TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 19 de agosto de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 20 DE AGOSTO DE 2017, 20º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)



«TEN COMPASIÓN DE MÍ, SEÑOR, HIJO DE DAVID. »

Mt. 15. 21-28
En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.


Otras Lecturas: Isaías 56,1.6-7; Salmo 66; Romanos 11,13-15.29-32

LECTIO:
     Esta madre se acerca a Jesús, sin duda porque había oído hablar de él, de los milagros que hacía con los enfermos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”.
     Pero Jesús no parece darse por aludido y sus discípulos interceden a favor de aquella madre angustiada. La respuesta de Jesús es decepcionante: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel... No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
     La mujer responde con humildad pero con gran osadía: Tienes razón, Señor, pero... Con ese "pero" pone al Señor de su parte.
     Esta mujer sabe que lo que pide no lo puede exigir, pero lo pide porque lo necesita y porque tiene fe en Jesús. A veces nosotros, vivimos bajo el signo de la exigencia. Rezamos y exigimos. En la misma familia, en la parroquia… exigimos. Es bueno exigir que se cumplan nuestros derechos, pero ¿tenemos derecho a todo lo que exigimos? ¿Pedimos con humildad o con prepotencia?
     Mujer, qué grande es tu fe. Jesús sale alegremente vencido. Se rinde frente al arma de que  dispone la mujer: la fe. Jesús se deja vencer por la fe. Y manifiesta su asombro y admiración ante la fe de la cananea. Las palabras de Jesús han purificado y fortalecido la fe de aquella mujer. Y la fe hace que la fuerza de Dios actúe en su favor.
     Hoy también, la fe hace posible que la misericordia de Dios nos perdone, nos bendiga, nos transforme. Señor, creo, pero aumenta mi fe, sobre todo cuando no te oiga o no te entienda. Ten compasión de mí.
           
MEDITATIO:
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija está atormentada por un demonio».
   Sin embargo, su grito cae en el vacío: Jesús guarda un silencio difícil de explicar. Cuando  rompe su silencio  su negativa es firme y brota de su deseo de ser fiel a la misión recibida de su Padre: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
La mujer no se desalienta. Apresura el paso, se postra ante Jesús y, desde el suelo, repite su petición: «Señor, socórreme». En su grito está resonando el dolor de tantos hombres y mujeres que no pertenecen al grupo de Jesús y sufren una vida indigna. ¿Han de quedar excluidos de su compasión? Jesús se reafirma en su negativa: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos».
La mujer no se rinde ante la respuesta de Jesús. No le discute, pero extrae una consecuencia: «Tienes razón, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos». En la mesa de Dios hay pan para todos.
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
     El amor de Dios a los que sufren no conoce fronteras, ni sabe de creyentes o paganos. Atender a esta mujer no le aleja de la voluntad del Padre sino que le descubre su verdadero alcance.
     La luz de Jesús y su fuerza sanadora son para todos. No nos encerremos en nuestros grupos y comunidades, apartando, excluyendo o condenando a quienes no son de los nuestros. Sólo cumplimos la voluntad del Padre cuando vivimos abiertos a todo ser humano que sufre y gime pidiendo compasión.

ORATIO:

     Señor Jesucristo, hijo de David, acoge nuestra súplica.

Pongo mi entera confianza en ti Jesús, y te pido perdón
por las veces que no he perseverado en la oración,
porque la falta de fe se ha apropiado de mí
y no he sabido esperar con paciencia tus respuestas.

     Suscita en nosotros una «fe grande», como la de la cananea, de modo que podamos testimoniar entre los hombres los prodigios de tu amor.

CONTEMPLATIO:
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. »
     Aprendamos de esta mujer, aprendamos la súplica. Tenemos que gritarle a Jesús con expresiones que nos salgan del alma, con plegarias de una madre, pedirle la salud, pedirle la fuerza, pedirle que salgamos de la rutina. Confianza, sinceridad, todo lo que necesitamos dentro de nuestro corazón. Todos somos extranjeros y forasteros.
     Hoy nos preguntamos: ¿tenemos fe como esta mujer? ¿Suplicamos así a Jesús? ¿Tenemos esa fuerza de una madre? ¿Qué sería de nosotros sin Jesús? Gritémosle: “Señor, ¡ten compasión de mí!”. Nos vamos a quedar con esta súplica y vamos a ser cananeos, vamos a ser mujer cananea y le vamos a pedir por todo lo que necesitemos.
«Mujer, qué grande es tu fe»
    Entremos en la plegaria de una madre que siente el dolor y la enfermedad de su hija y sabe que Jesús la puede curar, que Jesús nos puede curar. Y entremos también en el corazón de Jesús que se enternece ante nuestra súplica.


  La cananea, después de contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, solo apela a la compasión del Señor y la reclama a grandes gritos. Pero Cristo les respondió: «Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel» Cuanto más la mujer intensifica su súplica, con más fuerza también él se la rechaza Ya no llama ovejas a los israelitas, sino hijos; a ella, en cambio, solo le llama cachorrillo. ¿Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor sabe ella componer su defensa No quería el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer De modo que sus palabras no procedían del ánimo de insultarla, sino de convidarla, del deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma, Por eso no le dijo Cristo: «Quede curada tu hija», sino: «Mujer; ¡qué grande es tu fe! que te suceda lo que pides». Con lo que nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, no para adular a la mujer sino para indicarnos la fuerza de la fe (S. Juan Crisóstomo).

1 comentario:

  1. Aquella mujer cananea, es decir pagana, sin embargo conoce el Corazón de Cristo, por su fe y su confianza.
    Jesús no hizo milagros prácticamente en las ciudades de Tiro y Sidón, ciudades en el entorno del lago de Galilea, la Decápolis, que no aceptaron la fe en Jesús. Duras de corazón para creer.
    Aquella mujer cananea expresa la humanidad hambrienta y sedienta de Dios, sedienta de paz, de salud. Un corazón de deseo. Un corazón de mujer, de madre, que quizás ante los males que la aquejan, su hijo tiene un demonio muy malo, no se detiene como el amor ante el mal y vislumbra que el único que vence el mal, a fuerza de bien, es el Señor.
    Necesitamos, de forma continuada, volver la mirada al Dios de la vida, al Señor, capaz de curar nuestros males, nuestros demonios, nuestras historias y cobardías.
    Aparentemente, la respuesta de Jesús parece desconcertante ¿No le interesa? ¿Tan fuerte es la misión que le hace olvidar al sufriente concreto en el camino de la vida?
    Su actitud, su profunda humildad, le hacen conmover el Corazón del Señor. Le gana como siempre al Señor la profunda humildad de quien sabe, de quien se ha fiado y está persuadido de que el Señor será capaz siempre de hacer frente al mal con la entrega de su vida, con su Corazón compasivo.
    Es curioso que arranca del Señor una de las mayores alabanzas a su fe tan sencilla como intrépida, tan pobre como valiente. Nada detiene a esta mujer con tal de llegar a Jesús y presentarle su grito de dolor por su hijo. El milagro cuando hay fe ya está realizado. Y no es otra cosa que saber poner el corazón en el Dios de lo imposible.
    +Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

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