TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 9 de octubre de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 11 DE OCTUBRE, 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«MAESTRO BUENO, ¿QUÉ HARÉ PARA HEREDAR LA VIDA ETERNA?»

Mc. 10. 17-30
     En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
     Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.» A estas palabras, él
frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
     Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
    Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
     Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»

Otras Lecturas: Sabiduría 7,7-11; Salmo 89; Hebreos 4, 12-13

LECTIO:
    Nos encontramos ante un hombre bueno que salió al encuentro de Jesús, fue corriendo y se arrodilló ante Él. Arrodillarse ante Jesús significa creer en Él, reconocer su condición divina. Este hombre es un judío creyente, que cree en las promesas de Dios y espera en ellas.
    Es un hombre bueno porque desde pequeño cumple los mandamientos y hay otro detalle que lo confirma: “Jesús se quedó mirándolo, lo amó…”
    Jesús reconoce el valor de este hombre. Pero Jesús, que siempre quiere que demos lo mejor que nuestro Padre ha depositado en nuestros corazones, le pide más. Le pide que se abandone totalmente en Dios y abandone aquello que le tiene cogido el corazón: su riqueza, sus bienes materiales.
    Jesús aprovecha esta escena para impartir a los suyos su enseñanza sobre la riqueza. Cuando el hombre pone toda su confianza en el dinero está situándose lejos del Reino de Dios, porque está sustituyendo al Creador por los bienes creados.
    Los discípulos responden asustados y Jesús les recuerda: no es imposible, Dios que lo puede todo, nos ayudará a ser hombres y mujeres más libres, más vacíos de ataduras humanas y más llenos de Él.
    Los discípulos, aún con sus imperfecciones como el joven rico, eran también unos hombres buenos. Pedro dirá a Jesús que lo han dejado todo y le han seguido. El Señor reconoce, sin duda, el desprendimiento de los suyos, pero la lección que hoy les ha dado sobre la riqueza no la deberán olvidar nunca.
    El joven rico fue un hombre bueno, que decidió no seguir a Jesús. A nosotros hoy, la Palabra, nos invita a seguir a Jesús con el corazón entero. A poner solo nuestra confianza en Él.

   MEDITATIO:
     Comentando esta escena, San Juan Pablo II añadía: “¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!
     Jesús, hoy, nos mira con amor y nos invita a seguirle, a dejar todo por seguir sus pasos, a no conformarnos con cumplir los mandamientos, con ser buena persona… para eso no hacía falta que Él viniese a la tierra. Él quiere más de nosotros. Para unos la llamada de Jesús se tomara literalmente: dejarlo todo para seguirle: casa, familia, trabajo…
Pregúntate si Dios te llama a esto. Pregúntaselo a Jesús sinceramente en la oración. Para otros la llamada de Jesús significará seguirle en el matrimonio y trabajar para mantener una familia, donde uno no se sienta propietario de nada, sino administrador de los bienes recibidos.
     Tus bienes, tus talentos, tus capacidades son de Dios y te los ha concedido para que los pongas al servicio de los demás. 

ORATIO:
     Soy yo, Señor, Maestro bueno, ese uno al que miras a los ojos con un amor intenso. Soy yo, lo sé, ese uno al que llamas a un desprendimiento total de sí mismo. Se trata de un desafío. También yo me encuentro cada día ante este drama: el de la posibilidad de rechazar el amor. Si en ocasiones me encuentro cansado y solo, ¿no será tal vez porque no sé darte lo que tú me pides?
 Señor, toma mi vida nueva
antes de que la espera
desgaste años en mí.

CONTEMPLATIO:

“Todo eso lo he cumplido desde pequeño”.

     Jesús, como al joven del Evangeliose te queda mirando con cariño. Quiere atraerte para que colabores con Él en su proyecto de hacer un mundo más humano y te hace una propuesta sorprendente.

“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”.

     El mensaje de Jesús es claro. No basta pensar en la propia salvación; hay que pensar en las necesidades de los pobres. No basta preocuparse de la vida futura; hay que preocuparse de los que sufren en la vida actual. No basta con no hacer daño a otros; hay que colaborar en el proyecto de un mundo más justo, tal como lo quiere Dios.
     La tentación del miedo se encuentra en la historia del joven rico, que experimenta angustia ante el futuro que el Señor le abre, o sea, ante la posibilidad de que se libere de su propio pasado para ponerse de manera incondicional en manos del extraño que le invita, aunque Jesús le había mirado y amado. (B. Forte)

«Entonces, ¿quién puede salvarse?»

1 comentario:

  1. “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”. Estamos ante la pregunta religiosa del hombre de todos los tiempos: qué hacer para salvarse. Quien hace esa pregunta no es un cualquiera que se contenta con esas cuatro cosas que durante cuatro días que vivimos se pueden mantener y acrecentar. Hasta aquí no había nada que objetar al preguntante, sino ensalzar una actitud tan honesta con las exigencias de su corazón, con sus preguntas infinitas e inmensas.
    Pero este hombre que busca a un Maestro Bueno, se encontrará con alguien insospechado que pondrá en crisis sus usos y costumbres. Jesús irá repasando lo que su interlocutor sabía: no matar, no cometer adulterio, no robar, no engañar ni estafar, honrar a los padres... Suponemos la cara de satisfacción de aquel hombre ante su brillante currículum espiritual. Todo cuanto el Maestro Bueno iba enumerando... él lo cumplía, él lo sabía, ¡desde su más tierna infancia!
    ¿Estaría seguro de su entrada en la vida eterna? ¿tenía todos sus papeles en regla para merecer la salvación definitiva? ¿había pagado todos los plazos de su eternidad en moneda de mandamiento cumplido, ya desde pequeño? Llegados a este punto el diálogo se queda suspendido en el aire. “Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: una cosa te falta”. ¿Qué pensaría aquel hombre sobre ese requisito que le faltaba según el Maestro Bueno? ¿Algún nuevo mandamiento?
    Aquel buen hombre practicaba una especie de “consumismo religioso”. Él era rico de tantas cosas, y también quería acumular su tesoro de virtud, su cofre de mandamientos y cumplimientos para no ser pobre en nada. ¿Cuánto hay que pagar? ¿Qué hace falta para tener también la vida eterna? La sorpresa es que Jesús no le dice “añade” esto que te falta en tu acopio, sino más bien deja lastre, abandona cosas, déjate a ti mismo... y sígueme, vente conmigo, comparte mi vida, anuncia mi Palabra, construye mi Reino.
    Este era el nuevo mandamiento, el único mandamiento, la gran novedad: seguir al Maestro Bueno, dejando todo lo demás. La salvación no es fruto de nuestras conquistas, de nuestros pagos cumplidores y cumplimentadores, es un don, un regalo, una gracia, que Dios da en su Hijo: la salvación es encontrarse con Jesucristo. Seguirle e imitarle, ha sido lo que han hecho los que verdaderamente se han encontrado con Él. Un encuentro que no se ha quedado en intimismo privado, sino en una santidad que da gloria a Dios y que bendice a los hermanos fructificando en mil empresas de caridad, de humanización, de libertad, de justicia y de paz.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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