«PAZ A VOSOTROS… RECIBID EL
ESPÍRITU SANTO»
Jn. 20. 19-23
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz
a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y,
dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Otras
Lecturas: Hechos 2,1-11; Salmo 103; 1Corintios 12, 3b-7.12-13
LECTIO:
Jesús antes de su
ascensión al Padre hizo dos promesas muy importantes a sus discípulos: por una
parte, que permanecería con, en y entre ellos hasta el final de los siglos; y
por otra, que les enviaría desde el Padre al Espíritu Santo, que sería para
ellos el Consolador, el que llevaría a plenitud lo que Jesús mismo había
comenzado, recordándoles lo que Él les había revelado.
Tras la ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a
Jerusalén. Allí esperarían el cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos
los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”. La tradición cristiana siempre ha
visto esta escena como el prototipo de la espera del Espíritu. La Madre de Jesús
–y de los discípulos que engendró al pie de la Cruz del Señor – era una mujer
que sabía de la fidelidad de Dios, de cómo Él hace posible lo que para nosotros
es imposible; era una mujer creyente que había aprendido a guardar en su
corazón todo lo que Dios le manifestaba. Ella era, y sigue siendo, la que
reunía a la Iglesia.
“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Los discípulos de Jesús que formamos su
Iglesia, como miembros de su “cuerpo”, desde nuestras cualidades y dones, en
nuestro tiempo y en nuestro lugar, estamos
llamados a continuar lo que Jesús comenzó.
El
Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su sabiduría para que a través
nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las maravillas de Dios y
asomarse a su proyecto de amor otros hombres, culturas, situaciones.
El
Espíritu “traduce” desde nuestra vida, aquel viejo y nuevo mensaje, aquel
eterno anuncio de Buena Nueva. Esto fue y sigue siendo el milagro y el regalo
de Pentecostés.
MEDITATIO:
Donde
llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura.
…Nadie se esperaba ya nada
de los discípulos... En cambio, se verificó un hecho inesperado que suscitó
admiración: la gente quedaba turbada porque cada uno escuchaba a los discípulos
hablar en la propia lengua, contando las grandes obras de Dios. (Papa Francisco)
La Iglesia que nace en Pentecostés es una
comunidad que anuncia un mensaje nuevo: Cristo
está vivo, ha resucitado;
un lenguaje nuevo: el lenguaje del amor. (Papa
Francisco)
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el justo
camino, a través de las situaciones de la vida. …nos enseña a seguir a Jesús, a
caminar siguiendo sus huellas. El Espíritu Santo es maestro de vida dentro del horizonte más
amplio y armónico de la existencia cristiana. (Papa
Francisco)
El
Espíritu Santo nos
recuerda todo lo que dijo Jesús. Es
la memoria viviente de la Iglesia. Y
mientras nos hace recordar, nos hace comprender las palabras del Señor. Nos
recuerda todo lo que dijo Cristo, nos hace entrar cada vez más plenamente en el
sentido de sus palabras. (Papa
Francisco)
Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos
interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la
luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la
memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. (Papa Francisco)
ORATIO:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones
de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor…
Ven,
Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo…
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo…
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos…
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos…
CONTEMPLATIO:
Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo
nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en
nadie. Se nos está olvidando lo que es
saborear la vida desde dentro.
Muchos no saben lo que es el silencio del
corazón, no están acostumbrados a vivir la fe desde dentro. Privados de
experiencia interior, sobrevives olvidando tu alma: escuchando palabras con los
oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras tu corazón está ausente.
¿Dónde y cuándo acoges el Espíritu del Resucitado en tu interior?
Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre
colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más
íntimo de nuestro ser.
■… Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo
que sólo es posible recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto,
como dice la verdad misma, «Dios es Espíritu» (Jn
4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo
adoren en Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben
buscar sólo en el Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple
de esa verdad. (Guillermo de Saint-Thierry).
La Fiesta de la Cosecha, de Pentecostés es fiesta judía, Jesús le ha dado su pleno significado, porque el fruto de su Amor resucitado es Pentecostés, es el Espíritu Santo, “Señor y Dador de Vida”.
ResponderEliminarPentecostés está inserto en el Cenáculo, porque no hay evangelización auténtica si no existe una profunda intimidad y relación con el Corazón del Señor resucitado.
El fruto es el Espíritu Santo que da la vida nueva resucitada y que nos convoca al Cenáculo. En la Escuela del Cenáculo se vive la Eucaristía, el amor a la Iglesia, María, los apóstoles, Pedro, el servicio a los pobres. Es vivir entregando la vida por amor y sembrando los caminos del mundo del gozo que predica Pentecostés que nos habla de amor entregado, del bautismo, de Cristo, muerto y resucitado, de hacer discípulos, de caminar junto a la humanidad, que cuanto más se aleja de Jesús, pierde el norte.
Es necesario volver al aire del Espíritu, del Cenáculo, para salir transformados en una vida nueva que nos lleva a evangelizar. Entrar en el Cenáculo para ser una Iglesia en salida hacia las periferias.
Decía san Juan Pablo II que la Iglesia tiene que estar en un permanente Cenáculo de intimidad con Cristo y un permanente Pentecostés que nos lleve a salir por los caminos con el mantel de la Eucaristía y con el ofrecimiento humilde de la Redención a toda la humanidad. Oración y vida para entregarse a los planes del Señor.
Es necesario volver, una y otra vez, a la alegría y al gozo de quien ha conocido el Amor de Jesús en el Cenáculo, en la Eucaristía, en el amor fraterno, en el servicio, en el lavatorio de los pies y abre su corazón y su gozo a la esperanza cierta de quien quiere vivir en la verdadera conversión de los sentimientos de Cristo. Vivir un nuevo Pentecostés que nos conduce a una nueva etapa evangelizadora y a sembrar los caminos de la alegría del Resucitado.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres