de regresar a Jerusalén, para referir a los demás discípulos esta experiencia, que habían encontrado a Jesús vivo y lo habían reconocido en ese gesto de la fracción del pan.
El camino de Emaus se convierte así en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. También nosotros llegamos a menudo a la misa dominical con nuestras preocupaciones, nuestras dificultades y desilusiones... La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia nuestro «Emaus», dando la espalda al proyecto de Dios.
    Los discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría… Cuando estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando estés decaído, toma la Palabra de Dios y ve a la misa del domingo a recibir la comunión, a participar del misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría.

ORATIO:
     Quédate con nosotros, Señor, porque sin ti nuestro camino quedaría sumergido en la noche. Quédate con nosotros, Señor Jesús, para llevarnos por los caminos de la esperanza que no muere, para alimentarnos con el pan de los fuertes que es tu Palabra.

Quédate con nosotros…
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.
Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo, quédate.

CONTEMPLATIO:
«Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos».
     Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos. ¿No camina hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo siguen recordando? Jesús está interesado en conversar con ellos:
«¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?»
     Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.
     Los dos discípulos de Emaus al ir eran errantes…  al regresar eran testigos de la esperanza que es Cristo. Porque lo habían encontrado a Él, al Viandante Resucitado. Este Jesús es el Viandante Resucitado que camina con nosotros. Jesús está aquí hoy, está aquí entre nosotros. Está aquí en su Palabra,  camina con nosotros, es el Viandante Resucitado.
                                                                                                                                                        


…  Dos discípulos de Jesús se dirigen caminando hacia el pueblo de Emaús. Oh alma pecadora, detente un momento a considerar con atención los distintos aspectos de la bondad y de la benevolencia de tu Señor. En primer lugar, el hecho de que su ardiente amor no le permita dejar a sus discípulos vagar en medio de la desorientación y la tristeza. El Señor es, en verdad, un amigo fiel y un amoroso compañero de camino [...] Observa, alma cristiana, cómo tu Señor realiza el ademán de proseguir más allá, con objeto de hacerse desear más, de hacerse invitar y de quedarse como huésped de ellos…  (anónimo franciscano del siglo XIII).

1 comentario:

  1. El síndrome de Emaús es una enfermedad que, a veces, se sufre en la Iglesia cuando en vez de ser una Iglesia en salida y búsqueda es una Iglesia en retirada y huida.
    Aquellos dos, los de Emaús, iban con todas las desesperanzas posibles que puede albergar el corazón humano y que, de una u otra manera, se llama cruz. La cruz siempre es un escándalo en el corazón humano que parece obstruido para creer y para lanzarse en los brazos amorosos del Padre. El razonamiento nuestro es tan simple como el mecanismo del chupete de un niño. Dios nos quiere mucho cuando todo nos va bien y no nos quiere nada cuando sufrimos y nos va mal.
    Aquel peregrino de Emaús caminó con ellos. Les escucha y sencillamente está a su lado en las duras y en las maduras. Son capaces de contar lo que les pasa, pero no son capaces de integrarlo porque les falta la fe que les lance a integrar la cruz en el camino de la vida.
    La palabra que dicen todos los desesperados de la vida y que se escucha en todos los Emaús del mundo y de la historia es: “nosotros esperábamos”. Hemos seguido a quienes nos han decepcionado y ahora caminamos sin rumbo hacia no sabemos ni dónde ni cómo. Se ha esfumado todo como un sueño. Viven en la profunda decepción del corazón.
    Jesús les da una lección de catecismo. Les explica, a la luz de las Escrituras, su vida y ante las palabras “nosotros esperábamos” de todos los que dicen que buscan y no encuentran, el Señor nos dice que “era necesario”. Todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en nuestra vida era necesario “para entrar en su gloria”, para seguir a Jesús en todos los momentos de la vida, cuando amanece o cuando oscurece en nuestra vida, siempre podremos decirle al Señor: “Quédate con nosotros porque atardece y el día declina en nuestras vidas”.
    Al final del camino, como al pueblo de Israel, el Señor nos alienta con el maná, con el Pan de Vida, con la Eucaristía, la locura de un Amor que se hace pan partido y sangre derramada por la vida del mundo.
    Caminaron su vida y, el encuentro con el Peregrino de Emaús, les hizo volver al cenáculo, a la comunidad, a la Iglesia que les va a decir, también a ellos, que Jesús está suelto por ahí, que la meta es Él. Que está vivo y coleando y sólo quien tenga los ojos del corazón abiertos y no torpes a sus inspiraciones, se le puede encontrar en todos los caminos de la vida. Sólo hay que sentarse a su lado y dejar que, partiendo el pan, estalle en nuestros ojos la Luz de su Amor para decir una y otra vez: ¡ES ÉL! ¡Qué torpes de no reconocerle!
    +Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

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