La
alegría ante la proximidad de la Navidad es la característica de este tercer
domingo de Adviento. Así ya en la ant. de entrada cantamos: «Alegraos siempre
en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca» (cf. también 2
lect.). Y en la oración colecta pedimos llegar a la Navidad y poder celebrarla
con alegría desbordante. Se trata de una alegría interior, de modo que cuando
llegue el Señor nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (Pf.).
En el Ev., Juan el Bautista nos llama a la conversión, practicando la caridad y
la justicia, para así prepararnos para la llegada del que «nos bautizará con
Espíritu Santo y con fuego». La comunión eucarística nos prepara para las
fiestas que se acercan purificándonos de todo pecado.
San José y la Conversión
Siempre me sorprende cómo tanto en la
anunciación de María, como en la de José, están solos frente al Misterio. María
lo está y José lo está. Porque siempre estamos solos ante las decisiones importantes. Pero es muy
consolador comprobar cómo creer a María es no sufrir daños. Cada Ave María es
un acto de fe y José, como nosotros, se transforma al estar cerca de María.
Sorprende cómo Dios se hace mendigo del sí de José. No sabemos nada
de él. Solo conocemos su relación con el Misterio. Él es importante porque
entra en contacto con él y desde ese
Misterio es invitado a andar donde nunca pensó ir. Así, con lo que
sabe de María y con el sueño debe hacer lo que nunca pensó hacer, elegir lo imposible. Reconocer ese dónde que no es geográfico, que es infinitamente
más profundo: esas son las llamadas que están más dentro de nosotros. Por María, José llega a la profundidad de todo su ser.
Por Ella, desde Dios, sabe que su camino es el camino de la Conversión.
Pero José no es pasivo, no es un soldado
que cumple órdenes, sino que es aquel que realiza el sueño de Dios. Elige realizar el sueño de Dios. Él no dice ni una sola palabra, pero, mientras
consideraba estas cosas, entra en el sueño un ángel y José, con las manos
endurecidas por el trabajo y el corazón ablandado y herido, sabe escuchar los
sueños que lo habitan: porque el hombre correcto tiene los mismos sueños de
Dios. Los sueños de Dios nacen de la conversión. Si quieres soñar el sueño de
Dios sólo puedes convertirte de corazón.
Mons. Jesús Rodríguez Torrente, asistente eclesiástico de ACN España
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