Fuente: Liturgia de las
horas para los fieles Edición 2002.
9.
LA IGLESIA RECOMIENDA INSISTENTEMENTE A LOS LAICOS EL REZO DE LA
LITURGIA DE LAS HORAS
…hemos visto que ya en el
lejano 1966 Pablo VI recomendaba en su motu propio Ecclesiae
sanctae el rezo de la Liturgia de las Horas a los miembros de
los Institutos laicales. En la Constitución apostólica Laudis canticum
amplía el horizonte, recomendando el rezo del Oficio a todos los fieles, como
hemos visto también; en esta misma línea, en los Principios y Normas generales
de la Liturgia de las Horas se afirma que "cuando los fieles son
convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y
sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo"; se recomienda a los laicos que
"dondequiera que se reúnan... reciten el Oficio de la Iglesia, celebrando
algunas partes de la Liturgia de las Horas";
se advierte la conveniencia de que "la familia, que es como un santuario
doméstico dentro de la Iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga
recitando algunas partes de la Liturgia de las Horas"; finalmente, se
exhorta a las comunidades religiosas no obligadas a la Liturgia de las Horas, y
a cada uno de sus miembros, como también a los seglares, a que "celebren
algunas partes de la Liturgia de las 'Horas, que es la oración de la Iglesia y
hace de todos los que andan dispersos por el mundo un solo corazón y una sola
alma".
II. NATURALEZA DE LA
ORACIÓN LITÚRGICA
1. ORACIÓN PERSONAL Y ORACIÓN ECLESIAL
El hecho de que en nuestros días los
laicos se hayan reincorporado de nuevo a la oración de la Iglesia, como lo
hacían los antiguos cristianos, y vuelvan a considerar la Liturgia de las Horas
como algo que les pertenece por su misma condición de bautizados es uno de los
aspectos más positivos de la actual renovación litúrgica. Pero este progreso,
por importante que sea, constituye sólo un primer paso al que debe seguir otro
de no menor importancia: el de una correcta comprensión e intensa vivencia
espiritual de lo que constituye la identidad propia de la oración eclesial.
Dicho de otro modo: al
logro que significa que los fieles recen la Liturgia de las Horas, hay que
añadir el de que entiendan que la oración de la Iglesia -
la Liturgia de las Horas - es
una plegaria de naturaleza diversa, que no se limita a ser
una de tantas maneras posibles de orar, apenas distinta de lo que es la oración
personal a no ser porque se reza en común o usando unos formularios propuestos
por la Iglesia, sino que
tiene una identidad propia y exclusiva.
Descubrir y vivir en qué consiste esta
identidad propia de la oración eclesial es, sin duda, más difícil que el simple
logro de haber adoptado el rezo de la Liturgia de las Horas. Han sido
demasiados los siglos en que los fieles vivieron del todo ajenos a la oración
litúrgica, para pretender que ahora, en poco tiempo, se capte con facilidad
que, para los cristianos, "oración" no siempre es sinónimo de
"trato íntimo con Dios", sino que en la Iglesia se da, además de la
oración personal, otro modo de orar, de naturaleza distinta, que es la oración
litúrgica. Si no se descubre esta realidad y si de ella no se hace vivencia
espiritual, siempre resultará difícil incorporarse al genuino sentido y al
verdadero espíritu de la Liturgia de las Horas. Quienes
no sepan distinguir entre la naturaleza de la oración personal y la de la
oración de la Iglesia inevitablemente toparán con dificultades insuperables
para vivir como oración algunos de los textos - especialmente de
los salmos - de la Liturgia de las Horas. Y
no sabrán tampoco justificar por qué la normativa litúrgica no admita
determinados modos de orar - las
preces espontáneas, por ejemplo - que, a primera vista,
parecen ser oración en su sentido más auténtico, pero que, en realidad, sólo
responden a la naturaleza de la oración personal, no a la de la plegaria
litúrgica.
Para adentrarse en el espíritu de la
oración litúrgica, para ahondar en el significado de muchos de sus textos y
para captar hasta qué punto algunas de las disposiciones litúrgicas, lejos de
ser meras arbitrariedades jurídicas que coartan la libertad, constituyen medios
para manifestar la identidad propia de la oración litúrgica, lo primero que se
impone es delimitar bien las fronteras que separan la oración personal de la
oración litúrgica. Esta delimitación resulta tanto más importante cuanto que la
mayoría de los fieles han sido educados, durante siglos y más siglos, sólo en
el significado de la oración personal, desconociendo la entidad propia y la
finalidad específica de la oración eclesial.
La
oración personal consiste en el trato íntimo con Dios.
Por ello este modo de orar resulta tanto más auténtico cuanto más
espontáneamente brota del corazón. En el ámbito de esta oración personal, las
fórmulas preexistentes pueden ser útiles, sin duda, para orientar la plegaria,
pero nunca son elemento imprescindible ni mucho menos fundamental. Incluso -
teóricamente por lo menos -, si
el que ora sabe prescindir de toda fórmula de plegaria, su oración personal
será más filial y ganará en autenticidad.
2. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA, ORACIÓN DE TODO EL PUEBLO DE DIOS
La
oración eclesial, en cambio, va por otros senderos.
Su finalidad no es el coloquio personal de los participantes con su Dios, sino
el diálogo de la Iglesia con
su Esposo, del pueblo santo con el Padre que lo ha elegido,
de la comunidad santificada por la sangre de Cristo con su Salvador. Y esta comunidad orante es únicamente
la Iglesia en su sentido más pleno, es decir, la Iglesia universal,
la única que merece el título de esposa "radiante, sin mancha ni arruga,
ni nada parecido, sino santa e inmaculada". La asamblea local es sólo una
presencia limitada de esta Iglesia de Jesús. Por ello la oración de la asamblea
concreta - o del bautizado que reza solo la Liturgia de las Horas - nunca se
reduce ni a los sentimientos personales de los participantes ni a la simple
adición de los votos individuales de los que participan en la oración de una
asamblea concreta, sino que se trata siempre de la
voz de todo el cuerpo de Cristo, de las alabanzas y de los
votos de la Iglesia universal como tal. Porque, si bien es verdad que en toda
asamblea cristiana - o incluso en el bautizado que reza en solitario la
Liturgia de las Horas - está presente y ora la Iglesia universal, con todo esta
oración, por ser la plegaria
de la Iglesia como tal, sobrepasa los sentimientos y deseos de quienes físicamente
participan en
una celebración concreta y constituye la voz de todo el cuerpo
de Cristo, de toda la Iglesia universal. Es por ello que la naturaleza de esta
oración quedaría desfigurada si en el interior de lo que es la oración eclesial
se introdujeran elementos que sólo responden a la oración personal, como serían
las preces espontáneas de los participantes.
El hecho de que la oración litúrgica
sobrepase los sentimientos y votos de los participantes concretos de una
celebración logra, además, desvanecer una dificultad que surge con frecuencia
entre los fieles, cuando advierten que, a veces, los sentimientos del propio
corazón difieren de los que aparecen en los salmos, por ejemplo, cuando el que
está triste topa con un salmo de júbilo o, por el contrario, el que está alegre
se ve obligado a rezar un salmo de lamentación. Teniendo presente que los
salmos, en el Oficio, se rezan, no a título privado, sino en nombre de toda la
Iglesia - incluso en el caso de que alguien rece solo la Liturgia de las Horas
-, siempre le resultará fácil al orante encontrar motivos de alegría o de
tristeza, recordando las diversas circunstancias en que viven otros miembros de
la Iglesia, realizando así en la oración el consejo del apóstol de "alegrarse con los que se alegran y llorar con
los que lloran".
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