« DICHOSOS A
LOS QUE EL SEÑOR ENCUENTRE EN VELA… »
Lc. 12, 35-40
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: [Tened ceñida la cintura y encendidas las
lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si
supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un
boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del hombre.»]
Otras Lecturas: Sabiduría 18,6-9 Salmo 32; Hebreos 11,1-2.8-39
LECTIO:
Para descubrir a Dios en nuestra historia, hemos de estar vigilantes, despiertos,
porque a la hora que menos pensemos viene el Señor. No viene a hacernos daño.
Viene a bendecirnos, a servirnos –dice el Evangelio –. Si no estamos preparados, no podremos disfrutar de su presencia, su
amor, su paz…
Nada nos puede separar del amor de Dios: ni la enfermedad, ni la
guerra, ni siquiera la muerte. En todo momento sabemos, aunque a veces no lo
sintamos, que Dios nos acompaña y nos cuida. Por eso decimos que la fe es
también confianza.
¿Cómo va nuestra
confianza en el Padre? ¿Cómo afrontamos las dificultades, los momentos duros,
con confianza, o enseguida pensamos que Dios nos castiga o que Dios nos
abandona? No temas,
nos dice Jesús, el Padre ha querido daros su amor. Abrahán, ya en su vejez,
descubrió que Dios le pedía salir de su casa, dejar sus comodidades. Y, aunque
no lo entendía, se fío y siguió por los caminos que el Señor le marcaba.
Y nosotros ¿escuchamos a Dios para que nos indique sus caminos o
cogemos el camino que más nos interesa y después pedimos a Dios que nos ayude?
MEDITATIO:
Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano lleva dentro de sí un deseo
grande, profundo: encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los compañeros
de camino. El encuentro con Él es nuestra vida, nuestra alegría, Aquel que nos
hace felices. (Papa Francisco)
El amor de Dios es el que da
sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las
grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida
con amor, con aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón. Es un amor que da fuerza a la familia, al
trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. (Papa
Francisco)
El amor de Dios, en Jesús,
siempre nos abre a la esperanza, a aquel horizonte final de nuestra peregrinación. De
esta manera también las fatigas y las caídas encuentran un sentido, también
nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este amor de
Dios en Jesús nos perdona siempre. (Papa Francisco)
ORATIO:
Dichoso
quien no acude a la reunión de los malvados
ni se detiene en el camino de los pecadores…
sino que su tarea es la ley del Señor…
Será como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo,
Porque
el Señor se ocupa del camino de los justos…
«Dichosos los criados a
quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue [...] ¡Dichoso ese criado si,
al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!».
CONTEMPLATIO:
Los cristianos necesitaremos aprender a
vivir en minoría en medio de una sociedad secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin
esperar a nada: transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y
hacerlo más evangélico.
“…estad
preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”
La llamada de Jesús a la vigilancia nos
debe ayudar a despertar de la indiferencia, la pasividad y el descuido con que
vivimos con frecuencia nuestra fe. Para vivirla de manera lúcida, necesitamos
redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con
otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con
todas sus consecuencias.
■… No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes
convenientes que para ello se les ha dado y el uso de los propios dones
recibidos del Espíritu Santo (Concilio Vaticano II,).
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