TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

viernes, 28 de mayo de 2021

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 30 DE MAYO DEL 2021, SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

« ID Y HACED DISCÍPULOS A TODOS LOS PUEBLOS…»

 

Mt. 28. 16-20

 

            En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

       «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

       Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

 

Otras Lecturas: Deuteronomio 4,32-34; Salmo 32; Romanos 8,14-17

 LECTIO:

     La fiesta de este domingo y las lecturas bíblicas de su misa, nos permiten reconocer algunos de los rasgos de la imagen de Dios a la cual debemos asemejarnos… Dios es comunión de Personas, Compañía amable y amante. Por eso no es bueno que el hombre esté solo: no porque un hombre solo se puede aburrir sino porque no puede vivirse y desvivirse a imagen de su Creador.

     La primera lectura de esta fiesta dice que sólo hay un único Dios, el cual nos manda guardar los mandamientos para que seamos felices. Y ese Dios nos propone un determinado modo de vivir para que realmente alcance nuestro corazón aquello para lo cual nació: la felicidad… nos ha hecho hijos suyos, nos ha adentrado en su hogar y nos ha hermanado a su propio Hijo Unigénito.

     Por eso podemos decir en verdad ¡Padre! por la fuerza del Espíritu. Y tan es verdad que somos hermanos de Jesús, que hemos heredado su misión como Él mismo dice a los suyos en su despedida: adentrad a todos en el hogar trinitario, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a ser felices según Dios, enseñadles lo que yo os he mandado. (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo).

 

MEDITATIO:

     Celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Una fiesta para contemplar y alabar el misterio del Dios de Jesucristo, que es Uno en la comunión de tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para celebrar con asombro siempre nuevo Dios Amor, que nos ofrece gratuitamente su vida y nos pide difundirla en el mundo.  (Papa Francisco)

     La lecturas bíblicas nos hacen entender que Dios no quiere tanto revelarnos que Él existe, sino más bien que es el «Dios con nosotros», cerca de nosotros, que nos ama, que camina con nosotros, está interesado en nuestra historia personal y cuida de cada uno, empezando por los más pequeños y necesitados. Él «es Dios allá arriba en el cielo» pero también «aquí abajo en la tierra». Por tanto, nosotros no creemos en una entidad lejana, en una entidad indiferente,  sino en el Amor que ha creado el universo y ha generado un pueblo, se ha hecho carne, ha muerto y resucitado por nosotros, y como Espíritu Santo todo transforma y lleva a plenitud. (Papa Francisco)

     Finalmente, en el Evangelio, el Señor resucitado promete permanecer con nosotros para siempre. Y precisamente gracias a esta presencia suya y a la fuerza de su Espíritu podemos realizar con serenidad la misión que Él nos confía. ¿Cuál es la misión? Anunciar y testimoniar a todos su Evangelio y así dilatar la comunión con Él y la alegría que se deriva. Dios, caminando con nosotros, nos llena de alegría y la alegría es un poco el primer lenguaje del cristiano. Por tanto, la fiesta de la Santísima Trinidad nos hace contemplar el misterio de Dios que incesantemente crea, redime y santifica, siempre con amor y por amor, y a cada criatura que lo acoge le da la posibilidad de reflejar un rayo de su belleza, bondad y verdad. (Papa Francisco)

 ORATIO:

     Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme de mí por completo para establecerme en ti, que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de ti.

 Creo en Dios Padre, que me ama como hijo.

Creo en Jesús, el Señor, que infundió su Espíritu en mi vida.

Espero en el Amor, la fuerza, el Espíritu…

 CONTEMPLATIO:

«Con la solemnidad, la Iglesia celebra la Jornada pro Orantibus y nos recuerda el valor de esta vocación contemplativa»

     Concluida la cincuentena pascual, de Pascua a Pentecostés, se suceden una serie de fiestas que complementan el año litúrgico. Este domingo, la solemnidad de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

     Jesucristo constituye la plenitud de la revelación de Dios. Él se presenta en el escenario de la historia humana, hablándonos de Dios como su Padre, habla de sí mismo como el Hijo amado y nos anuncia el Espíritu Santo, que ha de venir como consolador y abogado. Así lo recibe la Iglesia, así lo vive en su liturgia de alabanza y acción de gracias, así lo proclama en el anuncio del Evangelio a todas las gentes. El Dios de Jesucristo no es un personaje solitario, lejano, inaccesible.[…]

     Si Dios no es un círculo cerrado, sino un corazón abierto para incluir a todos los hombres, el corazón de un contemplativo no es un corazón aislado del mundo y de los dolores de la humanidad. El lema de la Jornada Pro-orantibus de este año nos dice: “Cerca de Dios y del dolor humano”. Los contemplativos están más cerca de Dios, porque han sido llamados para vivir cerca, pero al mismo tiempo, entrando en el corazón de Dios, están más cerca de la humanidad, porque comparten los amores de Dios y el sufrimiento de Cristo crucificado, movido por el amor.

  Concretamente en este tiempo de pandemia, los contemplativos llevan traspasado el corazón con los sufrimientos de tantos hermanos que sufren la pandemia, como ellos mismos la están padeciendo. Estar cerca de Dios no aleja de los hombres, y menos aún de los dolores de la humanidad. Estar cerca de Dios hace estar más cerca de los hombres y de sus angustias y esperanzas. Como decía santa Teresita del Niño Jesús: “En el corazón de mi madre la Iglesia, yo seré el amor”. Los contemplativos son el amor que bombea a toda la Iglesia el amor para sanar los corazones doloridos. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)

 

 

  Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios... Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que hechos partícipes del mismo poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la participación de este Espíritu. (San Atanasio)

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