TIEMPO LITÚRGICO
sábado, 28 de septiembre de 2019
LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 29 DE SEPTIEMBRE DEL 2019, 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)
«HIJO, RECUERDA QUE RECIBISTE TUS BIENES
EN TU VIDA…»
Lc. 16. 19-31
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de
lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su
portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa
del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue
enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los
ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre
Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y
me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí
consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre
nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar
desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta
nosotros”.
Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que
le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio
de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán
le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le
dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque
resucite un muerto”».
Otras
lecturas: Amós 6, 1a.4-7; Salmo 145; 1Timoeo 6,11-16
¿De qué sirve ser el más rico del cementerio? Jesús
propone esta parábola a unos fariseos celosos de la Ley y los profetas, amigos
de Moisés y de Abrahán, pero que vivían con una cierta esquizofrenia moral y
espiritual.
Jesús en primer lugar relativiza el valor del dinero
apelando a su poderío fugaz y a su gloria caduca… Epulón y Lázaro
eran iguales ante su origen y ante su destino… Lo segundo que destaca
Jesús es la infinita diferencia
entre el modo de valorar que tiene Dios y aquellos fariseos burlones. Sólo quien entra en la mirada de Dios puede
descubrir su secreto, y sólo quien se adentra en su Corazón comprende su
riqueza, como el mismo Pablo descubrió.
Tenemos la experiencia cotidiana de cómo
cuando nos alejamos de la visión que Dios tiene de la vida, ésta se
deshumaniza. Por eso no es extraño que quienes aman el dinero, no entiendan
nada, se irriten e indignen, y hasta decidan matar al mensajero.
Nuestro mundo… está necesitado de
cristianos vivos que desde la trama diaria de su existir enseñan a ver las
cosas desde los Ojos de Dios, y amar la vida desde y como Él, ritmando nuestros
latires con los de su Corazón, valorando aquello que tiene valor para Él, lo
que enajena y enfrenta, lo que adormece e inhibe, y relativizando lo que
corrompe y deshumaniza. (+Fr. Jesús
Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
MEDITATIO:
En la parábola se habla de un hombre rico
que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta». El rico, en
verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una
enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas»: este rico
sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su
mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. (Papa Francisco)
El rico no ve más
allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede
fuera… Sólo la apariencia y no se fija en
los demás, porque se vuelve indiferente a todo. Quien sufre esta
grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con
deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y
aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que
son los predilectos del Señor. (Papa Francisco)
El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos
Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para
encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana,
hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana». El tiempo para ayudar es tiempo
regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos
ganamos aquí en la tierra. (Papa Francisco)
ORATIO:
Señor hazme sensible al dolor ajeno. Que
no pase desapercibido de aquel que llega a mí y sufre, del que veo por la calle y
gime, del que me está esperando y todavía no sé en dónde.
Cambia, Señor, mi corazón de piedra
en uno de carne y hueso,
para así cumplir mi misión
de ser sal de la tierra y luz del mundo.
en uno de carne y hueso,
para así cumplir mi misión
de ser sal de la tierra y luz del mundo.
«entre nosotros
y vosotros se abre un abismo inmenso»
La vida que continúa después de la muerte pone las cosas en su sitio, y
a la luz de esa última realidad hemos de vivir la vida presente…
Varias lecciones nos da Jesús
con esta parábola. En primer lugar, que la vida no es para disfrutarla sin
medida. Estamos hechos para la felicidad, sí; pero no para esa vida sensual,
que nos va disolviendo en vez de construirnos. Pasarlo bien, disfrutar de los
placeres de este mundo, darse la “buena vida” no conduce a nada bueno, además
de que crea adicciones insaciables. Al contrario, nos va cerrando el corazón y
no va haciendo incapaces de amar. Por el contrario, las penas de cada
día aceptadas con humildad y ofrecidas con amor, nos ensanchan el corazón y nos hacen capaces
de disfrutar ya desde ahora de la felicidad que Dios nos tiene preparada y que
nunca acaba.
Y en segundo lugar, una vida
disoluta nos hace desentendernos de los demás. Sólo piensa en sí mismo, no le
conmueven las necesidades de los demás, se hace insolidario. Si el rico Epulón
hubiera abierto los ojos a los pobres de su entorno, hubiera detenido su mala
marcha mucho antes. El contacto con los pobres nos abre a la verdad de nosotros
mismos, los pobres nos evangelizan al recordarnos que nosotros también somos
necesitados y al ponernos delante de los ojos personas y situaciones que nos
conmueven y nos sacan de nuestros esquemas. Compartir las penas de los demás nos hace más humanos, más solidarios,
nos hace bien al sacarnos de nuestro egoísmo.
(+ Demetrio
Fernández - Obispo de Córdoba)
■… Aprended a ser ricos y
pobres tanto los que tenéis algo en este mundo, como los que no tenéis nada.
Pues también encontráis al mendigo que se ensoberbece y al acaudalado que se
humilla. Dios resiste a los soberbios, ya estén vestidos de seda o de andrajos;
pero da su gracia a los humildes ya tengan algunos haberes mundanos, ya
carezcan de ellos. Dios mira al interior; allí pesa, allí examina. (S. Agustín de Hipona)
lunes, 23 de septiembre de 2019
sábado, 21 de septiembre de 2019
LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 22 DE SEPTIEMBRE DEL 2019, 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)
«NO PODÉIS SERVIR A
DIOS Y AL DINERO»
Lc. 16. 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de
que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me
cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.”
El administrador se puso a echar sus
cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no
tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que,
cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.” Fue
llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a
mi amo?” Éste respondió: “Cien barriles de aceite.” Él le dijo: “Aquí está tu
recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.” Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto
debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo.” Le dijo: “Aquí está tu recibo,
escribe ochenta.”
Y el amo felicitó al administrador
injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente
que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto,
para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar
en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que
no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no
fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?
Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso
del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Otras
lecturas: Amós 8,4-7; Salmo 112; 1Timoeo 2,1-8
Pocas veces Jesús se pone tan tajante como
en el evangelio de este domingo. Junto al evangelio de la misericordia –Dios
nos perdona siempre-, está también la disyuntiva de ponernos o de parte de Dios
o alimentar los ídolos de nuestro corazón: “No podéis servir a Dios y al
dinero” (Lc 16,13). No es compatible lo uno con lo otro, aunque nosotros
pretendamos a veces poner una vela a Dios y otra al diablo. ¿De dónde
viene esta incompatibilidad? El dinero no es malo en sí mismo, más
aún es necesario para sobrevivir. Por medio del
dinero atendemos nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, casa,
atención a la salud, etc.
La clave de la disyuntiva no está por tanto en el dinero, sino en la
alternativa de confiar en Dios o confiar en nuestros medios... Cuando esta actitud se hace viciosa, entonces tenemos la
codicia, la avaricia. Este vicio consiste en el deseo desordenado de tener más.
Y no sólo dinero, sino cualquiera de los bienes de este mundo. La codicia, como
cualquier otro vicio, nunca se ve satisfecha... Y el avaricioso no descansa
nunca con lo que tiene ni se amolda a las posibilidades que la vida le ofrece.
El dinero entonces esclaviza, se convierte en un ídolo, la avaricia es una
idolatría: “Apartaos de toda codicia y avaricia, que es una idolatría” (Col 3,5), nos dice el apóstol san Pablo.
No podéis servir a
Dios y al dinero, porque el servicio a Dios no esclaviza nunca, sino que nos
hace libres. Mientras que el servicio al dinero esclaviza siempre y es origen
de muchos males. (+ Demetrio
Fernández - Obispo de Córdoba)
MEDITATIO:
El administrador en este evangelio se
presenta como ejemplo de astucia. Es acusado de mala administración de los
negocios de su señor y, antes de ser apartado, busca astutamente ganarse la
benevolencia de sus deudores, condonando parte de la deuda para asegurarse,
así, un futuro. Comentando este comportamiento, Jesús observa: «los hijos de
este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la
luz». (Papa Francisco)
El recorrido de
la vida necesariamente conlleva una elección entre dos caminos: entre la
honestidad y deshonestidad, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y
altruismo, entre bien y mal. No se puede oscilar entre el uno y el otro, porque
se mueven en lógicas distintas y contrastantes. (Papa Francisco)
Es importante decidir qué dirección tomar y después, una vez elegida la adecuada, caminar con
soltura y determinación, confiando en la gracia del Señor y en el apoyo de su
Espíritu. «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y
amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro»… Jesús hoy nos
exhorta a elegir claramente entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica
de la corrupción, del abuso y de la avidez y la de la rectitud, de la humildad
y del compartir.. (Papa Francisco)
ORATIO:
Te alabamos y te bendecimos, Señor Jesús, por tu inmenso amor. Te
pedimos la gracia de conocerte cada día más íntimamente, a fin de amarte con
todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra vida.
Partir…sencillamente para hacer posible
el compartir, como Tú, Señor.
el compartir, como Tú, Señor.
CONTEMPLATIO:
«Ningún siervo puede servir a dos amos,… »
El que es fiel en lo poco, lo será también en lo mucho. Que viene a decir:
todo aquello que te gustaría cambiar de un mundo demasiado cruel, empieza por
cambiarlo en tu propia casa, en tu corazón…
La llamada de Jesús es clara: no podemos
tener dos patrones, dos amos. O nos adherimos al diseño de Dios, a su proyecto
de humanidad, de civilización del Amor, o nos apuntamos a la barbarie en la que
termina siempre toda pretensión que censura algún aspecto del corazón del
hombre.
Sin Dios, sin
este “amo” tan especial que nos hace libres, es muy difícil hacer un mundo que
sepa a justicia, a limpieza, a
paz, a respeto, a libertad, a felicidad. Metamos al Señor en nuestras cosas y
en nuestras casas, sin fanatismos pero sin complejos. Porque sólo quien ama de
verdad a Dios llega a no despreciar al hombre hermano. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo
de Oviedo)
■… Poseemos la
voluntad, que el hombre puede ejercer a su pleno albedrío y que recibió su don
gratuito del mismo Dios desde la creación, pero de la que tendrá que rendir
estrecha cuenta a su Señor. Siempre que el hombre se ejercita en actos de virtud,
ayudado de la divina gracia, de la que procede todo bien, tenga presente esto:
que ejerciendo el pleno dominio de su libertad complace a Dios, pero, si
renuncia a su voluntad para colocarse en los brazos amorosos del Señor, le
agrada más y se perfecciona en mayor escala. (S.
José de Copertino)
viernes, 20 de septiembre de 2019
PARA EL DIALOGO Y LA MEDITACIÓN
SEPTIEMBRE: MEDITACIÓN SOBRE LA SANTA
MISA
SIEMPRE Y EN TODO LUGAR
Además
de los salmos de alabanza, dos
himnos acompañan la historia de la Iglesia: el Te
Deum laudamus y el Gloria in excelsis Deo.
El
primero suele ser entonado en momentos de
celebración. El himno continúa siendo
regularmente utilizado por la Iglesia católica, en el Oficio de las Lecturas
encuadrado en la Liturgia de las Horas. También se suele entonar en las misas
celebradas en ocasiones especiales, como en las ceremonias de canonización, la
ordenación de presbíteros, proclamaciones reales, etc. Los cardenales lo
entonan tras la elección de un papa. Posteriormente, los fieles de todo el
mundo para agradecer por el nuevo papa, se canta este himno en las catedrales.
El
segundo, el gloria, protagoniza la alabanza,
como una explosión de sentimientos, en la liturgia de la palabra. Es una alabanza
trinitaria, que proclama el creyente, exultante de gozo, por eso le desbordan las palabras que brotan
incontinentes de su boca “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te
glorificamos, te damos gracias”, al Padre, Rey celestial y todopoderoso; al
Hijo único Jesucristo, al que le cantamos su peculiar grandeza y le pedimos
piedad, oído a nuestras súplicas y una
vez más piedad porque Él nos quita el pecado del mundo. Y al final una
apoteosis triunfal, en que Cristo, en unión con el Espíritu Santo, se
manifiesta lleno de gloria y Majestad como lo vio el protomártir, San Esteban,
sentado en la Gloria del Padre.
Cuando medito en este asombroso himno
recuerdo la expresión con que iniciamos la plegaria eucarística: “En verdad es
justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en
todo lugar”. Efectivamente este himno expresa lo que en
deber de justicia mediante la virtud de la piedad, debiéramos
proclamar en todo lugar, no sólo en la iglesia, sino en el
monte, en los caminos, en la cocina, al amanecer y al atardecer, porque es de
justicia por eso es nuestro deber; pero es además necesario para nuestra
salvación. El gloria es un himno que desde la fe ha de proclamar el creyente en
todo tiempo y lugar y os diría que sería el himno de toda persona de buena
voluntad. Así comienza el himno: “Gloria a Dios en el cielo y Paz para los
hombres de buena voluntad”.
Pero
además, teniendo en cuenta la totalidad del texto de la misa, se me convierte
en contrapunto significativo, pues aquí alabamos directa y personalmente a
Dios. Permitidme que os lo diga así: para entonar el gloria no necesitaríamos
estar en el templo. Sin duda supone una explosión de entusiasmo
al Dios que nos va a hablar en la liturgia de la palabra.
Pero el todavía más, lo sublime de la celebración eucarística es el sacrificio
que ofrecemos al Padre en unidad con el Espíritu Santo, no en palabras y deseos,
sino en obras: el cordero pascual inmolado, se lo ofrecemos al Padre, unidos a
Cristo, agarrados fuertemente a su ofrenda pascual. ¡Es asombroso! Para
celebrar la eucaristía necesitamos el templo y el altar. Es la oración sublime
de la Iglesia. Además de alabarle en todo tiempo y lugar.
El
Credo cierra la liturgia de la palabra con la proclamación de nuestra fe. No
es un himno, sino una confesión pública del contenido total de lo que creemos. Es
una oración. En tiempos de zozobra o penumbra es una manera oportuna de confirmarnos
todos los presentes en la fe de la Iglesia, proclamada ante la asamblea, pero
recitada en presencia de Dios. No digo que es un juramento, pero sí una
proclamación solemne, que no pronunciamos a humo de pajas ni como
quien oye llover. Ahí están todos los misterios de nuestra fe, todos, incluidos
los que asaltan desde el asedio del mundo, nuestras zozobras y vacilaciones. Por
ello es tan importante pronunciarlo consciente y libremente como antídoto
contra las acechanzas del maligno. Por
ejemplo, los católicos creemos en la vida eterna y muchas personas todavía en
nuestro entorno tienen una idea, aunque borrosa de la vida más allá de la
muerte. Pero es difícil encontrar personas que crean en la resurrección de la
carne, en que un día los cuerpos que enterramos en debilidad, volverán a surgir
de las tumbas a la vida nueva que nos prometió Jesucristo. Y no lo sabemos por
argumentos racionales, sino porque creemos en las promesas de Jesucristo, el
Verbo de Dios. Cada época ha planteado sus dudas y a cada época ha respondido
con firmeza la Iglesia, repitiendo el depósito de la Fe, recibido por medio de
los Apóstoles.
2ª PARTE, EL
SACRIFICIO O PLEGARIA EUCARÍSTICA
El
centro de nuestra celebración es el altar, no
el escenario ni siquiera el proscenio, sino el ara o piedra sobre
la que se va a realizar el sacrificio,
siempre incrustadas reliquias de algún mártir; y como segundo elemento
indispensable, durante toda la celebración, pero en especial en la liturgia eucarística, la imagen
visible de Cristo crucificado.
Se
ha comparado la celebración eucarística con el género dramático. Sin duda, hay
un escenario donde va a tener lugar la representación, el altar; y un actor, el
sacerdote, que en nombre de Cristo, va a presentar ante la asamblea la muerte y
resurrección del Señor. No se trata de un monólogo en el que en voz alta se
comunica el contenido de la celebración. Se trata de un diálogo, a veces con
los fieles que responden a sus propuestas; pero siempre, siempre es un diálogo
con Dios, el Padre bueno al que dirigimos nuestras alabanzas y súplicas. Sin
embargo, no se trata de una representación escénica en que se nos cuenta o
evoca algo. Se trata de una presentación en vivo y en directo en
que, ante nuestros ojos y oídos, vuelve a acontecer el sacrificio, muerte y
resurrección de Cristo en la Cruz, como ofrenda al Padre. No
se evoca un acontecimiento pasado. En la representación eucarística vuelve a
tener lugar el drama de la cruz.
En esta segunda parte nos acercamos, como en las celebraciones de la
sinagoga al momento en que el sumo sacerdote
entraba en el santa sanctórum, con la diferencia de que en la liturgia
romana toda la asamblea asiste y contempla el misterio que estamos celebrando.
No entra el celebrante a un lugar escondido ni las cortinas ocultan la
presencia de la divinidad. A la vista y oído de todos vamos a ser testigos
desde la fe del sacramento de expiación y redención al que vamos a asistir;
vamos a recordar el memorial de la muerte y resurrección de Cristo de
manera real, aunque incruenta, ofrecida al Padre bajo el soplo del Espíritu
Santo para restaurar la alianza rota por el pecado de los hombres.
Tres secuencias
distribuyen esta segunda parte:
La
ofrenda, el prefacio, y la plegaria eucarística,
dividida a su vez en dos partes, la consagración o sacrificio y la solemne
oración, ante Cristo crucificado, dirigida al Padre.
Tres pilares sustentan la
organización de la Liturgia Eucarística, tres momentos en clímax
ascendente en que el celebrante eleva el cáliz y el pan,
primero como ofrenda; segundo, como víctima sacrificada presente en la hostia y
en el vino, expresión del misterio de
nuestra fe; y en el tercero, la
oración eucarística se cierra
con la doxología: «Por Cristo, con Él y en Él...", con la que
expresa el celebrante solemnemente la glorificación de Dios. Todo lo demás es
la palabra, degustada interiormente en nuestro corazón.
Como
en una sinfonía, la palabra es cambiante y transformadora. Se
dirige siempre al Padre, en presencia del Espíritu y espera al Hijo, que desde
el cielo ha de bajar al altar,
como decimos en el sanctus, bendito el que viene en nombre del Señor.
Bendecimos a Dios, Señor del universo, en el ofrecimiento del pan y del vino,
lo volvemos a glorificar en el sanctus como Dios y Señor del universo y
conscientes de que el prodigio, que va a tener lugar, nos es concedido de lo
alto, le suplicamos al Señor, fuente de toda santidad, que santifiques estos
dones con la efusión del Espíritu Santo, de manera que sean para nosotros
Cuerpo y sangre de Jesucristo nuestro Señor.
Esto
surge desde la voz de alabanza y súplica de toda la Iglesia,
como en preparación del momento sublime concedido sólo y directamente por el
Señor, cuando mandó en la última cena a sus discípulos: Haced esto en memoria
mía. Y es en ese momento cuando el sacerdote con su voz de
hombre, da lugar a que sea el mismo Cristo quien
pronuncie las palabras del sacramento que convierten realmente
el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor,
según el rito de Melquisedec, en que el pan y el vino suple a todos los
animales del sacrificio, y se transforma en el único cordero pascual que quita
el pecado del mundo.
Éste
es el misterio de nuestra fe,
esto es lo que se ha ocultado a los sabios y entendidos y se lo ha revelado a
los pequeños y humildes. No hay palabras, ni culto que con tanta sencillez no
sólo aplaque a Dios, sino que nos eleve a hijos y herederos del Padre.
Hemos
pasado de la alabanza humana a la vivencia mistérica del sacramento, sin
espasmos, ni estridencias, desde la gozosa experiencia del corazón. El cielo ha
abierto su morada y ha acampado en medio de nosotros. Por eso, sin el domingo
no podemos vivir. Sublime belleza, sublime verdad, sublime bien.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Qué diferencia la espléndida
alabanza a Dios que proclamamos en el gloria y la que realizamos en la plegaria
eucarística? Por qué la Iglesia limita el gloria a determinados domingos del
calendario litúrgico y a fiestas de especial solemnidad? ¿Será para resaltar lo
importante e imprescindible?
■ ¿Por qué el sacerdote
levanta el cáliz y la Hostia en tres ocasiones
invocando a Dios Padre? Mientras
que la cuarta vez, en el rito de la comunión, se invoca a Jesucristo, como
Cordero de Dios?
■ El
sacerdocio ministerial tiene dos dones
que elevan su vocación a elección sagrada: Poder de perdonar los pecados y el
poder de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor. ¿Por qué el sacerdote no se reduce a un actor
escénico que sólo mientras actúa posee el don, sino que imprime en su persona
un carácter que le convierte en otro Cristo?
sábado, 14 de septiembre de 2019
LA CRUZ ES LA GLORIA
Y EXALTACIÓN DE CRISTO
Por la
cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con
el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el
pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la
cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero
significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más
excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina
nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original. Porque,
sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la
vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las
fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua
que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la
deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no
disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la
cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos. Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa.
Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos
cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su
obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y
el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte
voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con
él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región
de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el
mundo.
La cruz es llamada también gloria y exaltación de
Cristo. Ella es el cáliz rebosante
de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció
Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria,
cuando dice: Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo
glorificará. Y también: Padre,
glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo
existiese. Y asimismo dice: «Padre,
glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y
volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de
conseguir en la cruz. También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación,
cuando dice: Cuando yo sea
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la
cruz es la gloria y exaltación de Cristo.
San Andrés de Creta,
Sermón 10
LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE DEL 2019, 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)
«ÉSE ACOGE A LOS PECADORES Y COME CON
ELLOS»
Lc. 15. 1-32
En
aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a
los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de
vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en
el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la
encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa,
reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado
la oveja que se me había perdido.” Os digo que
así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta
que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse.
Y
si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y
barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la
encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “Felicitadme!, he
encontrado la moneda que se me habla perdido. ” Os digo que la misma alegría
habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
También
les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. ”El padre les repartió los
bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a
un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo
había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a
pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país
que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer. Recapacitando
entonces, se dijo: ”Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan,
mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre,
y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.” Se puso en camino adonde
estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y,
echando a correr, se le echó cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo.” Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y
vestidlo; ponedle un anillo en mano y sandalias en los pies; traed el ternero
cebado y matadlo; celebramos un banquete, porque este hijo
mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
»
Otras
lecturas: Éxodo 32,7-11.13-14; Salmo 50; 1Timoeo 1.12-17
Jesús
describe una parábola, que simbólicamente representa a los dos tipos de
personas que estarán en torno a su vida: los publicanos y pecadores por un
lado, y los fariseos y letrados por otro. Pero el protagonismo no recae en los
hijos ni en sus representados, sino en el padre y en su misericordia.
Publicanos
y pecadores (el hijo menor): Este hijo siempre había sido
medidor de su destino: decidirá marcharse y regresar, haciendo para ambos
momentos un discurso ante su padre. Sorprende la actitud… “cuando estaba lejos,
su padre lo vio; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo” (Lc 15,20). Es el proceso-relato de la misericordia.
Fariseos y letrados (el hijo mayor). Triste es la actitud de este
otro hijo, aparentemente cumplidor, sin escándalos… pero resentido y vacío. No
pecó como su hermano, pero no fue por amor al padre, sino a sí mismo, a su
imagen, a su fama. Cuando la fidelidad no produce felicidad, es señal de que no
se es fiel por amor sino por interés… Quien vive calculando, no puede entender,
ni siquiera ver, lo que se le ofrece gratuitamente, en una cantidad y calidad
infinitamente mayor de cuanto se puede esperar. (+Fr. Jesús
Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
MEDITATIO:
La liturgia
de hoy… recoge tres parábolas con las cuales Jesús responde a las murmuraciones
de los escribas y los fariseos. Los cuales critican su comportamiento y dicen: «Éste acoge
a los pecadores y come con ellos». Con estas tres narraciones, Jesús quiere hacer
entender que Dios Padre es el primero en tener una actitud acogedora y
misericordiosa hacia los pecadores. (Papa Francisco)
Con estas
tres parábolas, Jesús nos presenta el verdadero rostro de Dios, un Padre con
los brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión. La
parábola que más conmueve —conmueve a todos—, porque manifiesta el infinito
amor de Dios, es la del padre que estrecha, que abraza al hijo encontrado. Y lo
que llama la atención no es tanto la triste historia de un joven que se
precipita en la degradación, sino sus palabras decisivas: «Me levantaré, iré a
mi padre». El camino de vuelta a casa es el camino de la esperanza y de la vida
nueva. (Papa Francisco)
ORATIO:
Te adoramos y te glorificamos, Padre
omnipotente, rico en gracia y misericordia. Te pedimos que nos hagas conocer en
toda su belleza el corazón de tu Hijo, Jesús, ese corazón que tanto amó al
mundo.
Gracias, Señor, por tu Palabra
que siempre es luz para mis pasos;
por enseñarme que debo ser misericordioso
por enseñarme que debo ser misericordioso
como lo es el Padre.
CONTEMPLATIO:
«este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido, y lo hemos encontrado »
Acaso cada uno de nosotros seamos una
variante de esta parábola, y tengamos parte de la actitud del hijo menor y
parte de la del mayor. Lo importante es que en la andanza de nuestra vida
podamos tener un encuentro con la misericordia. Hay muchas maneras de vivir
lejos del Padre Dios, y muchos modos de despreciar su amor estando junto a Él,
porque podemos ser un hijo perdido o un hijo huérfano.
La trama de esta parábola es la de nuestra
posibilidad de ser perdonados. El sacramento de la Penitencia es siempre el
abrazo de este Padre que viéndonos en todas nuestras lejanías, se nos acerca,
nos abraza, nos besa y nos invita a su fiesta. Esta es la revolución de Dios,
que de modo desproporcionado y gratuito, con su propia medida, no quiere
resignarse a que se pierda uno solo de sus hijos queridos. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo
de Oviedo)
■… Dios no tiene necesidad de hacer milagros particulares a los que
le son fieles; la cosa más milagrosa de todas consiste en el hecho de que
nosotros podamos ser sus hijos y en que no retiene para él nada de lo que es
suyo. Los milagros se hacen en los márgenes, para recuperar a personas que se
han marchado, para hacer signos a los que se han alejado, para festejar a los
que vuelven. Sin embargo, la realidad cotidiana de la fe no tiene necesidad del
milagro, porque tener parte en los bienes del padre ya es suficientemente
maravilloso. (H. U. von Balthasar)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)