TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 31 de octubre de 2014

OFICIO DIVINO, Oración de las horas (iII)


I LA LITURGIA DE LAS HORAS  EN MANOS DE LOS FIELES
Fuente: Liturgia de las horas para los fieles Edición 2002.

9. LA IGLESIA RECOMIENDA INSISTENTEMENTE A LOS LAICOS EL REZO DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

…hemos visto que ya en el lejano 1966 Pablo VI recomendaba en su motu propio Ecclesiae sanctae el rezo de la Liturgia de las Horas a los miembros de los Institutos laicales. En la Constitución apostólica Laudis canticum amplía el horizonte, recomendando el rezo del Oficio a todos los fieles, como hemos visto también; en esta misma línea, en los Principios y Normas generales de la Liturgia de las Horas se afirma que "cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo"; se recomienda a los laicos que "dondequiera que se reúnan... reciten el Oficio de la Iglesia, celebrando algunas partes de la Liturgia de las Horas"; se advierte la conveniencia de que "la familia, que es como un santuario doméstico dentro de la Iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga recitando algunas partes de la Liturgia de las Horas"; finalmente, se exhorta a las comunidades religiosas no obligadas a la Liturgia de las Horas, y a cada uno de sus miembros, como también a los seglares, a que "celebren algunas partes de la Liturgia de las 'Horas, que es la oración de la Iglesia y hace de todos los que andan dispersos por el mundo un solo corazón y una sola alma".


II. NATURALEZA DE LA ORACIÓN LITÚRGICA

1. ORACIÓN PERSONAL Y ORACIÓN ECLESIAL

     El hecho de que en nuestros días los laicos se hayan reincorporado de nuevo a la oración de la Iglesia, como lo hacían los antiguos cristianos, y vuelvan a considerar la Liturgia de las Horas como algo que les pertenece por su misma condición de bautizados es uno de los aspectos más positivos de la actual renovación litúrgica. Pero este progreso, por importante que sea, constituye sólo un primer paso al que debe seguir otro de no menor importancia: el de una correcta comprensión e intensa vivencia espiritual de lo que constituye la identidad propia de la oración eclesial. Dicho de otro modo: al logro que significa que los fieles recen la Liturgia de las Horas, hay que añadir el de que entiendan que la oración de la Iglesia - la Liturgia de las Horas - es una plegaria de naturaleza diversa, que no se limita a ser una de tantas maneras posibles de orar, apenas distinta de lo que es la oración personal a no ser porque se reza en común o usando unos formularios propuestos por la Iglesia, sino que tiene una identidad propia y exclusiva.
     Descubrir y vivir en qué consiste esta identidad propia de la oración eclesial es, sin duda, más difícil que el simple logro de haber adoptado el rezo de la Liturgia de las Horas. Han sido demasiados los siglos en que los fieles vivieron del todo ajenos a la oración litúrgica, para pretender que ahora, en poco tiempo, se capte con facilidad que, para los cristianos, "oración" no siempre es sinónimo de "trato íntimo con Dios", sino que en la Iglesia se da, además de la oración personal, otro modo de orar, de naturaleza distinta, que es la oración litúrgica. Si no se descubre esta realidad y si de ella no se hace vivencia espiritual, siempre resultará difícil incorporarse al genuino sentido y al verdadero espíritu de la Liturgia de las Horas. Quienes no sepan distinguir entre la naturaleza de la oración personal y la de la oración de la Iglesia inevitablemente toparán con dificultades insuperables para vivir como oración algunos de los textos - especialmente de los salmos - de la Liturgia de las Horas. Y no sabrán tampoco justificar por qué la normativa litúrgica no admita determinados modos de orar - las preces espontáneas, por ejemplo - que, a primera vista, parecen ser oración en su sentido más auténtico, pero que, en realidad, sólo responden a la naturaleza de la oración personal, no a la de la plegaria litúrgica.
     Para adentrarse en el espíritu de la oración litúrgica, para ahondar en el significado de muchos de sus textos y para captar hasta qué punto algunas de las disposiciones litúrgicas, lejos de ser meras arbitrariedades jurídicas que coartan la libertad, constituyen medios para manifestar la identidad propia de la oración litúrgica, lo primero que se impone es delimitar bien las fronteras que separan la oración personal de la oración litúrgica. Esta delimitación resulta tanto más importante cuanto que la mayoría de los fieles han sido educados, durante siglos y más siglos, sólo en el significado de la oración personal, desconociendo la entidad propia y la finalidad específica de la oración eclesial.
     La oración personal consiste en el trato íntimo con Dios. Por ello este modo de orar resulta tanto más auténtico cuanto más espontáneamente brota del corazón. En el ámbito de esta oración personal, las fórmulas preexistentes pueden ser útiles, sin duda, para orientar la plegaria, pero nunca son elemento imprescindible ni mucho menos fundamental. Incluso - teóricamente por lo menos -, si el que ora sabe prescindir de toda fórmula de plegaria, su oración personal será más filial y ganará en autenticidad.

2. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA,  ORACIÓN DE TODO EL PUEBLO DE DIOS

     La oración eclesial, en cambio, va por otros senderos. Su finalidad no es el coloquio personal de los participantes con su Dios, sino el diálogo de la Iglesia con su Esposo, del pueblo santo con el Padre que lo ha elegido, de la comunidad santificada por la sangre de Cristo con su Salvador. Y esta comunidad orante es únicamente la Iglesia en su sentido más pleno, es decir, la Iglesia universal, la única que merece el título de esposa "radiante, sin mancha ni arruga, ni nada parecido, sino santa e inmaculada". La asamblea local es sólo una presencia limitada de esta Iglesia de Jesús. Por ello la oración de la asamblea concreta - o del bautizado que reza solo la Liturgia de las Horas - nunca se reduce ni a los sentimientos personales de los participantes ni a la simple adición de los votos individuales de los que participan en la oración de una asamblea concreta, sino que se trata siempre de la voz de todo el cuerpo de Cristo, de las alabanzas y de los votos de la Iglesia universal como tal. Porque, si bien es verdad que en toda asamblea cristiana - o incluso en el bautizado que reza en solitario la Liturgia de las Horas - está presente y ora la Iglesia universal, con todo esta oración, por ser la plegaria de la Iglesia como tal, sobrepasa los sentimientos y deseos de quienes físicamente participan en una celebración concreta y constituye la voz de todo el cuerpo de Cristo, de toda la Iglesia universal. Es por ello que la naturaleza de esta oración quedaría desfigurada si en el interior de lo que es la oración eclesial se introdujeran elementos que sólo responden a la oración personal, como serían las preces espontáneas de los participantes.
     El hecho de que la oración litúrgica sobrepase los sentimientos y votos de los participantes concretos de una celebración logra, además, desvanecer una dificultad que surge con frecuencia entre los fieles, cuando advierten que, a veces, los sentimientos del propio corazón difieren de los que aparecen en los salmos, por ejemplo, cuando el que está triste topa con un salmo de júbilo o, por el contrario, el que está alegre se ve obligado a rezar un salmo de lamentación. Teniendo presente que los salmos, en el Oficio, se rezan, no a título privado, sino en nombre de toda la Iglesia - incluso en el caso de que alguien rece solo la Liturgia de las Horas -, siempre le resultará fácil al orante encontrar motivos de alegría o de tristeza, recordando las diversas circunstancias en que viven otros miembros de la Iglesia, realizando así en la oración el consejo del apóstol de "alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran".

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