ACTUAD CON HUMILDAD
Lucas 14:1, 7-14
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de
los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que
los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea
que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó
a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete
a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te
diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos
los comensales. Porque todo el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando
des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los
justos.»
Otras Lecturas: Eclesiástico 3:17-20, 28-29;
Salmo 67; Hebreos 12:18-19, 22-24a
LECTIO:
Hoy acompañamos a Jesús que va a cenar a casa
de un gobernante fariseo. Todos los invitados a la cena están pendientes de
Jesús por ver de qué manera actúa. Pero no se dan cuenta de que es Jesús quien
está observando el orgullo con que ellos se comportan.
En tiempos de Jesús, los puestos más
importantes estaban cerca del anfitrión, y los fariseos deseaban para sí
aquellos puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñar a los invitados
a la cena una manera mejor de comportarse. Sus comentarios recuerdan la
enseñanza judía recogida en versos tales como los de Proverbios 25:6-7: “No te
des importancia delante del rey ni ocupes el lugar de gente importante; vale más que te inviten a subir allí, que ser
humillado ante los grandes señores.”
Evidentemente, lo irónico de la situación es
que si el anfitrión se hubiera dado cuenta de quién era Jesús, le habría
ofrecido inmediatamente el puesto de honor.
Jesús pone de relieve la importancia de la
hospitalidad y la generosidad hacia quienes no pueden correspondernos: los
pobres y los inválidos. Una vez más, también pone en tela de juicio nuestras
actitudes: ¿excluimos a otros por nuestro egoísmo o nuestro orgullo?
La preocupación de Jesús es siempre el espíritu de acogida. Pasaba buena
parte de su tiempo con gente a la que nadie consideraría ‘respetable’. El reino
de Dios debería estar, y de hecho lo está, abierto a todos, independientemente
de su situación social, porque ante Dios todos somos pecadores necesitados de
salvación
MEDITATIO:
Es ésta una lección que sólo podemos
aprender de Jesús. Fue él quien dijo -y se dirigía a sus discípulos-: «.Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de
corazón, y hallaréis descanso para vuestras vidas» (Mt 11,29).
¿Quién de nosotros puede decir con toda verdad que ha «aprendido sobre Cristo?»
(Ef 4,20)
El apóstol
Pedro se tomó muy en serio las palabras de Jesús, y por eso escribió: ‘Todos
debéis someteros unos a otros con humildad, porque “Dios se opone a los orgullosos, pero
ayuda con su bondad a los humildes.” Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para
que él os enaltezca a su debido tiempo’. (1 Pedro 5:5-6).
■ Jesús recomendaba continuamente a sus oyentes la
humildad. ¿Por qué crees que es tan importante mantener una actitud humilde
hacia los demás? ¿Por qué es tan peligroso el orgullo?
ORATIO:
¡Tú eres, Señor, el Padre de los
humildes!
Hazme comprender, oh Señor, que tu
paternidad se manifiesta en plenitud sólo cuando encuentra hijos sencillos y
humildes. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación se manifestará en
plenitud sólo cuando te reconozca como el Padre de los últimos.
Preparaste,
oh Dios, casa para los pobres
CONTEMPLATIO:
Pídele a Dios que, desde las
lecturas de hoy, te hable sobre la humildad y la hospitalidad.
Lee el Salmo 67. Fíjate en el contraste entre
la majestad de Dios y su preocupación por los pobres, los que están solos, las
viudas, los huérfanos y los presos.
Reza por quienes se encuentran en tales situaciones. Puede que el Espíritu Santo traiga a la memoria personas
concretas. Puede que Dios también muestre cómo poder ayudarles de manera
práctica.
■… ¿Basta con
estar convencidos de la misericordia de un Dios que perdona y de nuestra
condición personal de pecadores para que se lleve a cabo la reconciliación? No. Falta aún una disposición, un valor que es nuestro o,
al menos, es nuestro en cuanto debemos aceptar una invitación interior que
viene de Dios [...]. Sin conversión no hay reconciliación. La conversión del corazón, entendida como movimiento
del hombre que se dirige hacia Dios, que se convierte, es decir, que se mueve
hacia Dios con la conciencia de haberse alejado de Dios.
La
conversión es un dar marcha atrás, un cambio de ruta, un cambiar la orientación
de nuestra propia vida. (Anastasio
A. Ballestrero)