TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 24 de diciembre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 25 DE DICIEMBRE, MISA DE MEDIA NOCHE, EN LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (Comentario de +Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres)

« HOY OS HA NACIDO UN SALVADOR »
Lucas 2,1-14
     En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
     También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
     En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
     El ángel les dijo: «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
     De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

Otras Lecturas: Isaías 9, 1-3.5-6; Salmo 95; Tito 2, 11-14

LECTIO:
     Según el relato una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas sino a la luz. Por eso, el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis».
     No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas. Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida, no celebrará la Navidad.
     El mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso, es «para todo el pueblo» y ha de llegar, sobre todo, a los que sufren y viven tristes.
     La única razón para celebrar la navidad es ésta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad absoluta. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.

MEDITATIO:
     La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros. (Papa Francisco).
   ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón, con la vida; encontrarlo vivo, como Él está; encontrarlo con fe. Y más que ser nosotros los que encontremos al Señor es importante “dejarnos encontrar por Él”. (Papa Francisco).
     Cuando somos nosotros los que encontramos al Señor, somos nosotros los señores de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él el que lo hace todo nuevo. Jesús en su venida: vuelve a hacer todo nuevo, reconstruye el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, para dejarnos encontrar por Él. (Papa Francisco).
     En este encuentro de la Navidad  nos ayudan algunas actitudes: la perseverancia en la oración, rezar más, la voluntad en la caridad fraterna, acercarnos un poco más a los que tienen necesidad; y la alegría en la alabanza al Señor. Por tanto: “la oración, la caridad y la alabanza”, con el corazón abierto “para que el Señor nos encuentre”. (Papa Francisco).

ORATIO:
     Dulce prenda… permíteme estar un rato en tu compañía y dame licencia para mirarte y verte ¿Tienes frio…? ¿Cómo podré yo mitigar ese sufrimiento? ¿Quieres que te arrope…?
¿Te ríes? ¿Dudas de lo que te digo? Niño mío… ya te lo digo de veras; ya no me separaré de ti jamás y tus alegrías serán mis gozos y tus penas serán las mías…
     Te damos gracias, Señor del universo y de los hombres, porque en Jesús niño, que vino a la tierra portador de tus dones -la paz, la alegría, la justicia y la salvación-, se ha manifestado tu amor a todos.

CONTEMPLATIO:
     Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad se nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre.
     Juan dice que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En Él nos encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quién confiar, nada hay más importante que poner en el centro de las comunidades cristianas a Jesús como rostro humano de Dios.
     Durante las fiestas de Navidad hay un texto que se escucha repetidamente en la liturgia: «La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». ¿No es una interpelación para todos? ¿No estamos abandonando a quien desea hacerse más presente en nuestra vida?

  Pero ¿quién soy yo? ¿Podré decir algo digno de lo que se ve? Me faltan las palabras: la lengua y la boca no son capaces de describir las maravillas de esta solemnidad divina. Por eso yo con los coros angélicos grito y gritaré siempre: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!»  ansío ir al pesebre que acoge a Dios y deseo llegar a la celestial gruta: anhelo ver el misterio manifestado en ella y allí, en presencia del Engendrado, levantar la voz cantando: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!» (Sofronio de Jerusalén).

1 comentario:

  1. El cristianismo está cimentado solo en el Amor. Un Amor que nace humilde y que tiene como fondo, al principio y al final, madera, la madera del pesebre y la madera de la cruz.

    Aquella noche de Navidad, el Señor nos indica que el camino que lleva a Belén pasa por el despojo. María tiene que caminar a “pié descalzo” como Moisés, como Arca de la Nueva Alianza. Cuando llega a Belén, la patria del rey David, en suma pobreza se encuentra con la realidad de que “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Esto, puede parecer como que al Padre Dios le interesa muy poco su Hijo y sus seres más queridos, María y José. ¿Es cierto que el cielo siempre calla cuando nos enfrentamos a los grandes acontecimientos de nuestra vida?. ¿Verdaderamente, al Señor le interesa mi vida?

    Por lo pronto, indica que a la intemperie, en las periferias, en un pobre lugar de un pobre barrio de Jerusalén, llamado Belén, va a nacer el Mesías, el Hijo de Dios. Porque Dios ama tanto la pobreza que a los que elige les hace también amarla e identificarse con ella.

    Allí, en la Noche Buena, en medio del silencio, la Palabra, que solo en el silencio puede ser acogida y escuchada, como nos recuerda San Juan de la Cruz, se hace carne, se hace hombre, se hace Niño. Nace un bebé y es puesto el Niño en la madera de un pesebre, en un comedero de animales. ¿Esto es ya un adelanto de la Eucaristía, donde el que nace en Belén nos dirá un día: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed esta es mi sangre”. Belén y la Eucaristía se dan la mano.

    María adora y se abraza a Jesús. José se une al misterio que le desborda como a nosotros. Se intuye que solo los pastores, los pobres, los que son capaces de esperarlo en sus noches, en la madera de un pesebre, en el palo de una cruz, puede encontrarlo en las noches frías de la historia, en un mundo que puede intuir tanto Amor de Dios derramado. Realmente, es un Dios desconcertante. Es un Dios de sorpresas.

    Desde la ventana de Belén se divisa la tierra necesitada del Amor de un Niño que nace bebé para que nadie tenga miedo de Dios. Nos dice que todo lo humano es digno de ser vivido porque todo lo ha querido vivir el Señor en esta tierra, todo menos el pecado que nos hace tan inhumanos. Nace pobre para enriquecer a muchos. La madera del pesebre, conglomerado de todas las pobrezas, nos recuerda la predilección de Dios por los últimos, por los pobres, por nosotros.

    + Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

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