TIEMPO LITÚRGICO

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domingo, 24 de abril de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 14 DE ABRIL, 5º DE PASCUA (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«OS DOY UN MANDAMIENTO NUEVO…» 

Jn. 13. 31-34ª, 34-35
            Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
       Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros.   
       La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.

Otras Lecturas: Hechos 14,21b-27; Salmo 144; Apocalipsis 21,1-5a

LECTIO:
                Estas palabras de Jesús tienen un claro sabor a despedida. Estamos en el cenáculo, la traición de Judas está a punto de consumarse. Es la hora de hablar a los suyos claramente, es el momento de dejarles su testamento espiritual. Aquellos principios de fe y de costumbres que la persona que se va ofrece a sus seres más queridos para que ellos, observándolos, puedan ser igualmente felices.
       ¿Qué quiere decir esto de la glorificación del hijo del hombre? La glorificación de Jesús es un término que utiliza exclusivamente el evangelista san Juan para referirse a la pasión y resurrección de Cristo. Momentos definitivos de la vida de Jesús. Misterios centrales de nuestra fe, que culminaron la existencia de Jesús.
      Ninguno de esos dos momentos tuvo gloria humana: en la pasión Jesús fue azotado, crucificado, abandonado. Su resurrección aconteció en el silencio de Dios.
      Libremente aceptada su pasión, Jesús sabe que se acerca su hora, por eso se quiere despedir de los suyos y les deja su testamento espiritual: el mandamiento nuevo del amor. Que resume toda la Ley y los profetas. Que resume, en definitiva, la vida de Jesús.
       Y este amor no debe ser cualquier amor. Jesús nos dice: amaos también entre vosotros”. Jesús ha querido insistir que nuestro deber de amar empieza por los que están “entre nosotros”. El amor debe comenzar en nuestra propia casa.
       La cruz de Jesús es un signo absoluto de amor, por eso es la señal de los cristianos. Así cada vez que hacemos la señal de la cruz debemos recordar que estamos llamados a vivir cada día practicando el amor “entre nosotros” tal y como Jesús nos ha enseñado. Este es el legado espiritual de Jesús. Nadie nos obliga a aceptarlo. Solo se acepta libremente, por amor.

MEDITATIO:

“Os doy un mandamiento nuevo:”

     El texto de hoy nos invita a vivir como una verdadera comunidad cristiana. Una comunidad renovada con la celebración de la Pascua de Cristo que ha resucitado y vive en medio de quienes aman.
La mención de Judas en el evangelio, nos lleva a pensar que hay discípulos que no han aceptado al Maestro, que aún después de convivir con él no están dispuestos a seguirle por el camino que ha mostrado. Como Judas han roto con el mundo de Dios, se apartan de Jesús traicionándolo.
Jesús ha enseñado que para vivir hay que morir, que para reinar hay que sufrir. La vida del cristiano aún en los momentos de prueba, está marcada con la esperanza de la vida eterna, esto da un sentido sobre natural a la vida cotidiana.

“que os améis unos a otros como yo os he amado”.

     Amar como Jesús amó, es un amor de entrega, de sacrificio de la propia vida por el bien del hermano. No se trata de un amor altruista y humanitario, sino la continuación de la obra de Jesús. El amor mutuo debe ser manifestativo del amor que Dios tiene a los hombres. Este amor debe ser un signo atrayente, el testimonio para que los demás crean.

ORATIO:
     Dios, Padre nuestro, en el exceso de tu amor expusiste a tu Hijo amadísimo al rechazo y al odio del mundo: concédenos la fuerza de tu Espíritu a nosotros, que queremos seguir las huellas de nuestro Maestro y dar un valiente testimonio de su muerte y su resurrección frente al mundo que no te conoce.

Haznos, Señor,
instrumentos dóciles de tu Palabra.
Donde haya oscuridad,
pongamos la luz.
Donde haya discordia,
sembremos el amor…

     No permitas que, en la hora de la prueba, seamos vencidos por el miedo y caigamos en el pecado de la incredulidad y del desamor. 

CONTEMPLATIO:

“a vosotros os he llamado amigos”.

     El estilo de amar de Jesús es inconfundible. Sólo parece interesarse en hacer el bien, acoger, regalar lo mejor que él tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir.
     Jesús se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar más. Hace sitio en su corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad ni en la preocupación de las gentes. Defiende a los débiles y pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son grandes o importantes para nadie. Se acerca a quienes están solos y desvalidos, los que no tienen a nadie.

“vosotros sois mis amigos…”

     Con frecuencia vivimos indiferentes hacia quienes sentimos como extraños y ajenos a nuestro pequeño mundo de intereses. Lo  que le distingue al seguidor de Jesús no es cualquier «amor», sino precisamente ese estilo de amar que consiste en saber acercarse a quien nos pueda necesitar.


«Os doy un mandamiento nuevo.» Como era de esperar que los discípulos, al oír esas palabras y considerarse abandonados, fueran presa de la desesperación, Jesús les consuela proveyéndoles, para su defensa y protección, de la virtud que está en la raíz de todo bien, es decir, la caridad. Es como si dijera: «¿Os entristecéis porque yo me voy? Pues si os amáis los unos a los otros, seréis más fuertes». ¿Y por qué no lo dijo precisamente así? Porque les impartió una enseñanza mucho más útil: «Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos». Con estas palabras da a entender que su grupo elegido no hubiera debido disolverse nunca, tras haber recibido de él este signo distintivo. Él lo hizo nuevo del mismo modo que lo formuló. De hecho, precisó: «Como yo os he amado» [...].  (Juan Crisóstomo)

1 comentario:

  1. El texto que nos presenta el Evangelio de este domingo es casi una prolonga¬ción del que escuchábamos el domingo pasado. Porque la consecuencia de sabernos pastoreados por Jesús, Buen Pastor de nuestras vidas, es justamente no ser noso¬tros lobos para nadie. Y la consecuencia de estar en ese redil que son las manos del Padre, donde somos co¬nocidos por nuestro nombre, es precisamente no ser extraños para nadie.
    Este texto está tomado del Testamento de Jesús, de su Oración Sacerdotal. Todo a punto de cumplirse, como quien escrupulosamente se esmera en vivir lo que de él esperaba Otro, pero no como si fuera un guión artificial y sin entrañas, sino como quien realiza hasta el fondo y hasta el final un proyecto, un diseño de amor. Y toda esa vida nacida para curar, para iluminar y para salvar, está a punto de ser sacrificada, en cuya entrega se dará gloria a Dios. Puede parecer hasta incluso morbosa esta visión de la muerte, o como siempre sucede, para unos será escándalo y para otros locura (cf. 1Cor 1,18), risa y frivolidad para quien jamás ha intuido que el amor no consiste en dar muchas co¬sas, sino que basta una sola: darse uno mismo, de una vez y para siempre.
    En este contexto de dra¬matismo dulce, de tensión serena, Jesús deja un mandato nuevo a los suyos: amarse recíprocamente como Él amó. Porque Jesús amó de otra manera, como nunca antes y nunca después. Esa era la novedad radical y escandalosa: amar hasta el final, a cada persona, en los momentos sublimes y estelares, como en los banales y cotidianos.
    Porque lo apasionante de ser cristiano, de seguir a Jesús, es que aquello que sucedió hace 2000 años, vuelve a suceder... cuando por nosotros y por nuestra forma de amar y de amarnos, recono¬cen que somos de Cristo. Más aún: que somos Cristo, Él en nosotros. Es el aconte¬cimiento que continúa. Quien ama así, deja entonces que Otro ame en él, y el mundo se va llenando ya de aquello que ese Otro – Jesús – fue y es: luz, bondad, paz, gracia, perdón, alegría... . Este es nuestro santo y seña, nuestro uniforme, nuestra revolución: Amar como Él, y ser por ello reconocidos como pertenecientes a Jesús y a los de Jesús: su Iglesia.

    + Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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