TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 27 de octubre de 2012

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 28 DE OCTUBRE, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO

La constancia de la fe

Marcos 10.46-52       En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
     Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?».
     El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver».
     Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Otras lecturas: Jeremías 31.7-9; Salmo 126; Hebreos 5.1-6

LECTIO:
   A veces un niño ruidoso puede causar molestias en la celebración del culto dominical. Las personas cercanas a los padres pueden ponerles mala cara o decirles algo para que terminen con la bulla. Bartimeo se entera de que se acerca Jesús y quiere llamar su atención. Pero, como es ciego, no puede saber dónde está exactamente Jesús, así que comienza a dar voces. La muchedumbre quiere escuchar a Jesús, y le dicen al ciego que se calle. Pero Bartimeo no está dispuesto a callarse. De hecho, cada vez grita más alto porque quiere ser curado.
   Tal vez entre la muchedumbre había otros que también necesitaban la curación, pero sólo él entró en acción.
   Es interesante tener en cuenta lo que grita exactamente Bartimeo. Primero, se refiere a Jesús como ‘Hijo de David’. Se trata, en efecto, de un título mesiánico. Tal vez Bartimeo cree que Jesús es mucho más que un maestro corriente. Puede que el hecho de usar ese título atrajera la atención de Jesús. En segundo lugar, pide ‘compasión’, no que le cure.
    Jesús le oye, y se detiene. Le pregunta qué quiere. Bartimeo responde que quiere recobrar la vista. Jesús le dice que su fe le ha sanado, y de inmediato puede ver.
    Bartimeo sigue a Jesús, pero no volvemos a saber nada más de él. Con todo, el episodio debió de impresionar a los discípulos, ya que Mateo, Marcos y Lucas recogen el acontecimiento y se refieren al ciego por su nombre.

MEDITATIO:
¿Qué opinas de la gente que quería hacer callar a Bartimeo? Compara esto con la manera en que respondió Jesús. ¿Nos enseña algo sobre cómo debemos tratar a quienes pasan necesidades?
¿Cómo describirías la fe de Bartimeo? ¿Qué piensas qué creía respecto a Jesús y lo que podía hacer por él? ¿Qué podemos aprender de todo esto?
¿Es significativo que Bartimeo pidiera compasión antes que la curación? ¿Qué manifiesta sobre su actitud? ¿Podemos aprender algo de todo esto cuando nos acercamos a Dios?

ORATIO:
   Es tan fuerte la alegría del Salmo 126, que casi puede tocarse. Los tres primeros versos vuelven la mirada hacia una época pasada llena de gozo, cuando Dios los salvó.
   Los tres últimos versos son un vislumbre de lo que Dios volverá a hacer. Tal vez tú también has experimentado la liberación del dolor o de la pena. O puede que en este mismo instante estés clamando a Dios por tu liberación. Te encuentres donde te encuentres, dale gracias a Dios por su misericordia y su fidelidad. Pídele a Dios que fortalezca tu fe y te ayude, como a Bartimeo, a no rendirte.

CONTEMPLATIO:
   Las otras dos lecturas de este día continúan con el tema de la intervención de Dios.
   En Jeremías 31.7-9 Dios promete rescatar a su pueblo, incluyendo a los ciegos y a los cojos.
   En Hebreos 5.1-6 Jesús aparece como el Sumo Sacerdotes perfecto que comprende las necesidades de su pueblo e intercede por nosotros para que nuestros pecados sean perdonados.

1 comentario:

  1. Jericó es una ciudad llena de contrastes: un vergel en medio del desierto, donde la paradoja de la vida consiente estar rodeada de lo que es muerte. Este es el escenario del evangelio de este domingo. Salen de Jericó, una bellísima ciudad, fértil y amable, acaso también tentadora para quedarse allí y ahorrarse así la tragedia que a Jesús le esperaba si continuaba su viaje hacia Jerusalén. Pero aquella belleza ni siquiera constituía una tentación al ciego Bartimeo. Sus ojos cerrados le tenían allí postrado al borde del camino pidiendo limosna. Invidente y mendicante, sin luz y sin hacienda, orillado en el sendero. Debió escuchar más jaleo del usual y preguntando qué pasaba o quién pasaba, le respondieron que era Jesús. Entonces él comenzó a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Debió hacerlo con tanta fuerza e insistencia que llegó a molestar a algunos del cortejo de Jesús.
    Bartimeo, que no podía andar a causa de su ceguera física y que le tenía allí postrado y limosnero, tenía más luz interior que bastantes de los que acompañaban al Señor. Un ciego que no puede andar y unos viandantes con ceguera en el corazón. No se debe censurar el grito de la vida. Es el grito de quien sabe que ha nacido para ver y para andar, y no acepta una resignación imperativa de tener que contentarse con limosnas inmóviles.
    La creación entera grita gemidos de parto, dice la carta a los Romanos, indicando que en la historia de los hombres no todo es bello, ni bueno, ni justo, ni verdadero. Y entonces la misma creación se resiente, se rebela, y de mil modos grita a través de los hambrientos de todas las hambres, a través de los invidentes de tantas cegueras y a través de quienes sufren ataduras en su libertad o en su corazón. Todos estos gritos desafinan, molestan, crean conmoción. La tentación siempre es la de acallarlos, la de censurarlos en algún sentido. ¿Quién tuviera los oídos de Dios para escuchar tantos gritos y responderlos adecuadamente?
    En el camino de Jericó, porque pasaba Jesús, Bartimeo no dejó de gritar, y cada vez más fuerte, como quien dice a su modo urgente e intempestivo que lo suyo no debe perpetuarse, que no ha nacido para eso. La vida amordazada, acorralada, mutilada o censurada... no dejará de gritar y de gritarse. “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”, es la oración de todos los pobres y sencillos que han querido alguna vez levantarse de sus cegueras y de sus forzosas postraciones. Jesús le curó alabando su fe y Bartimeo se levantó y lo siguió como discípulo. Había encontrado la Luz y abandonó su ceguera; había hallado el Tesoro y dejó de pedir limosna; había encontrado el sentido de la vida, y se puso a caminarlo, abrazado a Aquel que es Camino y con nosotros Caminante.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo



    ResponderEliminar