« LA PALABRA SE HIZO CARNE Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS »
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a
Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha
hecho. En la Palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por
Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la
luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de
la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a cuantos la
recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos
no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:
"Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de
mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos
recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la
gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto
jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a
conocer.
Otras
Lecturas: Eclesiástico 24,1-2.8-12; Salmo 147; Efesios 1,3-6.15-18
San
Juan nos refiere al comienzo de su Evangelio con estremecedoras palabras, qué
es lo que hizo el Hijo de Dios: “la Palabra se hizo carne, y acampó entre
nosotros” (Jn 1,14). Una imagen que muy bien
podría comprender aquél Pueblo que sabía a lo largo de su historia lo que
significa vivir a la intemperie y cobijarse en una tienda. La
tienda era para el pastor, para el peregrino, para el viajante... un
lugar de reposo, de restablecimiento de las
fuerzas desgastadas. Dios es el que ha querido “acamparse” en
el terruño de todas nuestras intemperies, enviando a su propio Hijo como una
tienda en la que poder entrar para cobijarnos de todos los descobijos pensables
de nuestra vida. De este modo tan inaudito Dios ha cambiado de dirección y
domicilio viniéndose a nuestro barrio, a nuestra casa.
El libro de la Sabiduría cantará con una
gran fuerza y belleza que “cuando un silencio todo lo envolvía, y
la noche había llegado a la mitad de su carrera, tu
Palabra omnipotente se abalanzó sobre una tierra condenada al exterminio” (Sab
18,15). Pese a todos los nobles esfuerzos y a los agotadores
intentos de hacer un mundo nuevo, constatamos nuestra incapacidad de diseñar
una tierra que sea por todos habitable, una tierra en la que las sombras de
guerras, mentiras, corruptelas, tristezas, injusticias, muertes... no eclipsen
el fulgor por el que sueñan los ojos de nuestro corazón… (+ Fr. Jesús Sanz
Montes, ofm. Arzobispo de
Oviedo)
La liturgia de este domingo nos vuelve a
proponer, en el Prólogo del Evangelio de san Juan, el significado más profundo del Nacimiento de
Jesús. Él es la Palabra de Dios que se hizo hombre y puso su «tienda», su
morada entre los hombres. Escribe el evangelista: «El Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).
En estas palabras, que no dejan de asombrarnos, está todo el cristianismo. Dios
se hizo mortal, frágil como nosotros, compartió nuestra condición humana,
excepto en el pecado, pero cargó sobre sí mismo los nuestros, como si fuesen
propios. Entró en nuestra historia,
llegó a ser plenamente Dios-con-nosotros […] (Papa Francisco)
En el misterio de la Encarnación del Hijo
de Dios hay también un aspecto vinculado con la libertad humana, con la
libertad de cada uno de nosotros. En
efecto, el Verbo de Dios pone su tienda entre nosotros, pecadores y necesitados de misericordia. Y todos
nosotros deberíamos apresurarnos a recibir la gracia que Él nos ofrece. En cambio, continúa el Evangelio de san Juan, «los suyos no lo recibieron» (v.
11). Incluso nosotros muchas
veces lo rechazamos, preferimos permanecer en la cerrazón de nuestros errores y
en la angustia de nuestros pecados.
(Papa Francisco)
Pero
Jesús no desiste y
no deja de ofrecerse a sí mismo y ofrecer su gracia que nos salva. Jesús es
paciente, Jesús sabe esperar, nos espera siempre. Esto es un mensaje de
esperanza, un mensaje de salvación, antiguo y siempre nuevo. (Papa Francisco)
Señor Jesús, te damos gracia por tu
Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu
ilumine nuestras acciones.
Señor, que nunca deje de
resonar tu palabra en mí.
Sigue llamándome hijo para
que aprenda a vivir
y actuar como hijo tuyo.
“La Palabra era Dios... y se hizo carne… y acampó entre nosotros”
Dios se ha hecho tienda, se ha acampado,
nos ha dirigido su Palabra, nos ha manifestado su Gloria, nos ha regalado su
Luz. Creer
en la Encarnación de Dios, celebrar su Natividad, es posibilitar
desde nuestra realidad personal y comunitaria, que aquel acontecimiento
sucedido hace dos mil años siga sucediendo, y
nuestra vida cristiana pueda ser un grito o un susurro del milagro de Dios: que
los exterminios que hacemos y subvencionamos, con todos nuestros desmanes y
pecados de acción y de omisión no tienen la última palabra, porque ésta
corresponde a la de Dios que ha querido acamparse.
¿Podrán entrever nuestros contemporáneos,
que efectivamente Dios no está lejano en su cielo, que se ha acampado muy cerca
de nosotros? ¿Qué gestos tendríamos que ofrecer para testimoniar esta verdad,
para que a través de nuestro vivir cotidiano tejido de pequeños o grandes
momentos, puedan las gentes experimentar en la historia cristiana que Dios es Amor,
que es Ternura, que es Verdad, que es Luz, que es Paz? Sólo si nuestra vida
sabe a esto, si sabe a lo que sabe la de Dios, si somos tierra abierta para que
en nosotros y entre nosotros, Él siga plantando su
Tienda. (+ Fr. Jesús Sanz
Montes, ofm. Arzobispo de
Oviedo)
■… Lo que se dice aquí: «El
Verbo se ha hecho carne», no debe entenderse sino como si dijese: Dios se ha
hecho hombre, esto es, ha tomado cuerpo y alma. Porque así como cada uno de
nosotros es un hombre que consta de cuerpo y de alma, así Jesucristo, desde el
tiempo de su Encarnación, aparece como un solo hombre, por la divinidad, por la
carne y por el alma. Y además, la divinidad del Verbo se ha dignado tomar la
naturaleza de un hombre escogido, con quien se ha constituido una sola persona,
que es la de Jesucristo, sin transformar en ningún sentido la esencia del
hombre en la esencia divina, sino tomando la naturaleza humana, de que antes
carecía. (Alcuino de York)
Contemplar el misterio de la Navidad con los ojos de los niños y de los santos es enterarse de la auténtica navidad.
ResponderEliminarSan Juan en su prólogo nos vuelve a insistir en que lo esencial es que ha puesto su tienda entre nosotros y hemos contemplado su Gloria.
El drama de que viene a los suyos y los suyos no se enteraron, no le recibieron… es la historia de siempre. Acoger a Jesús es la perenne Navidad.
Desde que el Verbo se hizo carne, todo lo humano es digno de ser vivido. Comparte su naturaleza divina con la nuestra, para que en este admirable intercambio compartamos con El, su filiación divina, lo que Él ha querido compartir con nosotros.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo de Toledo
Primado de España