El Rosario
«El rosario de la Virgen María (...) es
una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio.
En su sencillez y profundidad, sigue
siendo también en este tercer milenio apenas iniciado una oración de gran
significado, destinada a producir frutos de santidad. La devoción del
Santísimo Rosario, que era en tiempo de nuestros padres una de las más
constantes prácticas en las familias, ha venido casi a olvidarse o enfriarse en
España, en términos de que son ya contadas las casas, al menos en las Ciudades,
en que se conserva tan hermosa práctica, que las exhortaciones de nuestro
Pontífice León XIII pretendieron y desearon restablecer.
Se encuadra bien
en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha
perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu
de Dios a "remar mar adentro" (duc in altum!), para
anunciar, más aún, "proclamar" a Cristo al mundo como Señor y
Salvador, "el camino, la verdad y la vida" (Jn
14,6)... El rosario, en
efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en
la cristología.
En la sobriedad
de sus pares, concentra en sí la
profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un
compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magníficat por la
obra de la encarnación redentora en su seno virginal.
Con
él, el pueblo cristiano aprende de
María a contemplar la belleza
del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor».
El
Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente
contemplativa. Sin
esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo
sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición
de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no
seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su
locuacidad" (Mt 6,7).
Por su
naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso,
que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor,
vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que
desvelen su insondable riqueza».
San Juan Pablo II, papa
Con sólo advertir que nuestros sentidos no lo ven, pero que el mismo
Señor está allí y escucha de cerca nuestras preces, ya se logra una gran ventaja y un gran aumento de gracia con la
recitación de cualquier plegaria en presencia del Santísimo Sacramento.
Pero hay más, y es que Jesús se asocia a nuestras oraciones desde su
trono de gracia, por el plural del Padre-nuestro y por la reminiscencia de
actos de su vida, pasión y muerte, que se le hace en la hermosa devoción que nos
ocupa.
De este orden de consideraciones se deduce, que al realizar esta devoción con buen espíritu y deseo, se
da culto a Cristo y a su Madre, y gloria a la Trinidad. Todos los fieles saben que el recuerdo de la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo es uno de los medios más eficaces de
alcanzar los favores del cielo y de asegurar a los pecadores el don de la
conversión, y a los que caminan hacia la perfección cristiana, la perseverancia...
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