« HIJO DE
DAVID TEN COMPASIÓN DE MÍ »
Mc. 10. 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos
y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde
del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo
regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten
compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego,
diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se
acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro,
que pueda ver.» Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento
recobró la vista y lo seguía por el camino.
Otras Lecturas: Jeremías 31,7-9; Salmo 125; Hebreos
5, 1-6
LECTIO:
La
ceguera física de Bartimeo no solo suponía una grave limitación física en su
vida sino que, en aquella época, la ceguera era también motivo de exclusión de
la sociedad judía. Por eso el evangelio nos relata que el ciego está “al borde del camino”.
Esta es la primera barrera que Bartimeo vencerá. Él necesita que Jesús se fije en él para que
le cure completamente. Bartimeo grita una primera vez para llamar la atención
de Jesús cuando se entera que está pasando por el camino. La reacción no se
hace esperar. “Muchos”
le pedían que se callara.
Esta actitud de los
vecinos de Bartimeo será la segunda barrera que superará. Podría haberse venido
abajo, pero no se deja amedrentar, lo que está en juego es su propia vida. Por
eso vuelve a gritar a Jesús. Y en esta ocasión es el propio Jesús quien
responde. Se detiene y manda llamarlo.
Ante la invitación de Jesús, Bartimeo: soltó, saltó y se acercó.
El
ciego soltó el manto
que hasta ahora era su seguridad, le servía para protegerse del frío, para
dormir. Quien ha encontrado
a Jesús no necesita muchas seguridades materiales.
Dio
un salto, quien ha experimentado alcanzar una meta
largamente soñada sabe bien la alegría que esto produce. El salto del ciego
bien podría ser la señal de esa alegría profunda que ha producido en él la
invitación de Jesús.
Y por último, se
acercó. Nadie
puede enamorarse de Dios si no se acerca a Él. Este acercamiento
es signo de la vida de Bartimeo que se confía totalmente a Jesús.
Ahora, ante Jesús, Bartimeo suplica la vista. Jesús le concede
la iluminación completa: la de sus ojos y la de su corazón. Por eso Bartimeo no
se marchará ya viendo, sino que decidirá seguir a Jesús por el camino. Ha encontrado la Luz que da sentido a su vida. Y para conseguir este
objetivo merece la pena
luchar para superar cualquier dificultad.
MEDITATIO:
A la luz del testimonio de Bartimeo
examina como vives tu fe y cómo das testimonio de ella.
La fe es un don total y gratuito,
pero requiere búsqueda y esfuerzo, adhesión y vivencia.
■ ¿Qué te hace pensar la actitud de
Bartimeo?, ¿qué expresa su insistencia, su perseverancia, su constancia…? ¿Qué
aprendes de él?
«Ánimo, levántate, que te llama.»
En el encuentro con el Señor, Bartimeo,
pidió: «Rabbuni, que recobre la vista», tú ¿qué quieres pedir al Señor, qué
necesitas para encontrarlo y seguirlo?
■ ¿Qué te impide vivir cómo el Señor quiere y
espera de ti’? ¿Eres conciente de las necesidades de los que te rodean? ¿Eres
capaz de renunciar a tu tiempo para estar con alguien que necesita unas
palabras de aliento, de compañía…?
ORATIO:
¡Oh Cristo!, nosotros te confesamos «Dios de Dios, luz de luz»: ven
a alumbrar nuestras tinieblas. Ayúdanos
a acoger la misericordia que salva.
Aquí
estoy, Señor,
como el
ciego al borde del camino…
Pasas a
mi lado y no te veo.
¡Que
vea, Señor!
Jesús, Hijo de
Dios, ten piedad de nosotros. Queremos sanar de verdad, «ver» y caminar
contigo, aceptando la cruz y anhelando la casa del Padre, a donde tú nos
conduces con vigor y suavidad.
CONTEMPLATIO:
No es difícil reconocernos en la figura de
Bartimeo. Vivimos a veces como “ciegos”, sin ojos para mirar la vida como la
miraba Jesús. “Sentados”, instalados, sin fuerza para seguir sus pasos.
Descaminados, “al borde del camino” que lleva a Jesús, sin tenerle como guía de
nuestra vida y de nuestras comunidades cristianas.
“…Levántate.
Te está llamando”.
Esto lo cambia todo. Bartimeo “soltó el manto” porque le estorba para
encontrarse con Jesús. Es lo que necesitamos, liberarnos de ataduras que ahogan
nuestra fe y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.
Cuando Jesús le pregunta que quiere de él,
el ciego no duda: «Maestro,
que pueda ver.» Es lo más importante. Cuando
uno comienza a ver las cosas de manera nueva, la vida se transforma. Cuando una
comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.
“…recobró la vista y lo seguía por
el camino.”
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