«SEÑOR, ¡QUÉ BUENO ES QUE ESTEMOS AQUÍ!»
Mt. 17. 1-9
En
aquel tiempo, seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró
delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se
volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías
conversando con él.
Pedro,
entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos
aquí! Si quieres, haré
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías».
Todavía
estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz
desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco.
Escuchadlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al alzar los
ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando
bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el
Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Otras
Lecturas: Daniel 7,9-10.13-14; Salmo 96; 2Pedro 1,16-19
LECTIO:
En el camino
hacia Jerusalén, Jesús
escoge a tres discípulos y les permite entrever y gozar por unos momentos la
gloria de Dios,
esa sensación de estar ante alguien que desdramatiza tus dramas, y con sola su
presencia pone paz, una extraña pero verdadera paz en medio de todos los
contrastes, dudas, cansancios y dificultades con los que la vida nos convida
con demasiada frecuencia. Tanto es así, que Pedro tomará la palabra, y con el
arrojo que le caracteriza se hará portavoz de los otros para decir: “¡qué hermoso es estar aquí!
Si quieres, haré tres tiendas...!”
Por si fuera
poca la impresión de contemplar lo que sus ojos veían, “una nube luminosa los
cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: este es mi Hijo el amado,
mi predilecto. Escuchadle”
…Toda la fuerza, toda la majestuosidad
de la Gloria de Dios les revelaba que Jesús era el Hijo predilecto del Padre
Dios,
al que había que escuchar, como testimonió aquella misma Voz al comienzo del
ministerio público de Jesús durante su bautismo en el Jordán…
Aquellos tres discípulos no
habrían podido llegar a la Pascua si no hubieran bajado de la montaña, no
habrían podido seguir a Jesús que haciendo el plan que el Padre le trazó,
seguía adelante, bajaba de la Transfiguración de su tabor y subía al
Jerusalén de su calvario.
Nuestra condición de cristianos
no nos exime de ningún dolor, no nos evita ninguna fatiga, no nos desgrava
ante ningún impuesto. Hemos de
redescubrir siempre que ser cristiano es seguir a Jesús, en el Tabor o en el
Calvario.
En el Evangelio de este domingo
volvemos a escuchar también nosotros: no tengáis miedo... pero levantaos,
bajad de la montaña y emprended el camino.
MEDITATIO:
El pasaje evangélico narra el
acontecimiento de la Transfiguración, que se sitúa en la cima del ministerio
público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las
profecías del «Siervo de Dios» y se consumará su sacrificio redentor. (Papa Francisco).
Jesús
toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su
gloria, la que tendrá después de la resurrección,
para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo por la senda de la prueba,
por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto, inmerso en oración, se
transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz
resplandeciente. (Papa
Francisco)
«Este es mi Hijo amado; escuchadlo». Jesús
es el Hijo hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la Cruz el
proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su adhesión plena a
la voluntad del Padre hace su humanidad transparente a la gloria de Dios,
que es el Amor. (Papa
Francisco)
La
consigna para los discípulos y para nosotros es esta: «¡Escuchadlo!». Escuchad a Jesús.
Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo lleva a asumir la lógica de
su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida
un don de amor para los demás... (Papa
Francisco)
ORATIO:
Purifica, oh Señor, nuestros corazones,
porque sólo a los limpios de corazón has prometido la visión de Dios.
Familias
de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad
la gloria y el poder del Señor;
aclamad
la gloria del nombre del Señor,
entrad
en sus atrios trayéndole ofrendas.
CONTEMPLATIO:
El centro de ese relato, llamado
tradicionalmente la «transfiguración de Jesús», lo ocupa una voz que viene de
una extraña «nube luminosa», símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de
la presencia siempre misteriosa de Dios, que se nos manifiesta y, al mismo
tiempo, se nos oculta.
«Este
es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
«Al oír esto, los discípulos caen de
bruces, llenos de espanto». La actuación de Jesús es
conmovedora: «Se acerca» para
que sientan su presencia amistosa. «Los
toca» para infundirles fuerza y confianza. Y les dice unas palabras
inolvidables:
«
Levantaos. No temáis ».
Poneos de pie y seguidme. No tengáis miedo
a vivir escuchándome a mí. Escucha a Jesús que te dice: «No tengas miedo.
Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe basta. No te
inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste en estar
siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del
corazón».
Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros hoy al monte
de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús,
para acoger su mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros
podamos ser transfigurados por el Amor.
■… Antes de tu
cruz preciosa, antes de tu pasión, tomando contigo a los que habías elegido
entre tus sagrados discípulos, subiste al monte Tabor, oh Soberano, queriendo
mostrarles tu gloria. Y ellos, al verte transfigurado y más resplandeciente que
el sol, caídos rostro en tierra, se quedaron atónitos frente a la soberanía, y
aclamaban: «Tú eres, oh Cristo, la luz sin tiempo y la irradiación del Padre,
aunque, voluntariamente, te hagas ver en la carne, permaneciendo inmutable»… y envuelto por
la nube luminosa, mientras estaban contigo tus discípulos, la voz del Padre te
manifestó distintamente como Hijo amado, consustancial y reinante con Él. (Anthologhion).
Subir al Monte de la Transfiguración, para unirse al Señor de la vida en la cumbre, exige después bajar al valle de la desfiguración, donde viven los hermanos. Jesús sube con los tres íntimos. Están subiendo a Jerusalén donde le espera la muerte y la resurrección. Están cansados y fatigados del camino. Sólo el pensar en la experiencia de la cruz les echa para atrás.
ResponderEliminarJesús, sin embargo, les anima a subir a los que quieren ser sus íntimos, al Monte de la Transfiguración para hacerles descubrir en profundidad quien es, y por otra parte es algo así como una llamada a que sus vidas sean una llamada a vivir contemplándole. Como Moisés, vivir acogiendo la Ley de Dios, y como Elías, vivir la dimensión de caminar, de ser peregrino contemplativo, el hombre que busca en todo la voluntad de Dios, del místico que busca en el desierto de la oración la fuerza para vivir en la verdad…
Aquí, Pedro expresa lo que es el seguimiento de Jesús. Así lo ha visto el oriente y el occidente cristiano. Probablemente, nunca comprenderemos nuestra profunda vocación si no decimos una y otra vez al Señor: “Que bien se está contigo”. Descubrir el gozo y la alegría de estar con Él hasta asombrarse. Siempre, desde la realidad del aquí y el ahora. Es tanto así que Pedro quiere retener para siempre el momento y manda hacer tres chozas para que nunca más bajemos de este lugar. El Señor nos invita a la disponibilidad de bajar y compartir con los hermanos más empobrecidos.
Tres palabras concretas a la persona que se ha dejado seducir por el Señor 1) somos amados, 2) predilectos en quien el Señor se complace, 3) somos preciosos para Dios. Nuestra vida es para el Señor un gozo en su Corazón. No se puede vivir con los sentimientos de Cristo si no descubrimos que somos amados, predilectos y que el Señor se complace en nuestras vidas. Nos mira con el Amor y la Ternura con las que una madre mira a su hijo, aunque duerma o tenga que limpiarle muchas veces sus suciedades, pero esa vida es preciosa, es un don de Dios.
Subir al monte de la contemplación nos impulsa a bajar al valle de los sufrimientos, pero cuando se ha vivido contemplando al Señor todo tiene otro sabor, otro sentido.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres