No antepongan nada absolutamente a Cristo
De la Regla de san Benito (Prólogo, 4-22; cap. 72,1-12)
De la Regla de san Benito (Prólogo, 4-22; cap. 72,1-12)
Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir
constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, y así nunca lo
contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha dignado contarnos
en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo debemos someternos a él en el
uso de los bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún día, como un
padre que se enfada con sus hijos, nos desherede, o, como un amo temible,
irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servidores
perversos que han rehusado seguirlo a la gloria. Por lo tanto, despertémonos ya
de una vez, obedientes a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora de despertarnos del
sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos
la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Si
escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón; y también: Quien tenga oídos, oiga lo que dice
el Espíritu a las Iglesias.
¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os
instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, antes que os
sorprendan las tinieblas de
la muerte.
Y el Señor, buscando entre la
multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige
a todos esta invitación: ¿Hay
alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y si tú, al oír esta invitación,
respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si
amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, tus
labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre
tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y
mis oídos atentos a vuestras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os
diré: Aquí estoy».
¿Qué hay para
nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita?
Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida. Ceñida,
pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos
por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver a
aquel que nos ha llamado a su
reino. Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su
reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por
el camino de las buenas obras.
Así como hay
un celo malo, lleno de amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así
también hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida
eterna. Este es el celo que han de
practicar con ferviente amor los monjes, esto es: estimando a los demás más que a uno
mismo; soporten con una
paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales;
pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros; procuren todos el
bien de los demás, antes que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor
fraterno; vivan siempre en el temor y
amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan nada absolutamente a Cristo,
el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.
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