TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 24 de febrero de 2018

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 25 DE FEBRERO DEL 2018, 2º DE CUARESMA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«MAESTRO, ¡QUÉ BUENO ES QUE ESTEMOS AQUÍ!»

Mc. 9, 2-10

     En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados.
     Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
     Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Otras Lecturas: Génesis 22,1-2.9-13.15-18; Salmo 115; Romanos 8,31b-34
LECTIO:
     Jesús se aleja temporalmente de la gente y del grupo grande de discípulos para subir  a la montaña acompañado sólo de Pedro, Santiago y Juan. En la soledad y en el silencio contemplativo Jesús queda transfigurado. Su relación íntima con el Padre hace que a Jesús se le vea resplandeciente.
     ¿Qué experiencia tuvo Jesús en la montaña? ¿Qué apreciaron los discípulos? Estos se dieron cuenta que Jesús estaba muy cerca del Padre. Se dan cuenta de que Dios se revela en Jesús, de manera similar a como se reveló en otro tiempo a Moisés y Elías; que Jesús forma parte de la nube de la divinidad.
     Los discípulos han podido probar esta experiencia a partir de la humanidad de Jesús; una humanidad como la nuestra: limitada, débil, caduca. Jesús se transfiguró ante tres discípulos a quienes les costaba mucho aceptarlo: Pedro hace poco había intentado que Jesús se hiciera atrás de su mesianismo; Santiago y Juan solicitaban un lugar de honor en su reino. Jesús les hace ver que el Mesías de Dios es hombre como los demás, como ellos mismos; y que la gloria no le viene de ser un hombre especial, privilegiado, triunfante.
     Él es el Hijo amado. Así lo revela el Padre y así lo vive Jesús. Esta fue la experiencia central de la vida de Jesús: vivir como amado. Y los discípulos son invitados a escucharlo y a seguirlo, aunque lo vean desacreditado, humillado, atrapado, perseguido, hombre de dolores, crucificado.

MEDITATIO:
     Jesús toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, la que tendrá después de la resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo por la senda de la prueba, por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto, inmerso en oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente. (Papa Francisco)
     La consigna para los discípulos y para nosotros es esta: «¡Escuchadlo!». Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior. (Papa Francisco)
     Dios Padre, hoy, como en la transfiguración, nos dice: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». Estemos atentos a escuchar a Dios en la oración. Leamos y comprendamos la Biblia, la Palabra de Dios. Escuchemos a Dios, a través de los signos de los tiempos que se nos presentan. Respondamos al Dios que nos habla. (Papa Francisco)
     Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros hoy al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para acoger su mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el amor es capaz de transfigurar todo. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Concédenos, Padre, saber corresponder a tu don con el abandono confiado en tus manos y ofreciéndote lo mejor que tenemos. Ayúdanos a acoger humildemente esa muerte que se nos pide cada día y que es nuestra entrega total: el sacrificio de nosotros mismos por la vida del mundo. 
Sabemos que Tú vives en nosotros
para hacer resplandecer nuestra obscuridad
y dar ánimo a nuestra existencia.

CONTEMPLATIO:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!»
     A los primeros discípulos no les fue fácil entender que el Maestro moriría en la cruz. Por eso Jesús les hizo subir a hasta el monte de la transfiguración, para que vieran, escucharan y experimentaran lo que les esperaba al final del camino.  Hoy también a nosotros el Señor nos invita a tener la misma experiencia.
     El Señor, nos llama al Tabor, a la altura…, a ascender, a un diálogo con los grandes orantes de la historia: Moisés y Elías. En ese diálogo es donde encontramos la iluminación, el aliento, la fuerza para afrontar los retos de la existencia cotidiana.
     Ahí, en el diálogo  “escuchamos” y descubrimos el sentido último de cuanto vivimos y somos. Escuchándole en silencio, el Señor, purifica todas nuestras oscuridades, nuestros errores y cuanto somos queda “de un blanco deslumbrador”.
«No sabía qué decir, pues estaban asustados»
     No podemos quedarnos siempre en el Tabor, hemos de bajar, hemos de afrontar la vida con los hermanos, hemos de transformar nuestra condición humana sin separarnos de los otros. Hemos de escrutar como los discípulos “qué significa resucitar de entre los muertos”. Elevar la vida cotidiana de toda dependencia, superar el miedo al futuro sin protección, entregar el amor sin esperar nada a cambio, salir de la tristeza por amor a otro.


                                                                                                                                              
   Tal es la faz de Dios, que ninguno puede contemplar y vivir en este mundo; es la belleza que suspira por gozar todo el que ama a su Señor y Dios, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, con todas sus fuerzas. Y si alguna vez es admitido a esta visión, percibe, sin sombra de duda a la luz de la verdad, la gracia que le ha prevenido. El contemplativo debe, pues, humillarse en todas las ocasiones y glorificar en sí mismo al Señor, su Dios (Guillermo de Saint-Thierry)

1 comentario:

  1. La versión de la Transfiguración que hace Marcos es de una sencillez y de una profundización encantadora. Jesús sube al Monte de la Transfiguración con los tres íntimos. Es una catequesis bautismal que se les explicaba a los catecúmenos antes de recibir el Bautismo, en la noche de Pascua, para decirles que subir al monte, que está en el camino de Jerusalén, Monte de la Transfiguración, exige bajar al valle de la desfiguración, a la cruz para resucitar.
    Es la única escena de todo el Evangelio donde se presenta la Humanidad de Jesús con el adelanto de la Glorificación. Es el Dios hecho Hombre antes de la muerte y resurrección, que nos habla de que tenemos que llegar hasta el final de nuestra entrega.
    El CONTIGO AQUÍ que le hace decir a Pedro lo bien que se está siempre con el Señor, es tanto para Oriente como para Occidente, la explicación de lo que es la vida consagrada, la vida dedicada sólo al Señor que te hace exclamar: ¡Qué bien se está, Señor, contigo aquí!.
    Cuando no se descubre esta vida con Dios es muy difícil dedicarse totalmente al Señor en el monte de la contemplación y en el valle de la desfiguración. Sólo dedicando la vida a Cristo nuestra vida se transforma. Pero, sólo cuando nos lleva a contar su Misericordia camino de Jerusalén es cuando percibimos la profunda llamada del Señor a pertenecerle siempre, aquí y en la eternidad.
    Es, en la intimidad del Señor del Monte, donde se nos descubren los grandes secretos de su Corazón. Seremos transfigurados para vivir con los sentimientos del Corazón de Cristo, que nos lanza a bajar y caminar cercano a nuestros hermanos en el camino de la vida tejida de dolor y de resurrección.
    Jesús les revela, les adentra en la vida de oración. Tiene que padecer para entrar en la resurrección. Ellos no se enteran, pero se van poco a poco enterando. Se ve que, envueltos en un misterio por la intimidad en el monte, “lo entenderán más tarde”. Nadie sabe del profundo Amor de Cristo que nos lanza a vivir en la alegría de experimentarse hijos amados, escogidos, predilectos del Señor y, a la vez, llamados a seguirle hasta la muerte y resurrección.
    +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres

    ResponderEliminar