«…TÚ ERES MI HIJO, EL AMADO…»
Lc 3,15-16. 21-22
En
aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no
sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con
agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras
oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y
vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
Otras Lecturas: Isaías 40,1-5.9-11; Salmo 103; Tito
2,11-14; 3,4-7
LECTIO:
El bautismo que administraban Juan y Jesús tendrá un sentido
diverso. El bautismo de Juan, que congregaba a gran número de gente era un rito
de purificación de los pecados, el bautismo de Jesús es un bautismo en Espíritu
santo y fuego.
El texto quiere resaltar que el
verdadero protagonista de la acción, no es un hombre, Juan, sino Dios mismo. El cielo “se
abrió”, y Jesús “fue bautizado”. El especial protagonismo de Dios Padre está
confirmado por las palabras que escuchamos pronunciar sobre Jesús: el amado, el predilecto.
Dios ha enviado al mundo a su propio Hijo.
Hay
otros dos detalles de este evangelio que no conviene pasar por alto. En primer
lugar, encontramos a Jesús, en la escena de su bautismo, en oración. Cuando
Jesús se pone en oración está en la presencia de su Padre y nos está indicando que
en esta escena tan fundamental de su vida, Él está estrechamente unido a su
Padre. Solo desde Dios podemos entender realmente a Jesús.
El
segundo detalles es que Jesús fue bautizado “en un bautismo general”. Jesús no se aísla de la
suerte de su pueblo, también ahora quiere estar a su lado, mezclándose con la
gente más necesitada, con la gente que aguarda, que espera
que en su vida se dé algún cambio. Esta gente, este pueblo, era el que esperaba
profundamente a Jesús.
Hoy debemos agradecer de
manera especial el don del bautismo que nos abrió a la fe en Jesús. Y decirle
al Señor que le seguimos aguardando, que queremos acogerlo en nuestro corazón para que nos cambie, para que nos haga más felices, para
que podamos ser sembradores de esperanza y misericordia.
MEDITATIO:
Has sido bautizado en el nombre de la Trinidad y recibiste desde
entonces la condición de hijo de Dios y miembro de la Iglesia, para ser también como Jesús discípulo y testigo del
Evangelio.
■ ¿Cómo vivo esta gracia y
vocación? ¿A qué me compromete?
Por el bautismo formamos parte de la
Iglesia, del pueblo santo de Dios. En este pueblo en camino la fe se transmite
de generación en generación: Es la fe de María, de los apóstoles, de los
mártires… que ha llegado hasta ti a través del Bautismo.
■ ¿Qué supone esto para mí?
“…se abrió el cielo, bajó
el Espíritu Santo sobre él”
En el bautismo somos consagrados por el
Espíritu Santo, en el mismo espíritu que estuvo inmerso Jesús en su existencia
humana. Él es el “Cristo”, el ungido, el consagrado. Los cristianos, por el bautismo, también, somos
consagrados, ungidos con el santo Crisma como Sacerdote, Profeta y
Rey.
■ ¿Experimento el gozo de
escuchar las mismas palabras que Jesús recibe del Padre: tú eres mi hijo amado,
en ti me complazco? En los momentos de dificultad, de desánimo… ¿Me ayuda y
fortalece sentir el amor y la misericordia de Dios?
ORATIO:
Señor y Padre, nos llenan de alegría las
muchas cosas que nos has revelado por tu Hijo Jesús, referentes a nuestra
felicidad y a nuestra salvación eterna.
Gracias,
Señor, por el sacramento del bautismo
que nos
hace hijos tuyos por medio del agua de tu gracia.
Gracias
Jesús por la fe que nuestros padres nos transmitieron…
Gracias
por el bautismo, por tu amor y misericordia.
Y si alguna vez se da en nosotros la
experiencia de la fragilidad humana y del corazón cerrado a tu Palabra o
traicionamos el evangelio, escondiendo la injusticia bajo la apariencia de
caridad, no nos abandones, y haznos recuperar de inmediato la paz interior y la
comunión contigo, en la que reside nuestra verdadera y única alegría.
CONTEMPLATIO:
El Espíritu Santo invistió de poder a Jesús
para su ministerio. ¿Qué peso tiene el Espíritu Santo en tu relación con Dios?
Entre otras cosas, el Espíritu nos revela a Jesús y nos dispone para
servir a Dios. Considera la obra del Espíritu Santo e invítale a
ayudarte y guiarte.
■… Tu
verdadera identidad es ser hijo de Dios. Es ésta la identidad que debes
aceptar. Una vez que la has reivindicado y te has instalado en ella, puedes
vivir en un mundo que te da mucha alegría y también mucho dolor… Pero precisamente esta experiencia de
abandono es la que te ha hecho volver a tu identidad de hijo de Dios. Sólo Dios
puede habitar plenamente en lo más profundo de tu alma y darte sentido de
seguridad. Pero queda el peligro de que dejes entrar a otros en tu lugar
sagrado, hundiéndote así en la angustia (H. J. M. Nouwen).
Le vimos venir a Dios escogiendo su modo de nacer humano y nos dejó sorprendidos. Tanto, tanto que no coincidirá tal vez con nuestros gustos refinados, o con nuestras ideas perfeccionistas, o con nuestras eficacias infalibles. Dios será siempre sorprendente.
ResponderEliminarO ¿es que no nos sorprende que Dios haya querido venir a nosotros desde el “escándalo” de una familia peregrina, sin alojos ni seguridades, al abrigo de la buena-de-Dios? O ¿es que ya no nos conmueve que aquel divino mensajero pasase la mayor parte de su vida “como si nada y como si nadie”, aprendiendo a vivir humanamente, para poder enseñarnos luego para siempre qué es eso de vivir con humana dignidad?
Y así llegó el día, el fruto maduro, el tiempo del estreno. Pero este Jesús hombre-Dios, tampoco ahora realizará algo espectacular para dar comienzo a su ministerio público. No convocará ruedas de prensa ni hará declaraciones. Como uno más de aquel pueblo (aunque su hogar era la humanidad), como uno más entre aquellos pecadores (aunque El no conoció pecado), como uno más de aquellos que oraban al Dios buscado (aunque El era una sola cosa con el Padre). Aparentemente nada especial, pero allí estaba todo en esa triple solidaridad de Dios que se une sin ceremonias a un pueblo, que aparece como un pecador, que tiene necesidad de orar. Y triple será también la respuesta del Padre: abrirá los cielos, bajará el Espíritu, se escuchará la confesión de un amor predilecto.
Por Jesús, en la fila común como uno de tantos, podemos entrar en la morada de Dios, que El abrió para nosotros. Por Jesús, en la fila de los pecadores, el pecado no será la última palabra que nuestra vida podrá escuchar como algo fatal y sin salida. Por Jesús, en la fila de los que buscan a Dios para orarle y escucharle, descenderá el Espíritu como en el día primero de la creación, transformando todos nuestros caos en belleza y armonía.
El bautismo de Jesús, después de aquel primer acto en su Natividad, será el 2º gesto de abrazar a nuestra humanidad. El último acto será la donación suprema de su vida en el drama de la cruz, el testimonio más alto de un amor que no evitó querernos hasta el dolor, hasta la muerte, hasta el final resucitado.
Nosotros, hermanos y discípulos de tal Señor, estamos llamados a hacer cola también, en la comunión solidaria con todos los hombres. Los cristianos también queremos ponernos en la fila de los que no renuncian a la paz. En la espera de algo nuevo que cada día nace, pueda abrirse para todos los hombres los cielos de la luz y de la vida, y su Espíritu nos llene con su fuerza, y su Padre anuncie sobre nosotros el final de todos los lutos y orfandades, porque también cada hombre y cada mujer, somos en Jesús, amados predilectos de un Dios que nos enseña a ser humanos.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo