TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

viernes, 30 de octubre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 1 DE NOVIEMBRE, 31º DEL TIEMPO ORDINARIO, SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS. (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«DICHOSOS VOSOTROS… PUES GRANDE SERÁ LA RECOMPENSA»
Mt. 5.1-12a
            En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
     Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
       Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Otras Lecturas: Apocalipsis 7,2-4.9-14; Salmo 23; 1Juan 3, 1-3

LECTIO:
            En la fiesta de todos los santos el evangelio de las bienaventuranzas nos indica quienes son los candidatos al Reino de Dios, restituido por Jesús… Cada bienaventuranza es un camino diferente que conduce a la misma vida. Los ocho señalados conducen a la misma posesión de Dios, objeto de la felicidad auténtica y perfecta.
       Para lograr la verdadera unión con Dios, Él nos invita a recorrer el camino de santidad en la pobreza con Cristo pobre. Nos quiere santos en el sufrimiento y en la pena con Cristo paciente.
       No hay santidad sin la presencia espiritual con Cristo. Dios nos ofrece la dicha de la santidad por el camino de la lucha por la justicia con Cristo, el justo de Dios.
       En la misericordia y en la limpieza de corazón nos iremos santificando, aprendiendo de Cristo, misericordioso y puro.
       Teniendo en nosotros la paz de Cristo y de los santos de Dios, trabajaremos por la paz entre los hombres, y en el itinerario de la persecución por Cristo, nos iremos revistiendo de la santidad del Cristo injuriado, perseguido y lastimado.
 
   MEDITATIO:          
     Cuando Jesús sube a la montaña y se sienta para anunciar las bienaventuranzas, hay un  gentío en aquel entorno, pero sólo «los discípulos se acercan» a él para escuchar mejor su mensaje.
¿Qué nos impide  hoy a los discípulos de Jesús acercarnos a Él para escucharlo?
     Dichosos «los pobres de espíritu», los que saben vivir con poco, confiando siempre en Dios. Estarán más atentos a los necesitados y vivirán el evangelio con más libertad.
     Dichosos «los sufridos» que vacían su corazón de resentimiento y agresividad. Serán un regalo para este mundo lleno de violencia.
     Dichosos «los que lloran» porque padecen injustamente sufrimientos y marginación. Con ellos se puede crear un mundo mejor y más digno.
Dichosa la Iglesia que sufre por ser fiel a Jesús. Un día será consolada por Dios.
     Dichosos «los que  buscan con pasión el reino de Dios y su justicia», los que no han perdido el deseo de ser más justos ni el afán de hacer un mundo más digno. Un día su anhelo será saciado.
     Dichosos «los misericordiosos» que actúan, trabajan y viven movidos por la compasión. Son los que, en la tierra, más se parecen al Padre del cielo.
     Dichosos «los que trabajan por la paz» con paciencia y fe, los que introducen en el mundo paz y no discordia, reconciliación y no enfrentamiento, buscando el bien para todos.
     Dichosos los que, «perseguidos a causa de la justicia», responden con mansedumbre a las injusticias y ofensas. Ellos ayudan a vencer el mal con el bien.
Dichosa la Iglesia perseguida por seguir a Jesús. De ella es el Reino de los cielos.   
                                                                                                                                                           
ORATIO:
     Oh Dios, fuente única de todo lo que existe, tú eres nuestro Padre: concédenos el amor para que, fieles a tu mandamiento, podamos amarte con un corazón indiviso, buscándote en todas las cosas.
 
El Señor es mi pastor, nada me falta.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque Tú vas conmigo…

     Que la oblación eterna de tu Hijo nos dé la fuerza y la alegría de perdernos a nosotros mismos en la caridad, para recobrarnos plenamente en ti, que eres el Amor.

CONTEMPLATIO:
     La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. Es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano.
     La santidad es vivir con amor y ofrecer el testimonio cristiano en las ocupaciones de todos los días donde estamos llamados a convertirnos en santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra.
     Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer. Sé santo cumpliendo con honestidad y eficiencia tu trabajo y ofreciendo tu tiempo al servicio de los hermanos…
También nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Y lo que produce en nosotros la imagen divina no es otra cosa que la santificación, esto es, la participación en el Hijo en el Espíritu. (Cirilo de Alejandría).


1 comentario:

  1. Es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano: ser feliz. ¿Quién nos lo podría asegurar y darle cumplimento? Es lo que el Evangelio de este domingo nos propone. Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su pro¬grama de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña que escucharemos este domingo, no es sino la primera entrega de este volver a "decirse" de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.
    Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas. Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad... de una felicidad ver¬dadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y os¬curidades que nos rebozan su desmentido? Jesús hablará de la felicidad de los pobres de espíritu (los humildes en sentido bíblico), de la felicidad de los afligidos, la de los mansos, la de los hambrientos y sedien¬tos, de la felicidad de los misericordiosos, de la felicidad de los limpios de corazón, la de los pacíficos, la de los perseguidos por la justicia... Y por si fuera poco provocativo su mensaje, Jesús añadirá todavía una felicidad más desconcertante aún: la de los que su¬frirán insultos, persecución y maledicencia por causa de Él.
    No es fácil tampoco hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes estamos de ellas, que la Palabra de Jesús nos resulta como nombrar la soga en la casa del ahorcado: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia... cuando seguimos empeñados -cada cual a su nivel correspondiente- en construir, en fomentar, en subvencionar un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante? Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.
    Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar. No os engañéis más, no os acostumbréis a lo malo y a lo deforme, porque nacisteis para la bondad y la belleza. Y san Agustín dirá: "nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti".
    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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