TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 18 de enero de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 19 DE ENERO, 2º DEL TIEMPO ORDINARIO

Cordero de mansedumbre y fortaleza

Jn.1, 29-34     En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
     Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo" Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Otras Lecturas: Isaías 49,3.5-6; Salmo 39; 1Corintios 1,1-3

LECTIO:
     ¿Qué dijo Juan cuando vio a Jesús? ¿Para qué ha venido bautizando? ¿Por qué dice Juan que es testigo que Jesús es el Hijo de Dios?-Juan después de su prólogo (1,1-18) presenta los hechos de Jesús ubicándolos en una semana y sus días. El primer día (1,19-28) trata sobre el testimonio de Juan ante los sacerdotes y levitas, que son enviados por los judíos a preguntarle quién es él. El segundo día, el de nuestro texto, Juan identifica a Jesús con el Cordero de Dios. Estos dos días están bajo la idea de testigos de Jesús, mientras que los dos días siguientes tratan del seguimiento, en los que las personas se convierten en intermediarios de la vocación de los discípulos. Se trata no sólo de venir a la fe, sino de entrar en comunión con Jesús y convertirse en discípulos suyo.
     Juan “ve” a Jesús, lo identifica, y dirige la mirada (¡miren!) hacia Él como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1,29); certifica que de Él ya había dado testimonio (1,30 en relación con 1,26-27); pone en relación su bautismo con la disposición del pueblo para que conozca a Jesús (1,31); hace una nueva declaración en relación con “haber visto” al Espíritu Santo reposar sobre Jesús (1,32); refiere que fue enviado a bautizar y se le había dado una señal, el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús (1,33); testifica que su visión (“lo he visto”) confirma que Jesús es el Hijo de Dios.
     Al iniciar el “tiempo ordinario” de la vida litúrgica de la Iglesia, se presenta a Jesús con ciertas cualidades y títulos de honor: “Cordero de Dios”, “más importante que yo”, “existía antes que yo” “sobre Él reposa el Espíritu Santo”, “es el Hijo de Dios”. El testimonio de Juan es de vital importancia, y está en estrecha relación con el verbo “ver”: “vio a Jesús”, “¡Miren!”, “He visto”, “sobre quien veas”, “ya lo he visto”, “soy testigo”. El testigo no sabe desde el principio quién era Jesús: “Yo mismo no sabía quién era”, “Yo todavía no sabía quién era”. Sin embargo, se le había dado una señal: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa”. La misión del precursor, Juan, era “bautizar”, “para que el pueblo de Israel lo conozca”. Y la misión del Mesías es “quitar el pecado del mundo” y “bautizar con Espíritu Santo”. Un programa misionero a favor de la humanidad.
     Juan Bautista remite hacia Jesús: “¡miren el cordero de Dios!” y lo repetirá en 1,36 al día siguiente (tercer día). Juan realiza la función de señalar (miren) y nada más, aunque hemos de imaginarnos cuál habrá sido la manera de hablar de Juan sobre Jesús, pues, a través de su testimonio sobre “el cordero de Dios” son motivados dos de sus discípulos a abandonarle a él como maestro y seguir a un desconocido, Jesús (1,35- 37).
Juan es ese hombre necesario en la vida de toda vocación para ayudar a “ver” al que “pasa”, al que está incluso demasiado cerca en ese momento y no somos capaces de reconocer. Juan es admirable como maestro, tiene su círculo de discípulos, pero a la hora en que descubre a Jesús es capaz de dejar en libertad a los suyos para que inicien el camino con el que es “el Camino”, para que sigan al que es “el Maestro”, para que vayan detrás del “Cordero”… Por eso Juan es verdadero testigo al desaparecer, al retirarse, al dejar que “Él crezca mientras él disminuye”
(3,30), entonces la decisión personal del otro brota como deseo y puesta en camino detrás del Maestro.

MEDITATIO:
     La liturgia de este domingo nos recuerda que Jesús, es el hijo de Dios, el que quita el pecado. Iniciemos esta meditación con estas palabras del Papa Benedicto XVI pronunciadas el 9 de enero de 2011: “Cuando el Bautista ve a Jesús que, en fila con los pecadores, viene a hacerse bautizar, queda asombrado; reconociendo en él al Mesías, el Santo de Dios, Aquel que está sin pecado, Juan manifiesta su desconcierto; él mismo, el bautista hubiera querido hacerse bautizar por Jesús. Pero Jesús le exhorta a no oponer resistencia, a aceptar cumplir este acto, para hacer lo que es conveniente y “cumplir toda justicia”. Con esta expresión, Jesús manifiesta haber venido al mundo para hacer la voluntad de Quien lo ha enviado, para cumplir todo lo que el Padre le pide; para obedecer al Padre Él ha aceptado hacerse hombre. Este gesto revela sobre todo quién es Jesús; es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es Aquel que “se ha bajado” para hacerse uno de nosotros, Aquel que se ha hecho hombre y ha aceptado humillarse hasta la muerte de cruz ″Ahora preguntémonos:
¿He identificado a Jesús en medio de la gente? ¿Cuándo? ¿Doy testimonio de Jesús en mi vida? ¿Creo que Jesús es verdadero Dios?

ORATIO:
     Por tu inmensa piedad, de mi pecado purifícame.
Amabilísimo Señor Jesucristo, verdadero Dios, que del seno eterno del Padre omnipotente, tú fuiste enviado al mundo para absolver los pecados, redimir a los afligidos, soltar a los encarcelados, congregar a los vagabundos, conducir a su patria a los peregrinos, compadécete de los verdaderamente arrepentidos, consuela a los oprimidos y atribulados; dígnate absolver y liberarme a mí, a tu criatura, de la aflicción y tribulación en que me veo, porque tú recibiste de Dios Padre todopoderoso el género humano para que lo comprases y, hecho hombre, prodigiosamente nos compraste el paraíso con tu preciosa sangre. Amen  
San Agustín (fragmento)

CONTEMPLATIO:
      ¡Señor Jesús, tú eres el Cordero, el hijo de Dios!
     “El nombre de Jesús es superior a todo nombre, porque delante de él se dobla toda rodilla. Si lo predicas, ablanda las voluntades más obstinadas. Si lo invocas, dulcifica las más ásperas tentaciones. Si piensas en él, se te ilumina la inteligencia. Si lo lees, te alimenta el corazón.”   (San Antonio de Padua)

1 comentario:

  1. Retomamos el tiempo ordinario y volvemos a la trayectoria de Jesús en su vida pública que a lo largo del año litúrgico se nos propondrá. La primera escena tiene lugar a orillas del Jordán, continuando lo que vimos el domingo pasado en el Bautismo de Jesús. Juan, el precursor del Maestro, utiliza una expresión muy querida para cualquier hebreo religioso: “al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

    Los ojos del evangelista que relata este momento quedarán prendados, como quien encuentra finalmente a Aquél que esperaba. De hecho, tanto Juan como Andrés seguirán a ese Cordero, y preguntándole dónde vivía se quedarían con Él aquel día y para siempre. Era el encuentro que sigilará todas sus búsquedas y que dará cumplimiento a todas sus esperas. Por ello, con una extraña anotación cargada de fidelidad, anotará muchos años después cuando escriba su evangelio, que este encuentro tan decisivo sucedió a las cuatro de la tarde (Jn 1,37-39). Como siempre sucede con todo verdadero amor, hace memoria emocionada del primer instante de una historia que permanece y que ha marcado el resto de la existencia.

    El Evangelio de Juan, desarrollará este momento inicial a través de los diferentes encuentros entre el Cordero Jesús y las personas que se cruzarán en su camino. Todos ellos recibirán la liberación de su des-gracia sea cual sea su nombre (oscuridad, sed, enfermedad, confusión… pecado), con tal que la confiesen, con tal que no la maquillen ni la disfracen, y reconozcan en Jesús a quien trae la Gracia eficaz para todas sus des-gracias impotentes. Por esta razón, en aquel momento no estaban los que después a lo largo del Evangelio de Juan van a aparecer como los difidentes de Jesús, los prejuiciosos de sus signos y palabras, los enemigos de su vida.

    Hay una llamada a reconocernos ante el Cordero que quita los pecados, que nos señala y nos denuncia los pecados de nuestra época y los traspiés de nuestra generación: la mentira, la injusticia, el hedonismo en todas sus formas, el egoísmo disfrazado de cultura de bienestar, las corrupciones oficiales y oficiosas, la matanza de la belleza y de la vida… Y todo esto no para apabullarnos y hacernos pesimistas o reaccionarios, sino para señalarnos y anunciarnos que hay otro modo de vivir y convivir, otra manera de hacer un mundo habitable, otro camino para responder a nuestras preguntas de felicidad: el que nace del reconocimiento de este Cordero y de la adhesión a su vida y su palabra. Este es el Cordero, el que quita nuestros pecados. Por eso hay esperanza.


    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

    Arzobispo de Oviedo

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