TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 11 de marzo de 2017

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 12 DE MARZO DE 2017, 2º DE CUARESMA (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Obispo de Coria-Cáceres)

«ESTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN ME COMPLAZCO. ESCUCHADLO»

Mt.  17.1-9

     En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
     Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Otras Lecturas: Génesis 12, 1-4a; Salmo 36; 2Timoteo 1, 8b-10

LECTIO:
     En el camino hacia Jerusalén, Jesús escoge a aquellos tres discípulos y les permite entrever y gozar por unos momentos la gloria de Dios, esa sensación de estar ante alguien que desdramatiza tus dramas, y con sola su presencia pone paz, una extraña pero verdadera paz en medio de todos los contrastes, dudas, cansancios y dificultades con los que la vida nos convida con demasiada frecuencia.
     Por unos momentos, estos tres hombres han hecho como parada y fonda en su fatiga cotidiana, han tenido la experiencia de lo extraordinario, de lo que es más grande que sus mezquindades y tropiezos, de la luz que es mayor que todas sus oscuridades juntas. Ha sido un intervalo en el camino, pero ahora hay que seguir caminando a Jerusalén. Por importantes que sean este tipo de momentos, la vida no se reduce a éstos.
     El fin de la vida es realizar el plan que Dios nos confió a todos y a cada uno, encontrarse con Jesús, y con Él caminar hacia su Pascua, entrar en ella, acogerla y vivirla. Aquellos tres discípulos no habrían podido llegar a la Pascua si no hubieran bajado de la montaña. Si se hubieran apropiado del don de la gloria de Dios, si se hubieran encerrado en sus tiendas agradables, no habrían podido seguir a Jesús que haciendo el plan que el Padre le trazó, seguía adelante, bajaba de la Transfiguración de su tabor y subía al Jerusalén de su calvario.
     Nuestra condición de cristianos no nos exime de ningún dolor, no nos evita ninguna fatiga, no nos desgrava ante ningún impuesto. Hemos de redescubrir siempre, y la cuaresma es un tiempo propicio, que ser cristiano es seguir a Jesús, en el Tabor o en el Calvario; cuando todos le buscan para oír su voz y como cuando le buscan para acallársela; cuando todos le aclaman ¡hosannas!, como cuando le gritan ¡crucifixión! En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar también nosotros: no tengáis miedo… pero levantaos, bajad de la montaña y emprended el camino.

MEDITATIO:
     La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo. Su rostro estaba tan resplandeciente y sus vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento. (Papa Francisco)
     Jesús con su Transfiguración nos invita a contemplarlo. Mirar a Jesús purifica nuestros ojos… Tal vez nuestros ojos están un poco enfermos porque vemos muchas cosas que no son de Jesús, incluso que están contra Jesús: cosas mundanas, cosas que no hacen bien a la luz del alma. Y así esta luz se apaga lentamente terminamos en la oscuridad interior, en la oscuridad espiritual, en la oscuridad de la fe. (Papa Francisco)
    El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida. (Papa Francisco)
    La Palabra de Cristo crece en nosotros cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Y ésta es la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros: escuchar a Jesús y donarlo a los demás. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Jesús, tú eres el Señor: has mostrado tu rostro radiante de luz a tus discípulos, poco antes confusos por la predicción de tu pasión y ahora temerosos ante la gloria que irradias. Siempre nos supera tu misterio.

Gracias Señor por tu Palabra Salvadora.
Gracias porque me invitas a reconocerte
como Dios, Salvador y compañero de camino
Te pido la gracia de saber escucharte…
Que mi vida sea una “escucha atenta”
a todo lo que me dices y quieres de mí.


CONTEMPLATIO:
«Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo»
     Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro “resplandeciente como el sol”. Jesús se acerca y, tocándolos, les dice:
«Levantaos. No tengáis miedo»
     Sabe que necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: Levántate, no tengas miedo.
     Dios nos habla en medio de nuestras actividades pero si solamente nos mueve nuestras preocupaciones y problemas personales, jamás podremos escuchar lo que Dios nos dice.
     “Muéstrame tu rostro”, y su rostro transfigurado está en los enfermos, en los pobres, en el enemigo, en la sed, la humillación, en el hambre, y cuando reconozcamos ese rostro vendrá la luz a nuestras almas y amaremos todas las realidades que nos rodean, y olvidaremos nuestros propios problemas para pensar en los otros a los que Dios también ama.


…  Al elegido y amado de Dios si le muestra, de tiempo en tiempo, algún reflejo del rostro divino, como una luz oculta entre las manos que ya aparece, ya se esconde, a gusto del portador, para que, por estos reflejos momentáneos y fugitivos, se inflame el alma en deseos de la plena posesión de la luz eterna y de la herencia en la total visión de Dios [...]. Habiendo así comprendido la diferencia entre el Puro y lo impuro, vuelve el hombre sobre sí mismo para darse más a la purificación del corazón, preparándose para la visión [...]. Nada mejor para descubrir la imperfección humana que la luz del rostro de Dios, el espejo de la visión divina (Guillermo de Saint-Thierry)

1 comentario:

  1. Este texto, Mt, 17, lo comenta bellamente el Papa San Juan Pablo II en “Vita consecrata”. Es un icono, una imagen, tanto para Oriente como para Occidente, del seguimiento de Cristo. Nunca se da una vida de seguimiento mientras que no digamos una y otra vez, en verdad: “Señor, ¡qué bien se está contigo aquí!”. Cuando entendemos la vida cristiana como una carga y luego pasamos al gozo, entonces el camino es la cruz, pero el destino es la resurrección y la vida.
    Este pasaje la Iglesia también lo celebra y proclama el día 6 de agosto, día de la Transfiguración. Precisamente, en ese día, murió Pablo VI, que era un enamorado del icono de la Transfiguración. También, en Cuaresma se nos recuerda que el Monte Alto, el Tabor, está en el camino de subida a Jerusalén donde se va a consumar su muerte y resurrección. Hay que subir para bajar y hay que bajar para subir.
    La Transfiguración nos invita a ser vidriera para dejar pasar por nuestra vida la Luz de Cristo, como los santos. Recuerdo que me comentaba una catequista que cuando le preguntaba a sus niños de catequesis qué era un santo, una niña le respondió: Un santo es el que deja pasar la Luz de Dios. Había visto en las vidrieras de la parroquia que los santos dejaban pasar la luz, y dio la mejor definición de un santo, el que, como vidriera deja pasar la Luz de Dios. ¡Magnifico!. La Transfiguración, más allá de la figura, es el mismo Jesús que deja pasar la Luz de su identidad.
    Jesús invita a subir a los tres íntimos: Pedro, Santiago y Juan. Es el único pasaje de todo el Evangelio donde en la humanidad de Cristo, todavía de carne mortal, aparecen los signos de la divinidad. Aparece, como luego lo hará en la Resurrección, pero aquí y ahora, sin los signos de la pasión. Ni manos traspasadas, ni pies traspasados, ni costado abierto. Se le contempla en el esplendor de su divinidad, como dice el Prefacio: para alentar la esperanza a los que van a pasar por el escándalo de la cruz. Para que crean ya anticipada la Resurrección que le espera en Jerusalén y que pasa necesariamente por sus “ansias redentoras”, por la Cruz, por el crudo invierno que nos lanza a la eterna primavera de la Resurrección.
    Moisés y Elías conversando con Jesús, dialogando con Él, nos adentran en un misterio precioso, la vida cristiana es Moisés que representa la Ley y Elías que representa la vida mística. Entrar en el misterio de Dios y dialogando con Cristo, hace que alcancemos la santidad que no puede ser sólo ley con Moisés, pero tampoco sólo, solo gracia. Es la colaboración de ambas. Es don de Dios con colaboración humana. Es Jesús dialogando con Moisés y Elías.
    Finalmente, está expresando la identidad de cada cristiano en este pasaje de la Transfiguración. A cada uno de nosotros el Padre nos contempla como hijos amados, predilectos, en quien se complace el Señor y nos invita a que nuestra vida esté determinada por la escucha de la Palabra de Dios. “Escucha, Israel”.
    El Padre nos invita a escuchar a su Hijo amado, se baja del monte y se va al Valle de la desfiguración. El Señor comienza a hablar ya en la vida, en las dificultades, esperanzas, gozos y alegrías de nuestra vida.
    + Francisco Cerro Chaves. - Obispo de Coria-Cáceres

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