«Señor, enséñanos a
orar»
Benedicto XVI, pp emérito
Benedicto XVI, pp emérito
Queridos hermanos y hermanas:
… «Señor, enséñanos a orar». Jesús no puso objeciones, ni habló de
fórmulas extrañas o esotéricas, sino que, con mucha sencillez, dijo: «Cuando
oréis, decid: "Padre..."», y enseñó el Padrenuestro,
sacándolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre. San
Lucas nos transmite el Padrenuestro en una forma más breve respecto a la del
Evangelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las primeras
palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la
memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan
que «no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y
más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos
equivale a seguir a Jesús» (Benedicto
XVI).
Esta oración recoge y expresa también las necesidades humanas materiales
y espirituales: «Danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados».
Y precisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día,
Jesús exhorta con fuerza: «Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y
al que llama, se le abrirá». No se trata de pedir para satisfacer los propios
deseos, sino más bien para mantener despierta la amistad con Dios, quien -sigue
diciendo el Evangelio- «dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan». Lo
experimentaron los antiguos «padres del desierto» y los contemplativos de todos
los tiempos, que llegaron a ser, por razón de la oración, amigos de Dios, como
Abrahán, que imploró al Señor librar a los pocos justos del exterminio de la
ciudad de Sodoma. Santa Teresa de Ávila invitaba a sus hermanas de comunidad
diciendo: «Debemos suplicar a Dios que nos libre de estos peligros para siempre
y nos preserve de todo mal. Y aunque no sea nuestro deseo con perfección,
esforcémonos por pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos
al Todopoderoso?». Cada vez que rezamos
el Padrenuestro, nuestra voz se entrelaza con la de la Iglesia, porque quien
ora jamás está solo. «Todos los fieles deberán buscar y podrán encontrar el
propio camino, el propio modo de hacer oración, en la variedad y riqueza de la
oración cristiana, enseñada por la Iglesia... cada uno se dejará conducir...
por el Espíritu Santo, que lo guía, a través de Cristo, al Padre» (Congregación para la doctrina de la fe, 15-X-1989).
Al enseñar a sus discípulos a orar, Jesús
nos revela quién es su Padre y nuestro Padre, y abre nuestro corazón a
nuestros hermanos y hermanas. Dejémonos alcanzar por el soplo del Espíritu
Santo, quien hace de nosotros verdaderos orantes. Como los discípulos, muchas
personas también se preguntan: «Orar, ¿cómo se hace?». El propio Jesús fue un
gran orante y, con el Padrenuestro nos enseñó sobre todo que Dios es un Padre
que nos ama, que escucha nuestras plegarias y que quiere lo mejor para
nosotros. Si interiorizamos esto, nuestra oración se hace viva y vigorosa.
Jesús afirma:
«Cuando oréis, decid: Padre, sea santificado tu nombre». De esta forma, él nos
enseña la oración, que es expresión de
nuestra adoración y de nuestra gratitud, así como de la piedad y de
nuestras súplicas dirigidas al Creador de todo bien. En ella se manifiesta
nuestra fe y nuestra confianza en la Divina Providencia. Acordémonos de la oración, tanto en nuestro trabajo diario como en los
momentos de descanso de nuestras vacaciones.
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