TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 3 de julio de 2021

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 4 DE JULIO DEL 2021, 14º DEL TIEMPO ORDINARIO

« ¿NO ES ESTE EL CARPINTERO, EL HIJO DE MARÍA,… »

 

Mc. 6, 1-6

 

     En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

 Otras Lecturas: Ezequiel 2,2-5; Salmo 122; 2Corintios 12,7b-10

 LECTIO:

El Evangelio de este domingo nos habla de cómo Jesús no fue aceptado ni creído por los suyos, por sus paisanos. […] Llega a decir el Evangelio que no pudo hacer milagros, por la falta de fe de aquellos oyentes y videntes. Dirá entonces Jesús una frase célebre, que ha pasado al decir popular: nadie es profeta en su tierra, ni en su casa, ni entre su gente.

Lo que hay de fondo en toda esta cuestión, es la cotidianeidad, la sencillez de cada día en la que Dios se ha querido manifestar y revelar... La respuesta de Dios entonces y siempre, suele tener ese tono sencillo y cotidiano. Él puede responder en un momento dado a través de lo extraordinario y excepcional, pero suele responder, más bien, en los avatares y personas del cada día […]  Y eso es lo que nos dice el Evangelio de este domingo: descubrirle en los entresijos de nuestros días laborables y festivos, en los momentos sublimes o vulgares, en los esperados o sorpresivos. Jesús está mucho más cerca de lo que pensamos, porque también Él es “paisano” nuestro, y camina en nuestras calles, y nos habla en nuestros lenguajes. Pero también hoy, como siempre, sólo los de corazón sencillo y pura mirada, son capaces de reconocer a quien nunca se marchó de nuestro lado. (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm – Arzobispo de Oviedo)

 

MEDITATIO:

     Jesús vuelve a Nazaret, va a la sinagoga y comienza a hablar. En un primer momento toda la gente lo escuchaba con amor, feliz y estaba asombrada de las palabras de Jesús: estaban contentos. Pero Él prosigue con su discurso y reprende la falta de fe de su pueblo. “…Ningún profeta es aceptado en su pueblo”. Así, pues, a cuantos lo escuchaban en la sinagoga «al inicio» les parecía algo hermoso y aceptaban ese estilo de conversación y de acogida. Pero cuando Jesús comenzó a dar la Palabra de Dios se enfurecieron. Así, se pasaron de una parte a la otra, porque la Palabra de Dios es algo distinto respecto a la palabra humana, incluso de la palabra humana más elevada, la palabra humana más filosófica. (Papa Francisco).

     ¿Qué quería esta gente, estos de la sinagoga? Jesús les reprende la falta de fe, tanto que el Evangelio subraya cómo Jesús allí, en ese lugar, no hizo milagros, por la falta de fe…  Querían el espectáculo. Pero el estilo de Dios no es hacer espectáculo: Dios actúa en la humildad, en el silencio, en las cosas pequeñas… Y si vemos toda la historia de la salvación, encontraremos que siempre el Señor obra así, siempre, con las cosas sencillas». (Papa Francisco).

     Resulta útil recordar las numerosas veces que en nuestra vida «el Señor nos visitó con su gracia» y entendimos que la humildad y la sencillez son su estilo. Esto vale no solo en la vida diaria, sino también en la celebración litúrgica, en los sacramentos, en los cuales es hermoso que se manifieste la humildad de Dios y no el espectáculo mundano. (Papa Francisco).

 ORATIO:

  Señor, cambia nuestro corazón, transforma nuestras debilidades, nuestros cansancios, nuestros miedos y fragilidades. Sé Tú el que nos fortalezca con tu gracia, con tu paz, con tu bondad, con tu misericordia.

 Día tras día, mi Señor, te voy a pedir tres cosas:

verte más claramente,

amarte más tiernamente

y seguirte más fielmente.

 CONTEMPLATIO:

«No desprecian a un profeta más que en su tierra …»

    Jesús estaba sorprendido por el rechazo de la gente, extrañado por la falta de fe, de tal manera que no pudo hacer allí ningún milagro. La dureza del corazón es un elemento a tener en cuenta, porque te incapacita para ver y escuchar a Dios; si tú te empeñas en rechazar a Dios estás negando que Él te pueda salvar, dar la Vida, fortalecerte en tu debilidad. En el fondo, parece que el rechazo viene provocado por la manifestación del poder de Dios, que no usa fenómenos extraordinarios, sino que se hace presente de una forma frágil, humilde y utiliza mediaciones sencillas, un simple hombre o mujer, “pecadores vueltos a levantar”, como nos decía el Papa Francisco. Pero Dios sigue adelante en su Plan de Salvación, sigue saliendo a nuestro encuentro, porque está decidido a salvarnos, a salvar a todos los hombres.

     Vistas estas cosas, en el contexto de la misa, “el relato del rechazo de Jesús en Nazaret subraya la presencia del Rechazado que resucitó, justificando así la validez de este camino de revelación querido por Dios”. Que en esta Eucaristía aprendamos a abrir los oídos para Dios, escuchar su Palabra y ver a Cristo perdonando nuestros pecados y como el médico que sana nuestros dolores y sufrimientos. Debemos pedir el don de la fe y la humildad para ver a Dios cerca de nosotros. (+ José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena)

                                                                                                                                                     

…  «Y no podía hacer allí ningún milagro», etc. Las palabras no podía, deben traducirse por no quería; y no quería, no porque no pudiera, sino porque ellos eran incrédulos. Por tanto, no hace milagros allí por compasión hacia ellos, a fin de que no se hicieran dignos de mayor pena no creyendo los milagros que viesen. O de otro modo: en los milagros es necesario el poder del que los hace y la fe de los que son objeto de ellos, lo cual faltaba allí; por lo que no aceptó el Señor el hacer allí milagros. «Y admirábase -prosigue- de la incredulidad de aquellas gentes». (Teofilacto)

 

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