TIEMPO LITÚRGICO

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jueves, 23 de marzo de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 26 DE MARZO DE 2017, 4º DE CUARESMA

«Y TÚ, ¿QUÉ DICES DEL QUE TE HA ABIERTO LOS OJOS?»

Jn. 9,1.6-9.13-17.34-38

     En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?» «El mismo.» «No es él, pero se le parece.» Él respondía: «Soy yo.»
     Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
     Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Él contestó: «Que es un profeta.» Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron.
     Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.» Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.

Otras Lecturas: 1Samuel 16, 1b.6-7.10-13a; Salmo 22; Efesios 5, 8-14

LECTIO:
     En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de na­cimiento y los fariseos.
     En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tam­poco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso.
     …Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado... tiene ya la última palabra.
     Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reco­nocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad veía.
     …Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas “aparentemente” prohibidas por Dios por ser en sábado. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo... pero no quieren oír cuando lo que escuchan coincide con sus previsiones.
     Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado.
No les bastaba a ellos con estar en la si­nagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían mu­chas cosas de Dios, pero no sabían lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las co­sas en su justa medida –la suya –, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.       

MEDITATIO:
     El Evangelio de hoy nos presenta el episodio del hombre ciego de nacimiento, a quien Jesús le da la vista. El largo relato se inicia con un ciego que comienza a ver y concluye  con presuntos videntes que siguen siendo ciegos en el alma…  El ciego curado se acerca a la fe, y esta es la gracia más grande que le da Jesús: no sólo ver, sino conocerlo a Él, verlo a Él como «la luz del mundo» (Papa Francisco)
     Jesús encuentra de nuevo (al ciego) y le «abre los ojos» por segunda vez, revelándole la propia identidad: «Yo soy el Mesías». A este punto el que había sido ciego exclamó: «Creo, Señor» y se postró ante Jesús. Este es un pasaje del Evangelio que hace ver el drama de la ceguera interior de mucha gente, también la nuestra porque nosotros algunas veces tenemos momentos de ceguera interior. (Papa Francisco)
     Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos. Debemos eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros  hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que  podamos comportarnos como «hijos de la luz» con humildad, paciencia, misericordia. (Papa Francisco)
     Preguntémonos: ¿cómo está nuestro corazón? ¿Tengo un corazón abierto o un corazón cerrado hacia Dios? ¿Abierto o cerrado hacia el prójimo? Siempre tenemos en nosotros alguna cerrazón que nace del pecado, de las equivocaciones, de los errores… Abrámonos a la luz del Señor, Él nos espera siempre para hacer que veamos mejor, para darnos más luz, para perdonarnos. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Aquí estamos, Señor Jesús, luz radiante de la gloria del Padre, a tus pies, como ciegos ignorantes de su enfermedad. Míranos, hijo de David, como miraste a tus discípulos cargados de sueño, en la luz del Tabor. Despiértanos, Señor Jesús
Pon barro y saliva,
y tu mano humana y divina,
en mis ojos para que tengan vista.

CONTEMPLATIO:
     El evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo». No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento. No conoce la luz. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.
     Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.
     Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir. Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.                                              


Hay que indicar el modo y el camino para lograr la verdadera luz. Se trata de la verdadera renuncia del hombre a sí mismo y una pura, profunda y exclusiva intención de amar a Dios y no nuestras cosas: desear únicamente el honor y la gloria de Dios y atribuir todo inmediatamente a Dios, provenga de donde provenga, y dárselas a él sin escapatorias ni mediaciones: éste es el verdadero camino recto. (J. Taulero)

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