TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 24 de diciembre de 2016

PALABRA DE DIOS PARA NAVIDAD

   
   La liturgia de esta solemnidad prevé cuatro celebraciones (vigilia, medianoche, aurora y misa del día). Cada una con sus lecturas propias. En la primera leemos la genealogía de Jesús según san Mateo y el anuncio del ángel a José. A medianoche se nos narra el viaje de María y José a Belén para cumplir con el censo, el momento del parto y el anuncio a los pastores. En la misa de la aurora vemos a los pastores acudir presurosos al lugar del nacimiento. Finalmente, en la misa del día, el prólogo de san Juan nos recuerda que aquel que ha nacido es el mismo que, desde toda la eternidad ya era Dios.

     La genealogía recordaba la historia de Israel, conducida por una promesa hecha a Abrahán, profundizada en David y conservada después del destierro. José es el último eslabón de aquella cadena; el que recibe el anuncio definitivo: Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará al pueblo de los pecados. Aquella historia, llena de avatares y no exenta de infidelidades y pecados, no seguía un destino caprichoso. Dios la conducía con su providencia ordenándolo todo hasta lo que san Pablo llama la plenitud de los tiempos. El deseo alimentado en el corazón de tantas generaciones se encuentra ahora con el deseo mantenido en el seno de Dios desde toda la eternidad en ese preciso instante en que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
     La celebración de la Navidad nos introduce en el misterio de la ternura de Dios. Cuando contemplamos el nacimiento en Belén, sobrecoge el modo maravilloso que Dios ha elegido para venir a visitarnos. Los elementos físicos son muy elementales. Vemos una cueva y un pesebre. No hay nada que pueda distraer nuestra atención. La pobreza, el silencio, lo escondido del lugar y la misma noche que invitan al recogimiento centran toda nuestra atención en el Niño que yace entre pajas. Podemos decir con san Pablo ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre. El Dios que nos ama desde toda la eternidad se nos ha acercado. Él, que ha nacido en pobreza, se da a conocer en primer lugar a gente humilde. Los pastores son los primeros en conocer la feliz noticia. Dormían al raso. Es decir, no se protegían. Y, cuando reciben el anuncio del ángel corren haca Belén. No hay nada que les impida creer. De ellos podemos aprender esa sencillez y apertura a la manifestación de Dios ¡Tantas veces nos protegemos temiendo perder algo! Pero el cielo no baja sobre la tierra para aplastarlo, sino que como dijo san Ambrosio, «él quiso estar en la tierra, para que alcanzaras las estrellas».

     Contemplando a la Virgen María y a san José que custodian al Niño, advertimos también que Jesús es la Buena noticia que ha de ser anunciada a todos los hombres. Ellos aman sin poseerlo. Reflejan el mismo amor de Jesús, que he venido para dar vida a los hombres; para ofrecerse él mismo en sacrificio por nosotros y quedarse como alimento en la Eucaristía. El detalle del pesebre ha sido leído por los padres como lugar para la comida y también corno imagen de la cruz o de la tumba en la que Jesús será sepultado. Acompañados de María y José comprendemos ese amor de Dios que se abaja naciendo para que también nosotros tengamos un nuevo nacimiento. Y sentimos la exigencia del amor que, a imitación de Cristo, debe acercarnos a los más necesitados En Belén, viendo cómo Dios nos ama, empezamos a aprender a amar. Dios se ha hecho pequeño para que no temamos nada. Sea cual sea nuestra situación, todo puede ser nueve porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.


David Amado Fernández – MAGNIFICAT (Diciembre 2016)

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