TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 21 de julio de 2013

TEMAS DE REFLEXIÓN PARA LA ADORACIÓN NOCTURNA

Reflexiones sobre la Fe. VI
Jesucristo, Hijo Único de Dios


          “Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto, crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que “ha salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2)” (Catecismo, 423).

         Ésta es la segunda gran Verdad afirmada en el Credo, desde los tiempos de los Apóstoles:
       “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los tiempos: Dios de Dios, Luz de Luz. Dios verdadero de Dios verdadero”.
         A los Apóstoles que le preguntaron, antes de la última cena, que les mostrara al Padre, el Señor respondió: “¡Tanto tiempo que estoy con vosotros, y no sabéis que el Padre y yo somos una misma cosa!”.
         “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Catecismo, 422).
        El anuncio de la venida del Hijo de Dios a la tierra es verdaderamente el centro de la fe cristiana, de la verdad católica.
“De la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo”.
       “En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca” (Catecismo, 428).

           Ante la Encarnación de Dios, ¿qué ha de hacer el creyente?
     Parece obvio responder que lo primero es conocerle. Todos los cristianos al llegar a la mayoría de edad, y aun antes, tendrían que haber leído con una cierta calma y atención los cuatro Evangelios que constituyen, junto con las Epístolas, los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis, el Nuevo Testamento.
          A veces paramos nuestra atención en las buenas enseñanzas que el Señor nos ha dado con su vida y con sus palabras; recordamos el sermón de la Montaña, y hacemos bien, porque Él ha venido a enseñarnos y a darnos ejemplo.

          Para que sus enseñanzas arraiguen en nosotros, hemos de conocerle personalmente. Este conocimiento se ilumina al considerar los motivos fundamentales por los que Jesucristo  ha bajado a la tierra.
Estos motivos están señalados en  el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 456-460; y podemos enunciarlos en resumen, de esta forma, y meditarlos con frecuencia:
1) El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: “Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). “El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo” (1 Jn 4,14).
2) El Verbo se encarnó para hacernos partícipes de la naturaleza divina: “nos ha hecho merced de los preciosos y más grandes bienes prometidos, para que -por éstos- lleguemos a ser partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4). “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios”        (S. Ireneo, Haer. 3,19). “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” (S. Atanasio, Inc. 54,3).
3) El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos  así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9). “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
      4) El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12).


Cuestionario

·  ¿Leo con frecuencia los libros del Nuevo Testamento? ¿He leído alguna vez una vida de Cristo: El Señor, de Romano Guardini, por ejemplo?
·   ¿Repaso alguna vez en el Catecismo, las principales verdades de Cristo: que es verdadero Dios y verdadero hombre; que nació de María Virgen; que murió y resucitó; y subió a los Cielos?
·  En mis ratos de adoración, ¿considero con frecuencia pasajes de la vida de Jesucristo?


1 comentario:



  1. Betania será siempre en la vida de Jesús una referencia entrañable que nos permite asomarnos a la humanidad del Señor. La escena del Evangelio de este domingo tiene lugar en una casa muy querida por Jesús allí en Betania, donde tres hermanos (Lázaro, Marta y María) gozaban de su amistad. Se da un célebre diálogo entre Marta y Jesús, que no podemos leer de modo reduccionista: María la mujer contemplativa “que no hace nada”, y Marta la mujer activa “que trabaja por las dos”. Desde esta visión dualista y divididora saldría el elogio de Jesús (“María ha escogido la mejor parte”) en beneficio de la vida contemplativa, pero contra la otra actitud representada por una Marta demasiado atareada y nerviosilla.
    En una interpretación sesgada de esta actitud, pudiera parecer que María era una aprovechada, mientras que Marta era el personaje disipado acaso víctima del privilegio de su hermana. Es decir, María escuchaba al Maestro y Marta pagaba el precio del lujo contemplativo de su hermana. Pero lo que Jesús “reprocha” a Marta no es su actividad, sino que realice su trabajo sin paz, con agobio y murmuración, hasta el nerviosismo que llega a hacer olvidar la única cosa necesaria, en el afán de tantas otras cosas que no lo son. Por tanto, Jesús no está propugnando y menos aun alabando la holgazanería de “escurrir el bulto”, sino la primacía absoluta de su Palabra.
    Esta escena trata de alertarnos sobre los dos extremos que un discípulo de Jesús debería de evitar: tanto un modo de trabajar que nos haga olvidadizos de lo más importante, como un modo de contemplar que nos haga inhibidores de aquellos quehaceres que solidariamente hemos de compartir con los demás.
    No obstante, creo que hoy corremos más riesgo de olvidar esa actitud fontal de escuchar a Jesús, de dedicar tiempo a su Palabra y a su Presencia. Hijos como somos de una cultura de la prisa y del arrebato, del eficientismo, lo que no está de moda es la gratuidad y por ello tanto nos cuesta orar de verdad, y ello explicaría en buena medida cómo trabajando a veces tanto –incluso apostólicamente– tenga en ocasiones tan poco fruto todo nuestro esfuerzo y dedicación.
    La tradición cristiana ha resumido esta enseñanza de Jesús en un binomio que recoge la actitud del verdadero discípulo cristiano: contemplativo en la acción y activo en la contemplación como sugería San Ignacio, o el ora et labora –reza y trabaja- que escribió San Benito. Dicho de otra manera, que todo cuanto podamos hacer responda a esa Palabra que previamente e incesantemente escuchamos, y al mismo tiempo, que toda verdadera escucha del Señor nos lance no a un egoísmo piadoso sino a un trabajo y a una misión que edifiquen el proyecto de Dios, su Reino. Sólo así Betania será para nosotros hoy la síntesis en donde sabemos reposar junto al Maestro y por amor a Él sabernos desgastar por cuantos Él ama.



    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

    ResponderEliminar