«YO SOY EL PAN VIVO; EL QUE COMA DE ESTE PAN
VIVIRÁ PARA SIEMPRE»
Jn. 6. 51-58
“Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”.
Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo
puede Éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo; si no coméis la
carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en
el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo
vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es
el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron
y murieron; el que come este pan vivirá para siempre”.
Otras
Lecturas: Deuteronomio 8,2-3.14b-16a; Salmo 147 1Corintios 10, 16-17
LECTIO:
El evangelio de esta fiesta nos presenta
el célebre discurso de Jesús sobre el Pan de Vida. …Jesús se presenta como el
pan bajado del cielo, pero… a diferencia del maná que también bajó del cielo,
el que Jesús ofrece no vale para quitar el hambre fugaz y momentánea, sino el
hambre más honda: la del corazón.
Jesús viene como el Pan definitivo que el
Padre envía, para saciar el hambre más profunda y decisiva: el hambre de vivir
y de ser feliz. …Su Persona viva es el Pan que el Padre da. Comer este Pan que
sacia todas las hambres significa adherirse a Jesús, entrar en comunión de vida
con Él, compartiendo su destino y su afán, ser discípulo, vivir con Él y
seguirle.
Comulgar a Jesús no es posible sin
comulgar también a los hermanos. No son la misma comunión, pero son
inseparables. Y esto lo ha entendido muy bien la Iglesia cuando al presentarnos
hoy la fiesta del Corpus Christi en la cual adoramos a Jesús en la Eucaristía,
nos presenta también a los pobres e indigentes, en el día de Caritas.
Difícil es comulgar a Jesús, ignorando la
comunión con los hombres. Difícil es saciar el hambre de nuestro corazón en su
Pan vivo, sin atender el hambre de los hermanos: tantas hambres en tantos
hermanos.
MEDITATIO:
«Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo…» Jesús subraya que
vino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en
Él. Esta comunión con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a
imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para
los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. (Papa Francisco)
La Eucaristía hace madurar un estilo de
vida cristiano. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia,
nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre
limitada, sino según la medida de Dios. (Papa
Francisco)
No
se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida!
Debemos amar también a quien no nos ama. Oponernos al mal con el bien,
perdonar, compartir, acoger. Gracias a Jesús y a su Espíritu, también nuestra
vida llega a ser «pan partido» para nuestros hermanos. Y viviendo así
descubrimos la verdadera alegría. La alegría de convertirnos en don, para
corresponder al gran don que nosotros hemos recibido antes. Esto es imitar a
Jesús. (Papa Francisco)
ORATIO:
Te suplicamos que, comulgando del cuerpo
de Cristo, nos convirtamos en lo que somos, como nos dice san Agustín: cuerpo
de Cristo y miembros los unos de los otros.
Señor Jesús:
¿De qué nos sirve
hablar todas las lenguas?
Si nos falta el amor, sólo hacemos ruido.
¿De qué nos sirve entregarlo todo a los pobres,
e incluso entregar la propia vida?
Si nos falta el amor, de nada nos aprovecha…
Señor,
enséñanos a amar.
Te damos gracias, Dios
de eterno amor por el regalo de la eucaristía, comunión y unión con Cristo y
los hermanos.
CONTEMPLATIO:
En la Eucaristía se nos
comunica el amor del Señor por nosotros:
un amor tan grande que nos nutre de sí mismo; un amor gratuito, siempre a
disposición de toda persona hambrienta y necesitada de regenerar las propias
fuerzas. Dejarse alimentar por el Señor significa construir la propia
existencia sobre la realidad que no
perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.
Si miramos a nuestro alrededor, nos damos
cuenta de que existen muchas ofertas
de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más:
dinero, éxito, vanidad, poder, orgullo… Pero el alimento que nos nutre
verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor. Cada uno de nosotros, hoy, puede
preguntarse: ¿y
yo?
¿Dónde quiero comer? ¿En qué
mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares
gustosos, pero en la esclavitud?
El Padre nos dice: «Te he
alimentado con el maná que tú no conocías». Aprendamos a reconocer el pan falso
que engaña y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del
pecado. Jesús, el Maestro, partió
el pan que es realmente su carne. Nuestros comportamientos generosos hacia el
prójimo, ¿demuestran que somos pan
partido para los demás?
■… ¡Oh inapreciable y maravilloso banquete que a los comensales les
da la salvación y la alegría sin fin! ¿Qué puede haber más grande que esto? No
se ofrecen suntuosas carnes de becerros y machos cabríos, como en la antigua
ley, sino a Cristo, verdadero Dios, como alimento. ¿Qué puede existir más
sublime que este sacramento? […] Nadie puede expresar la suavidad de este sacramento. Se gusta la dulzura
espiritual en la misma Fuente y se hace memoria de la altísima caridad, que
Cristo ha demostrado en su pasión (Santo Tomas de Aquino).
…La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.
ResponderEliminarHa crecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía.
En este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con Él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente. La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.
Y la Eucaristía es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él… Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía. Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.
Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - obispo de Córdoba.