TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

viernes, 1 de abril de 2016

MENSAJE DE NUESTRO OBISPO PARA LA PASCUA DE RESURRECCIÓN (II)
El Señor nos fortalece en las pruebas
     La certeza que sostiene al Apóstol, debe sostener a cada cristiano en los trabajos y los sufrimientos de esta vida, tal como aconsejaba Pablo al discípulo Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio... Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna. Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con El, también viviremos con El; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con El; si le negamos, también Él nos negará; si somos fieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo...” (2 Tim 2, 8-13).
     La presencia de Cristo Vivo debe vivificar completamente nuestra vida, nuestro trabajo, la vida familiar y nuestro empeño por construir una sociedad más justa y fraterna. Esta certeza se convierte en seguridad y fuente de sentido ante la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Esta certeza, por fin, es acicate en la vida moral y en el esfuerzo por ser mejores, con el estilo de quien ha resucitado con Cristo y aspira a vivir una vida nueva (Col 6,1-2).
Los Sacramentos de Cristo
    ¡Nosotros podemos tocar a Cristo hoy, aquí y ahora! Cada sacramento es, sobre todo, un encuentro personal con Dios. Cuántas veces hemos deseando verle, plantearle nuestras dudas, tenerle cara a cara, tan cerca que incluso podamos tocarle. De hecho, muchas veces hemos envidiado a aquellos que estuvieron al lado de Jesús: los apóstoles, la samaritana, el centurión, todos los que fueron curados por Él, etc. Pues bien, este deseo profundo se hace posible hoy a través de los sacramentos y, de modo especialmente intenso, en la Eucaristía.
     Gracias a los sacramentos hoy puedo nacer de nuevo, como Nicodemo; recibir el perdón total y absoluto de todos mis pecados, como María Magdalena; exultar con el gozo del Espíritu derramado en Pentecostés; sanar de mis enfermedades y complejos, como el ciego de nacimiento; y, finalmente, reposar mi cabeza en Cristo, como San Juan, para permanecer con Él al pie de la Cruz y ofrecer mi vida, con la suya, por la salvación de los hombres. En los distintos gestos y oraciones de cada sacramento por la acción del Espíritu Santo, se hace realmente presente Cristo. Cuando decimos que Cristo ha resucitado no lo decimos de manera metafórica sino que afirmamos algo que ya escandalizó a judíos y romanos hace más de veinte siglos, y que el mismo San Pablo defendió con su vida: Cristo está vivo, es una persona viva, con la que puedo relacionarme. En los sacramentos puedo tocarle y, lo más sorprendente aún, Él mismo puede tocarme a mí y transformar mi vida por completo. En los sacramentos Cristo resucitado se me entrega para darme esa vida verdaderamente nueva. Que la nueva vida que brotó del costado abierto de Cristo en la cruz nos haga experimentar su presencia continua que nunca nos abandona.
La misericordia del Señor llena la tierra
     Deseo vivamente que estas semanas de Pascua nos lleven a los más necesitados para que conozcan el amor generoso del Señor que sale a su encuentro. Jesús ha entregado su vida y vuelve resucitado para cuantos buscan a Dios sin encontrarle, como sucedió a María Magdalena, y les toma en serio abriendo los ojos de sus corazones. También para los pesimistas derrotados, como los discípulos de Emaús, que pueden sentirse comprendidos y llegar a ser apóstoles. Sigue acercándose para los dominados por el miedo, tan humano, que hoy padecen tantos perseguidos, prófugos, refugiados, y abandonados de los demás. No rechaza a los incrédulos, como Tomás, que buscan razones para salir del absurdo de sus razonamientos o desvalimiento. El intercede por nosotros y sigue buscando a todos los heridos por el pecado, el odio, la miseria o el rechazo de la sociedad. Mira con infinita compasión a cuantos sufren las injusticias y desigualdades, a los marginados y excluidos de la sociedad, a los que viven en las periferias existenciales, que a veces están muy cerca de nosotros. Que con nuestra solicitud pastoral y caritativa y anunciando a todos los necesitados la resurrección del Señor puedan encontrar su presencia y el cálido abrazo de misericordia.
Seamos sus testigos, discípulos misioneros
     Hemos vivido, a través de la celebración litúrgica del Triduo Santo, junto a María, nuestra participación en el Misterio Pascual donde hemos puesto los dolores y alegrías de nuestra vida, las de la Iglesia y del mundo, y hemos renovado nuestros compromisos bautismales, para compartir la victoria de Cristo Resucitado en la Eucaristía. Anunciemos ahora la Buena Noticia que ha de resonar durante toda la cincuentena pascual como un himno de victoria: ¡Cristo ha resucitado¡ La muerte y el mal no tienen la última palabra, sino la Verdad y el Bien, Dios mismo. Ahora el Señor nos envía sin fijarse en nuestros defectos: “Como mi Padre me envió, así os envío yo” (Jn 20,21). Alegrémonos de compartir con El esta misión.
     Que el Señor os conceda vivir este tiempo de alegría y de fiesta con el corazón lleno de esperanza y así seamos ante cuantos nos conocen, testigos de Cristo resucitado.
+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta - Pascua de 2016

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