TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 20 de abril de 2019

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 14 DE ABRIL DEL 2019, DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo)

«SE HAN LLEVADO AL SEÑOR Y NO SABEMOS DÓNDE LO HAN PUESTO»


Jn 20. 1-9


     El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
     Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

     Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Los dos discípulos se volvieron a casa.

Otras lecturas: Hechos 10, 34ª.37-43; Salmo 117; Colosenses 3, 1-4

LECTIO:
El Evangelio del domingo de pascua trae un curioso protagonista: el sepulcro, que hasta seis veces se reseña, y los personajes se mueven en torno a él: van, vienen, vuelven, miran, se detienen, pasan…
Aquel sepulcro no era un tumba cualquiera. Para unos, como los sumos sacerdotes y los letrados, el sepulcro era el final de la pesadilla que para ellos tal vez fue Jesús. Para otros, como Pilatos, tal vez el final de un susto que le puso contra las cuerdas haciendo peligrar su poltrona política. Para otros, finalmente, como los discípulos, el sepulcro era su pena, su escándalo, su frustración. Recordando tantas palabras de su Maestro, aún mirarían aquel lugar con una débil esperanza.
     Pero llegó María Magdalena…  y al verlo así, abierto y sin Jesús, pensó lo más natural: que alguien había robado el cadáver. Y comunicado a los Apóstoles, corrieron para ver. El discípulo a quien Jesús quería, vio y creyó. Y comenzaron a entender la Escritura, a reconocer como verdad lo que ya les había sido otras veces anunciado: que Jesús resucitaría. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)

MEDITATIO:
     «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor. (Papa Francisco)
     «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra […] la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos». (Papa Francisco)
     «…Ha resucitado». Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer […] «…Ha resucitado». Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Danos un corazón humilde, abierto y disponible, para poder encontrarte… A ti queremos acercarnos en esta mañana de pascua, con los pies desnudos de la esperanza, para tocarle con la mano vacía de la pobreza, para mirarte con los ojos puros del amor y escucharte con los oídos abiertos de la fe.

Jesús es Señor: de él brota la vida,
en él nuestra esperanza, con él todo bien,
a él nuestro reconocimiento,
para él nuestra voluntad, por él nuestra plenitud;
él nuestra justicia, él nuestra salvación...

CONTEMPLATIO:
… el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

¿Corremos nosotros al sepulcro de Cristo?

Un sepulcro vacío, donde no cabía tanta vida, abrió sus puertas de par en par, y una voz se escuchó, y salió de nuevo como la vez primera diciendo con sus labios creadores ¡que exista la Luz! [...] Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido la promesa del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza. El sueño que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas.
Con la Pascua se abre otra procesión que nunca termina, la que no tiene tiempo, ni calendario, la que atraviesa nuestra vida sembrando en ella su luz y su amor. Con el gozo de María la madre del Señor y Reina de los cielos, alegrémonos nosotros también. Con todos los santos que se alegran en el cielo por la misma razón que nosotros brindamos hoy en la tierra. Cristo ha resucitado. Feliz Pascua florida. (De una homilía de +Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)

  Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuan puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad.   (Beato Guerrico de Igny)

1 comentario:

  1. El domingo de resurrección no termina la celebración de la Pascua, EMPIEZA. Permanezcamos como testigos gozosos de la vida en medio de un mundo cotidiano que sufre demasiadas muertes.
    Lo que celebramos los cristianos es la pascua, el paso, de una muerte a la vida. Lo cual, no termina el domingo de resurrección, sino que precisamente empieza, o mejor dicho, nunca terminó. De modo que, no suframos operaciones retorno, no regresemos de lo que en estos días hemos visto y oído, sino que permanezcamos ahí como testigos gozosos de la vida, en medio de un mundo cotidiano que sufre en demasiadas muertes.
    El Evangelio del domingo de pascua trae un curioso protagonista: el sepulcro, que hasta 7 veces se reseña, y los personajes se mueven en torno a él: van, vienen, vuelven, miran, se detienen, pasan... Aquel sepulcro no era un tumba cualquiera. Para unos, como los sumos sacerdotes y los letrados, el sepulcro era el final de la pesadilla que para ellos tal vez fue Jesús. Para otros, como Pilato, tal vez el final de un susto que le puso contra las cuerdas haciendo peligrar su poltrona política. Para otros, finalmente, como los discípulos, el sepulcro era su pena, su escándalo, su frustración. Es posible que, recordando tantas palabras de su Maestro, aún mirarían aquel lugar con una débil esperanza... por si acaso.
    Pero llegó Magdalena, y al ver aquello así, abierto y sin Jesús, pensó lo más natural: que alguien había robado el cadáver. Y comunicado a los Apóstoles, corrieron para ver. El discípulo a quien Jesús quería, vio y creyó. Y comenzaron a entender la Escritura, a reconocer como verdad lo que ya les había sido otras veces anunciado: que Jesús resucitaría. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida... Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido el sueño del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza. El sueño que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas.



    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo

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