TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 5 de agosto de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 7 DE AGOSTO, 19º DEL TIEMPO ORDINARIO

« DICHOSOS A LOS QUE EL SEÑOR ENCUENTRE EN VELA… »

Lc. 12, 35-40

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: [Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
       Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»]

Otras Lecturas: Sabiduría 18,6-9 Salmo 32; Hebreos 11,1-2.8-39

LECTIO:
            Para descubrir a Dios en nuestra historia, hemos de estar vigilantes, despiertos, porque a la hora que menos pensemos viene el Señor. No viene a hacernos daño. Viene a bendecirnos, a servirnos –dice el Evangelio –. Si no estamos preparados, no podremos disfrutar de su presencia, su amor, su paz…
       Nada nos puede separar del amor de Dios: ni la enfermedad, ni la guerra, ni siquiera la muerte. En todo momento sabemos, aunque a veces no lo sintamos, que Dios nos acompaña y nos cuida. Por eso decimos que la fe es también confianza.
       ¿Cómo va nuestra confianza en el Padre? ¿Cómo afrontamos las dificultades, los momentos duros, con confianza, o enseguida pensamos que Dios nos castiga o que Dios nos abandona? No temas, nos dice Jesús, el Padre ha querido daros su amor. Abrahán, ya en su vejez, descubrió que Dios le pedía salir de su casa, dejar sus comodidades. Y, aunque no lo entendía, se fío y siguió por los caminos que el Señor le marcaba.
       Y nosotros ¿escuchamos a Dios para que nos indique sus caminos o cogemos el camino que más nos interesa y después pedimos a Dios que nos ayude?

MEDITATIO:
     Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano lleva dentro de sí un deseo grande, profundo: encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los compañeros de camino. El encuentro con Él es nuestra vida, nuestra alegría, Aquel que nos hace felices. (Papa Francisco)
     El amor  de Dios es el que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón. Es un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. (Papa Francisco)
     El amor de Dios, en Jesús, siempre nos abre a la esperanza, a aquel  horizonte final de nuestra peregrinación. De esta manera también las fatigas y las caídas encuentran un sentido, también nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este amor de Dios en Jesús nos perdona siempre. (Papa Francisco)  

ORATIO:
Dichoso
quien no acude a la reunión de los malvados
ni se detiene en el camino de los pecadores…
sino que su tarea es la ley del Señor…
Será como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo,
Porque el Señor se ocupa del camino de los justos…

     «Dichosos los criados a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue [...] ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!».

CONTEMPLATIO:
     Los cristianos necesitaremos aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural.  Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más evangélico.

“…estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”

     La llamada de Jesús a la vigilancia nos debe ayudar a despertar de la indiferencia, la pasividad y el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe. Para vivirla de manera lúcida, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.

No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes que para ello se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo (Concilio Vaticano II,).

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