TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 6 de marzo de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 8 DE MARZO, 3º DE CUARESMA (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

EL CELO DE TU CASA ME DEVORA
Jn. 2.13-25
            Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
       «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
       Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
       Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo.
       Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
       Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Otras Lecturas: Éxodo 20,1-3.7-8.12-17; Salmo 18; 1Corintios 1,22-25

LECTIO:
                Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Se encuentra con vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.
       Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
       Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».
       Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.
       Jesús no está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.
       Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende.
       Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.

   MEDITATIO:                  
     “Quitad eso de aquí…” Si hoy Jesús viniera nuevamente y entrara en nuestras comunidades, ¿qué actitud tendría?, ¿expulsaría a alguien o alguno?, ¿por qué?
Jesús rechaza una religión sin fe, sin amor, sin espiritualidad…En la iglesia, en tu comunidad, ¿existen algunos aspectos que daría la impresión o la apariencia de ser un mercado?, ¿a qué se debe?, ¿qué hacer en esas circunstancias? ¿Qué necesitamos para dar mayor credibilidad y transparencia a nuestra vida de fe y a nuestra comunidad?
Los templos vivos donde Dios habita son las personas. Hoy estamos empeñados en convertir al hombre en un mercado y lo único que se le quiere ofrecer es todo aquello que se centra en el poder, en el tener. Los valores desaparecen, da la sensación de que todo vale y reducimos al hombre a su mínima expresión. ¿qué sentimientos y que reacción provocan en ti estas afirmaciones?
En este tiempo de cuaresma, ¿a qué te compromete la actitud de Jesús en el templo?, ¿puedes hacer para actuar como Él?                                                                  
ORATIO:
Perdona, Señor, porque hago un mercado de la casa del Padre…
acudiendo a Dios solo cuando tengo necesidad,

     ¡Oh Padre!, tú has constituido a tu Hijo Jesús templo nuevo de la nueva y definitiva alianza, construido no por manos de hombre sino del Espíritu Santo. Haz que, acogiendo con fe su Palabra, vivamos en Él y podamos así adorarte en espíritu y verdad. Abre nuestros ojos a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que son miembros del cuerpo de Cristo para que sirviendo a ellos te demos el verdadero culto que tú deseas.
pensando solo en mi mismo,
siendo indiferente a los que necesitan ayuda,
no viendo las necesidades del tengo al lado…

CONTEMPLATIO:
     Interioriza este texto del mensaje del Cuaresma del Papa Francisco: “El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres”. ¿Cómo puedes dar respuesta a “Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. ‘Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él’”

1 comentario:

  1. Tal vez nos extrañe el Evangelio de este domingo. No nos tiene acostumbrados Jesús a estos modos y maneras, y por eso nos resulta casi hirientemente insólito ver que Jesús tenga este arrebato violento. Con un látigo rudimentario la emprenderá contra todo un montaje sacrosanto: cambistas de moneda, vendedores de ovejas, bueyes y palomas. Se comprende que los judíos pregunten con increíble extrañeza: ¿a cuento de qué y en nombre de quién te comportas asi?
    La escena transcurre en una dependencia del Templo llamada “el atrio de los gentiles”, lugar de paso de los judíos de la diáspora especialmente, que servía para muchas cosas: foro de tertulia, banco para cambio de divisas, mercado popular, mercado religioso. Todo ello supondría un notable jaleo, un lío tremendo nada menos que en el corazón de la religiosidad judía: el Templo, la casa de Dios. La respuesta que da Jesús es muy simple: habeis convertido la casa de mi Padre en un mercado, haciendo de Dios la gran coartada para organizar vuestros tenderetes, para engrosar vuestras cuentas y bolsas, para redondear vuestros negocios... pero vuestra vida, luego, no tiene mucho que ver con Dios: sencillamente os aprovecháis de Él.
    La crítica de Jesús es durísima; el relativizar el Templo y colocarse Él mismo en su lugar, preparará el diálogo con la Samaritana en el que se declara la gran cuestión que enfrentará a Jesús con el poder religioso de su época y la que le llevará, en definitiva, a la muerte.
    Desde una lectura cristiana, este Evangelio debe ser leído también dirigido a nosotros, porque son muchas las tentaciones –muy sutiles a veces– de sustituir a Dios por sus mediaciones, de quedarnos en los medios, en los reglamentos, en las prácticas. Todas estas cosas tienen su sentido, pero sólo como medio, como ayuda y como pedagogía que nos educan y acompañan en el encuentro con Dios, pero no son jamás –no lo deben ser– fines en sí mismas.
    La Cuaresma puede ser un momento propicio para revisar nuestros tenderetes, y para convertirnos al Señor. Sólo Dios, sólo Jesús es lo absoluto. Él es el fin, es a Él a quien seguimos e imitamos, a quien anunciamos y compartimos. Cuando el encuentro con Él ha sido claro y real, apasionante y apasionado, entonces no hay temor a quedarse en los “templos y en sus atrios”, sino que todos los medios pueden ser bienvenidos: basta que nos permitan mantener vivo ese encuentro y nos urjan a anunciar el Evangelio a los pobres, sea cual sea su pobreza.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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