«TANTO AMÓ DIOS AL
MUNDO, QUE ENTREGÓ A SU UNIGÉNITO»
Jn. 3. 16-18
Porque tanto amó Dios al
mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que
no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de
Dios.
Otras
Lecturas: Éxodo 34,4b-6.8-9; Cántico de Daniel 3,52-56; 2Corintios 13, 11-13
LECTIO:
La
fiesta de la Santa Trinidad, y las lecturas bíblicas de su misa, nos permiten
reconocer algunos de los rasgos de la imagen de Dios a la cual debemos
asemejarnos.
En
primer lugar, Dios no es comunión de Personas, Compañía amable y amante. Por
eso no es bueno que el hombre esté solo: no porque un hombre solo se puede
aburrir sino porque no puede vivirse y desvivirse a imagen de su Creador.
…
El segundo rasgo que brilla en la Trinidad, es precisamente el amor. Nuestro
Dios ha querido ser “vulnerable” al amor y por el amor. No es un Dios ausente,
lejano, arrogante, inaccesible. Se nos ha revelado con entrañas de misericordia
y rico en compasión.
Y
el tercer rasgo de la imagen de Dios que aparece en esta fiesta, es lo que dice
Jesús en el Evangelio: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna”.
Lo
que Dios quiere y desea, la razón por la que nos ha amado hasta la entrega de
su Hijo bienamado, el único, es para que nosotros podamos vivir, para siempre,
sin perecer en ninguna forma de fracaso fatalista. Este tercer rasgo de Dios
es el de la esperanza que se traduce en felicidad eterna.
Nuestra fe en el Dios en quien creemos… es que creyendo en Él
creemos también en nosotros, porque nosotros –así lo ha querido Él– somos la
difusión de su amor creador.
MEDITATIO:
La celebración de la solemnidad de la
santísima Trinidad presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor
perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. (Papa Francisco)
En
la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos
llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que
manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo
del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os amáis unos a otros». (Papa
Francisco)
El Espíritu Santo, don de Jesús
resucitado, nos comunica la vida divina, y así nos hace entrar en el dinamismo
de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio
recíproco, de participación. (Papa
Francisco)
Una
persona que ama a los demás por la alegría misma de amar es
reflejo de la Trinidad. Una
familia en la que se aman y se ayudan unos a otros, es un
reflejo de la Trinidad. Una
parroquia en la que se quieren y comparten los bienes espirituales y
materiales, es un reflejo de la Trinidad. (Papa Francisco)
ORATIO:
Gloria a ti, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo,…
Gloria a ti, que eres el amor rebosante, que me acoges y me salvas
en mi fragilidad. Gloria a ti, que me concedes entrar en comunión contigo y me
revelas relaciones inimaginables. Gloria a ti, que me conduces por el camino de
la entrega seduciendo mi Espíritu deseoso de plenitud. Gloria a ti, que eres el
principio, el ámbito y la meta de todo cuanto puedo disfrutar. Gloria a ti, que
lo eres Todo.
CONTEMPLATIO:
El
misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo.
Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y
nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira
a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo
invoca siempre con una palabra: “Padre”.
También
Jesús nos invita a la
confianza:
“No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. …En
sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y en su
modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos
descubre cómo nos quiere Dios.
Acoger
el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la
presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos
conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una
confianza nueva en Dios.
■… ¡Oh, mi Dios, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme
totalmente de mí, para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi
alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme
salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que a cada minuto me sumerja más en la
profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro
cielo, vuestra morada predilecta y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje
jamás allí solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi
fe, en adoración total, entregada del todo a vuestra acción creadora. (Isabel de la Trinidad).
El misterio de la Trinidad se resume en lo que nos dice hoy el Evangelio; “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único para que no perezca ninguno”. El mismo San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, sitúa en la Segunda semana la escena de un mundo, necesitado de amor y de salvación, contemplado por la Trinidad, y con estas hermosas palabras ante la situación; “Hagamos redención”.
ResponderEliminarEl amor salvífico de Dios es la clave de la Encarnación “por obra del Espíritu Santo” y enviado por el Padre “no para juzgar al mundo sino para salvarlo”.
La clave siempre está en que lo que mueve el Amor de Dios, que no es un “solterón” que vaga sin sentido por el espacio sideral, sino Trinidad, es decir comunión de amor y familia, amor compartido.
La Trinidad será la fuente del Amor, la fuente de la comunión de la vida comunitaria, de la Iglesia, cuando quiere vivir como familia que comparte los gozos, las esperanzas, las alegrías y los sufrimientos humanos, de una humanidad que sigue necesitada de redención, de salvación, de liberación.
El misterio de la Trinidad está presente en la vida de los cristianos y de toda la Iglesia desde el comienzo. En todas las celebraciones litúrgicas se empieza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es la novedad permanente de la Revelación, del Amor de Jesús, que nos habla de su Padre que nos ama y que nos envía Resucitado desde el Espíritu Santo como “otro Abogado”, otro intercesor que tiene como misión formar en nosotros “los sentimientos del Corazón de Cristo”.
La Trinidad nos abre y nos lanza porque está constantemente, como nos recuerda el Papa Francisco, “en salida”, no se queda tranquilamente viviendo en una bola de cristal sino que nos lleva a compartir, como familia, el Amor de Dios en comunidad, en comunión, en fraternidad de personas.
También nos lanza en salida hacia la auténtica Encarnación, donde Jesús se viene a vivir “con nosotros”, enviado por el Padre y nos regala el Espíritu Santo que, como “Señor y Dador de vida”, hace que tengamos en nuestro interior la vida trinitaria y el deseo de evangelizar, de llevar la Buena Noticia a los que sufren.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres