«
¡BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR! »
Mt. 21. 1-11
Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron
a Betfagé, en el monte de los Olivos, envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a
la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino,
los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor
los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que se cumpliese lo
dicho por medio del profeta: «Decid a
la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una
borrica, en un pollino, hijo de acémila”».
Fueron los discípulos e hicieron lo que
les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus
mantos, y Jesús se montó. La multitud
alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y
alfombraban la calzada.
Y la gente que iba delante y detrás
gritaba: «¡Hosanna al
Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna
en las alturas!». Al entrar en
Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: «¿Quién es este?». La
multitud contestaba: «Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».
Otras
Lecturas: Isaías 50, 4-7; Salmo 21; Filipenses 2, 6-11; Mt.27, 11-54
LECTIO:
La
entrada de Cristo en Jerusalén coincide con la entrada de los cristianos en la
Semana Santa. La vida pública de Jesús comenzaba en el Jordán. Allí el Padre “presentó”
a su Hijo a los hombres como el bienamado predilecto. Al final del camino de
esa larga subida a Jerusalén, otra vez esos tres protagonistas se reúnen: el
Padre bienamante, el Hijo bienamado y la humanidad tan favorecida y tan
desagradecida a la vez.
Quedan atrás tantos recodos del camino en
los que Jesús pasó haciendo el bien… Ahora
es el momento último y final de este drama humano y divino. A él nos asomamos
en el domingo de Ramos con el relato de la Pasión.
Ahí
estamos nosotros. Unas veces gritando “hosannas” al Señor, y otras crucificándole
de mil maneras, como
hizo la muchedumbre hace dos mil años; unas veces cortaremos hasta la oreja
del que ose tocar a nuestro Señor, y otras le ignoraremos hasta el perjuro en
la fuga más cobarde, como hizo Pedro; unas veces le traicionaremos con un beso
envenenado como hizo Judas, o con un aséptica tolerancia que necesita lavar la
imborrable culpabilidad de sus manos cómplices como hizo Pilato; unas veces
seremos fieles tristemente, haciéndonos solidarios de una causa perdida, como
María Magdalena, otras lo seremos con la serenidad de una fe que cree y espera
una palabra más allá de la muerte, como María la Madre.
Con
la Iglesia, con todos los cristianos, nos disponemos a re-vivir y a no-olvidar,
el memorial del amor con el que Jesús nos abrazó
hasta hacernos nuevos, devolviéndonos la posibilidad de ser humanos y felices,
de ser hijos de Dios y hermanos de los prójimos que Él nos da. Esta es la
Semana Santa cristiana.
MEDITATIO:
«¡Bendito el que viene como rey, en
nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto»
Gentío, fiesta, alabanza,
bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el
corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre,
olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las
miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios. (Papa Francisco)
«¡Bendito el que viene en el nombre
del Señor, el Rey de Israel!»
También nosotros hemos acogido al Señor;
también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es
cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un
hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús
es Dios, pero se abajó a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro
hermano. Lo recibimos con alegría. (Papa
Francisco)
Todos sabemos que el Rey a quien seguimos
y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos
enseña a servir, a amar. Y ustedes no se avergüenzan de su cruz. Más aún, la
abrazan porque han comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí
mismo, en el don de salir de sí mismos y
que Dios ha triunfado sobre el mal precisamente con el amor. (Papa Francisco)
Acudamos
a María nuestra Madre, para que nos ayude a vivir con fe la Semana Santa.
También Ella estaba presente cuando Jesús entró en Jerusalén aclamado por la
multitud; pero su corazón, como el del Hijo, estaba preparado para afrontar el
sacrificio. Aprendamos de Ella, Virgen fiel, a seguir al Señor también cuando
su camino lleva a la cruz.
ORATIO:
Señor, me arrepiento de mis cobardías. Me
arrepiento de tantas veces que me he echado atrás en tu seguimiento. Me ha
faltado confianza en Ti. He querido buscar y esperar de Ti “algo prodigioso”.
Pero, hoy entiendo que lo mejor que me puede suceder es estar contigo, pase lo
que pase, en lo agradable y en lo desagradable de mi vida.
Aquí
estoy, Señor, buscándote y confiando en encontrarte.
Traigo
encendida la lámpara de la fe, que tú me diste,
con la
vida interior que quieras infundirme.
Aquí
estoy, Señor.
CONTEMPLATIO:
La semana comienza con una procesión
festiva con ramos de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los
jóvenes cantan, alaban a Jesús. Jesús se encamina hacia el misterio de su
muerte y de su resurrección. Nos hará bien preguntarnos: ¿Quién soy yo ante
Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de
alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?
¿Cómo entra Jesús en Jerusalén? Mirémoslo:
montado en un pollino. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla... Jesús no entra en la Ciudad Santa para
recibir los honores reservados a los reyes de la tierra;
entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías; entra para
recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será
objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero.
Jesús
entra en Jerusalén para morir en la cruz. Toma sobre sí el mal, la suciedad, el
pecado del mundo, también el nuestro, y lo lava con su sangre, con la
misericordia, con el amor de Dios.
Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios
lo vence, lo derrota en su resurrección. Éste es el bien que Jesús nos hace a
todos nosotros sobre el trono de la Cruz. La Cruz de Cristo, abrazada con amor,
nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y
de hacer un poquito de lo que hizo Él ese día de su muerte.
■… Venid y, al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos,
salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia
voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión para llevar a
plenitud el misterio de la salvación de los hombres. Va libremente hacia
Jerusalén. Corramos, pues, a una con quien se apresura a su pasión e imitemos a
quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso,
ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos,
con la disposición más humillada de la que seamos capaces y con el más limpio
propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene y así logremos recibir en
nosotros mismos a aquel Dios que ningún lugar es capaz de contener. (Andrés de Creta).
La pasión de Cristo es la declaración de amor de Dios a cada persona humana. Es el “te quiero” que, una y otra vez, nos va a recordar el Señor en nuestras horas bajas, cuando no podemos más. Aquello que le dijo el Señor a Santa Ángela de Foligno: “No te he amado en broma”. Es un amor tan en serio, tan dramático, tan total, que entrega su vida por amor muriendo en la Cruz.
ResponderEliminarLa pasión, según San Mateo, nos presenta un Jesús Maestro. Que enseña y predica desde el dolor. Es un Cristo que después de haber proclamado las Bienaventuranzas (Mt.5) ahora las vive en su propia carne, viviendo su pasión con un corazón ilimitadamente bueno, manso, humilde y pobre, que lucha por la justicia. Todo esto se refleja en la pasión donde Jesús entrega su vida por amor como Maestro y Pastor, llevado a la cruz como “cordero llevado al matadero” (Is. 53.7).
El Cristo de la pasión también es un Cristo que exige la identificación con su proyecto de amor con su persona y su enseñanza, capaz de entregar la vida para que otros tengan vida y la tengan en abundancia.
La pasión comienza con la entrada triunfal en Jerusalén, la ciudad que no quiso acogerle, donde Jesús va a morir y a resucitar. Dicen los rabinos judíos que Dios le dio al mundo diez bellezas, nueve se las dio a Jerusalén y el resto se las dio al mundo. A la hora de dar el sufrimiento, el Señor le dio nueve a Jerusalén y el resto al mundo. Jerusalén, va a ser el lugar de la trituración de Jesús, donde va a ser machacado, llevado a la cruz con todos los crucificados de la historia.
En el fondo, la cruz y el dolor, forman parte de la vida humana. Sin entrega de la vida, sin la carga de la cruz, sin la humildad del corazón no podremos servir a Jesús, no podremos servir a nuestros hermanos. “Que cada cual cargue con su cruz y me siga”.
El Cristo de la pasión de Mateo es también un Cristo que exige la identificación con su proyecto de amor, con su persona y enseñanzas, capaz de entregar su vida. Con Mateo subir a Jerusalén y agonizar, morir y resucitar, “Con El, por El y en El”. Con la subida Jesús nos enseña en su Vida y en su dolor, en su Muerte y en la Resurrección, que para seguir a Jesús hay que tener el corazón de discípulo que entrega la vida por Amor, abriendo su Corazón de par en par.
+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres