TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 10 de junio de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 11 DE JUNIO DE 2017, SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO, QUE ENTREGÓ A SU UNIGÉNITO»


Jn. 3. 16-18
      Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
       Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
       El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.    

Otras Lecturas: Éxodo 34,4b-6.8-9; Cántico de Daniel 3,52-56; 2Corintios 13, 11-13

LECTIO:
La fiesta de la Santa Trinidad, y las lecturas bíblicas de su misa, nos permiten reco­nocer algunos de los rasgos de la imagen de Dios a la cual debemos asemejarnos.
En primer lugar, Dios no es comunión de Personas, Compañía amable y amante. Por eso no es bueno que el hombre esté solo: no porque un hombre solo se puede aburrir sino porque no puede vivirse y desvivirse a imagen de su Creador.
… El segundo rasgo que brilla en la Trinidad, es precisa­mente el amor. Nuestro Dios ha querido ser “vulnerable” al amor y por el amor. No es un Dios ausente, lejano, arrogante, inaccesible. Se nos ha revelado con entrañas de mi­sericordia y rico en compasión.
Y el tercer rasgo de la imagen de Dios que aparece en esta fiesta, es lo que dice Jesús en el Evangelio: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Lo que Dios quiere y desea, la razón por la que nos ha amado hasta la entrega de su Hijo bienamado, el único, es para que nosotros podamos vivir, para siempre, sin perecer en nin­guna forma de fracaso fatalista. Este tercer rasgo de Dios es el de la esperanza que se tra­duce en felicidad eterna.
       Nuestra fe en el Dios en quien creemos… es que creyendo en Él creemos también en nosotros, porque nosotros –así lo ha querido Él– somos la difusión de su amor creador.

MEDITATIO:
     La celebración de la solemnidad de la santísima Trinidad presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. (Papa Francisco)
     En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». (Papa Francisco)
     El Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, nos comunica la vida divina, y así nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de participación. (Papa Francisco)
     Una persona que ama a los demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se aman y se ayudan unos a otros, es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se quieren y comparten los bienes espirituales y materiales, es un reflejo de la Trinidad. (Papa Francisco)

ORATIO:
Gloria a ti, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
     Gloria a ti, que eres el amor rebosante, que me acoges y me salvas en mi fragilidad. Gloria a ti, que me concedes entrar en comunión contigo y me revelas relaciones inimaginables. Gloria a ti, que me conduces por el camino de la entrega seduciendo mi Espíritu deseoso de plenitud. Gloria a ti, que eres el principio, el ámbito y la meta de todo cuanto puedo disfrutar. Gloria a ti, que lo eres Todo.

CONTEMPLATIO:
     El misterio del Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.
    También Jesús nos invita a la confianza: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. …En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y en su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.
     Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.



¡Oh, mi Dios, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que a cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada predilecta y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje jamás allí solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, entregada del todo a vuestra acción creadora. (Isabel de la Trinidad).

1 comentario:

  1. El misterio de la Trinidad se resume en lo que nos dice hoy el Evangelio; “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único para que no perezca ninguno”. El mismo San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, sitúa en la Segunda semana la escena de un mundo, necesitado de amor y de salvación, contemplado por la Trinidad, y con estas hermosas palabras ante la situación; “Hagamos redención”.
    El amor salvífico de Dios es la clave de la Encarnación “por obra del Espíritu Santo” y enviado por el Padre “no para juzgar al mundo sino para salvarlo”.
    La clave siempre está en que lo que mueve el Amor de Dios, que no es un “solterón” que vaga sin sentido por el espacio sideral, sino Trinidad, es decir comunión de amor y familia, amor compartido.
    La Trinidad será la fuente del Amor, la fuente de la comunión de la vida comunitaria, de la Iglesia, cuando quiere vivir como familia que comparte los gozos, las esperanzas, las alegrías y los sufrimientos humanos, de una humanidad que sigue necesitada de redención, de salvación, de liberación.
    El misterio de la Trinidad está presente en la vida de los cristianos y de toda la Iglesia desde el comienzo. En todas las celebraciones litúrgicas se empieza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es la novedad permanente de la Revelación, del Amor de Jesús, que nos habla de su Padre que nos ama y que nos envía Resucitado desde el Espíritu Santo como “otro Abogado”, otro intercesor que tiene como misión formar en nosotros “los sentimientos del Corazón de Cristo”.
    La Trinidad nos abre y nos lanza porque está constantemente, como nos recuerda el Papa Francisco, “en salida”, no se queda tranquilamente viviendo en una bola de cristal sino que nos lleva a compartir, como familia, el Amor de Dios en comunidad, en comunión, en fraternidad de personas.
    También nos lanza en salida hacia la auténtica Encarnación, donde Jesús se viene a vivir “con nosotros”, enviado por el Padre y nos regala el Espíritu Santo que, como “Señor y Dador de vida”, hace que tengamos en nuestro interior la vida trinitaria y el deseo de evangelizar, de llevar la Buena Noticia a los que sufren.

    +Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

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